Epistemología bioética

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Introducción

Con esta denominación se quiere significar la reflexión que estudia la estructura lógica del discurso bioético, sometiendo a un análisis riguroso los principios que la constituyen. Intenta mostrar los contornos que la hacen posible como ciencia distinta de las demás y que la hacen o posibilitan para ser reconocible. Al mismo tiempo, la epistemología muestra estructuración lógica de su identidad. Por todo ello, la epistemología es básica para reivindicar la existencia propia de cualquier ciencia y, en este caso concreto, la bioética. Así se expresaba Potter, el oncólogo australiano que acuñó el término bioética en 1971: “aún reconociendo que la bioética ha tenido una acogida grande en la cul tura, aún estando omnipresente en el lenguaje común de la calle, en los periódicos, en los centros de investigación, en el debate público, sin embargo, es posible constatar su insuficiente claridad epistémica” (Russo-Potter, 1987).

¿Tiene entidad y derecho la presencia en el mundo científico una ciencia llamada bioética? ¿Se dan las condiciones para que esto sea así? Esto es lo que trata de fundamentar y discriminar el análisis epistémico. Están las condiciones de afirmar que la bioética tiene derecho a la intervención en las ciencias del saber, porque posee un estatuto epistemológico propio. Posee una identidad propia, posee unos pre supuestos y unas características específicas que hablan de su singularidad en el mundo del saber. La identidad vendrá señalada por la propia definición; las características específicas por la singularidad de su método entre otros y los presupuestos por su ámbito de estudio. El denominador común es que la presencia de la bioética no se ha hecho de golpe en el panorama cultural. Ha ido gestándose poco a poco su identidad, sus principios, sus características notables debido ante todo a su íntima unión con el elemento vida y con las comprensiones de la ética por una parte y, por otra, por la relación entre el universo de la tecnociencia y el universo humanístico. Más en concreto, cómo debe ser esa relación, qué amplitud debe tener el objeto material y formal. Todas estas cuestiones que son importantes se han ido resituándose a distintos ritmos e incluso a distintas velocidades, dependiendo de las áreas geográficas. Hoy en día, a pesar de las distintas y distantes posiciones bioéticas se está en condiciones de decir de qué se habla y de cómo se expone. Y para esa clarificación sobre la que ulteriormente se apoyará el edificio bioético es necesaria una fundación epistémica.

Definición

La bioética, según la enciclopedia de bioética, es el estudio sistemático de la conducta en el campo de las ciencias de la vida y de la salud, examinada a la luz de los valores y de los principios morales.

Independientemente de otras definiciones de bioética, quedan esbozados tanto el ámbito del estudio (objeto material), como el punto de vista como será abordado (objeto formal).

El ámbito de estudio es la vida, las ciencias de la vida y de la salud. Frente a este enunciado han existido dos subrayados distintos. El primero se podría llamar un poco más “restringido”; considera que el estudio de la bioética gira en torno a las intervenciones sobre la vida humana; es decir, sería la visión más deudora y próxima de influencia médica, de tal forma que incluso es posible llegar a encontrar términos como ética biomédica o bioética médica. Es obvio el gigantesco aumento de posibilidades en torno a la vida del hombre, especialmente al inicio y al final de la misma. Una lista antigua pero al mismo tiempo nueva de problemas en torno a la anticoncepción, el aborto, la esterilización, la reproducción artificial, los diagnósticos fetales y genéticos, los trasplantes, las técnicas de reanimación, los problemas en torno al final de la vida, etc... ¿Qué no decir acerca del sintagma salud? A partir de su definición, igualmente aparecen en el horizonte situaciones y problemas que en algunos casos traspasan las fronteras médicas, como por ejemplo, factores dietéticos, laborales, jurídicos, políticos en torno a la misma vida humana. El mismo Reich, autor de la enciclopedia de Bioética, señala que al fundarse el primer centro de bioética del mundo, el afiliado a la universidad de Georgetown, llevaba en su título “para el estudio de la reproducción humana y de la bioética”.

Sin embargo, otra visión que es posible decir menos “restringida” del bien de la vida es la que es apuntada por otra sensibilidad que subraya la vida en su diversa amplitud subrayando la relación entre los seres vivos y el ambiente. Un planteamiento que se podría sintetizar denominándolo bioética global, que supere la reducción antropocéntrica. Urge, según estos autores, entre ellos destaca el mismo Potter y Leopold, un cuidado del ecosistema amenazado por el hombre, y se imponen con urgencia nuevas obligaciones y nuevas normas. Por tanto, el objeto material, el campo de estudio de la bioética se ve aumentado sensiblemente en esta segunda opción. Ya que se tendría una bioética humana, una bioética animal, una bioética del entorno o ambiental.

La definición de la bioética apuntada por la enciclopedia de Bioética que además de ser fundacional tiene su influencia en las demás definiciones ya que se apoyan con mayor fidelidad o menor en ella, pero todas la tienen en cuenta que, se remite al carácter práctico de la ciencia bioética. La bioética es eminentemente una ciencia práctica, que trata de la conducta, no del comportamiento. Trata de responder a cómo la conducta debe responder a esos desafíos desconocidos hasta fechas recientes. Una de las cuestiones centrales, que se podría mencionar, se encuentra aquí: no se trata de cambiar o crear una ética nueva, sino de reflexionar rigurosamente los fundamentos éticos a la luz de los retos que los avances científicos posibilitan. La bioética debe en este sentido, dar luz ante los nuevos desafíos en torno al sintagma vida. Solamente, al menos y en este sentido, ya tendría la bioética un lugar específico en el campo del saber. En efecto, frente al campo inusual de cuestiones planteadas por la tecnociencia, la bioética es un reto para la ciencia. De igual forma la ciencia debe provocar a la ética a reflexionar cómo puede articular su discurso a fin de mostrar más adecuadamente las acciones buenas del hombre en torno a la vida.

Por tanto, a la luz de la definición, se puede señalar como el carácter práctico de la bioética es nuclear para su comprensión. Una practicidad que no solamente ni principalmente se refiere al carácter normativo, ni que se constituye a través de una modalidad pragmática sino en el sentido que estudia o posibilita elementos para estudiar la conducta biomédica. Por eso señalaba que la bioética en este sentido, no es una nueva ética. En este sentido van las definiciones de Scarpelli[1] y Sgreccia, dos reconocidos bioéticos italianos.

Teniendo en cuenta los tres niveles presente en todo discurso ético: el metaético, el normativo y el aplicativo, algunos llegan a definir la bioética como una ética aplicada. Desde este punto de vista, la bioética sería una aplicación de un conjunto de teorías generales, de principio y de normas éticas a los problemas que surgen en la clínica médica, en la distribución de los recursos, en la investigación, en la legislación y etc. Desde el planteamiento “ampliado”, de forma análoga, se podría definir la bioética como la ética aplicada al reino de la vida.

John Childress y Tom Beauchamp prefieren utilizar el nombre de ética práctica, como reflejan en su obra más famosa, Principles of Biomedical Ethics, señalando que el término práctica quiere referir el empleo de una teoría ética para analizar problemas morales, conductas y políticas en los diversos campos biosanitarios[2].

Como señalan diversos críticos, hay que ajustar mucho, porque la bioética puede correr el riesgo de caer en una casuística irresoluble que aboque a un decisionismo arbitrario que a corto y medio plazo degradaría a la bioética, pero tiene que ser al mismo tiempo práctica; es decir, que guíe la conducta. Por tanto, tiene que tener esa dinamicidad para aglutinar los tres niveles:

  1. El metaético.
  2. El normativo.
  3. El  aplicativo armónicamente.

Esto no se opone a una legitima autonomía de los niveles, ya que es necesario para no caer en un indeterminismo o en decisionismo arbitrario, verdaderos males de la bioética actual. es posible distinguir:

  • Una bioética general, que se ocupe de los problemas fundativos que es capital.
  • Una bioética especial, que trate de los problemas específicos.
  • Una bioética clínica, que está destinada con la interacción de las dos anteriores, iluminando el caso concreto.

Método

El método de la ciencia bioética es un método transdisciplinar. Por la necesidad de resolver múltiples y diversas cuestiones planteadas por médicos, biólogos, legisladores, filósofos,  etc., necesita un método capaz de actuar, una convergencia coherente entre los distintos saberes y capaz de ofrecer una síntesis. La multidisciplinariedad reclama la interdisciplinariedad. Y aquí es donde la cuestión epistemológica toca su punto central: ¿cómo se relacionan estas diferentes ciencias? Para asegurar una coherencia lógica es necesaria una ciencia sintética, una ciencia grande que sea capaz de acoger la interacción de muchos saberes. Un principio base que debería estar presente, ser reconocido por todos y aceptado por todos, es que todo lo que es factible técnicamente posible, no necesariamente es éticamente admisible. Así queda simplemente sugerido el papel ciertamente principal de la ética con respecto a otros campos a la hora de hacer bioética, en otras palabras, en bioética, el momento ético es primario y central.

Modelos bioéticos

¿Qué modelos hay para dar vida al método?

Existen numerosos modelos bioéticos, algunos ya apuntados en otras voces, (ver voz Personalismo, Principialismo). Es posible señalar una característica central y discriminante, a saber, el uso que se hace de la razón. Mientras que, para unos, la razón es meramente instrumental y accidental, para otros, el papel de la razón es central y decisivo en el modelo bioético.

  • Entre los primeros tendremos el subjetivo y todas sus variantes.
  • Entre los segundos tendremos la concepción antropológica adecuada entre la que descuella el personalismo, especialmente el ontológico y el dialógico.

Modelo subjetivista

En síntesis, aboga porque no se puede justificar racionalmente ningún discurso ético. En este modelo sobresale el planteamiento no cognitivista o descriptivo. Solo es posible describir, pero no fundar nada. La razón tiene una mera función instrumental para dar cierta coherencia y corrección formal a los enunciados postulados. En este modelo sin referencia racional y veritativa, la consecuencia automática es la arbitrariedad del sujeto agente. El hombre es la medida de las elecciones y por tanto la única fuente de eticidad. En esta línea se sitúa un planteamiento difundido en bioética que es el planteamiento autonomista de origen anglosajón. Se parte de la constatación del hecho de que la razón falla, de que no sirve siempre. Por lo tanto, para llegar a acuerdos en materia moral  entre las distintas sensibilidades que se dan cita en la postmodernidad hay que aparcar la razón. ¿Qué instancia va a regular ahora, eliminada la razón? Se propone desde este planteamiento, el respeto a la autonomía de los distintos sujetos morales, que es lo único que puede organizar la convivencia en las sociedades pluralistas asentadas en el politeísmo ético. No es gratuito obviamente este logro, ya que se ha abdicado de la noción de bien, o mejor se tiene una concepción totalmente relativa del bien. La bioética tiene como único referente y norma no invadir la autonomía del otro, pero la libertad se desvincula de cualquier instancia objetiva. Este es un modo de ver, un error capital y con repercusiones a todos los niveles, incluido el campo legislativo. Esta reducción y exaltación de la autonomía hace que el criterio hermenéutico no solo sea acción sino también de indiquen quiénes son sujetos morales y quiénes no. Lo serán solo para aquellos que sean autónomos y ejerzan como tales. “No todos los seres humanos son personas. Los fetos, los niños, los retrasados mentales graves, los que están en coma sin esperanza, constituyen ejemplos de personas no humanas. Aun siendo miembros de la especie humana no tienen status en sí y por sí mismos en la comunidad moral. No participan de la comunidad moral. Solo las personas humanas poseen este estatuto”[3]. Cuando la autonomía de los agentes morales se viera en compromiso por estos miembros de la especie humana que se han definido como personas, obviamente prevalecen los derechos de los primeros:.. “no se puede condenar la fecundación in vitro porque suponga una pérdida de embriones fecundados. Si un aborto es elegido al comienzo del embarazo puede ser elegido sin ningún reparo porque los fetos no son personas y por tanto no se deriva ningún daño a nadie eliminando los embriones en exceso producidos en la fecundación in vitro. El hecho de que:

  1. Se pueda minimizar el dolor.
  2. Evitar el riesgo en la gestación.
  3. Congelar los embriones no sobrantes, no hace inmoral la intención sobre los embriones defectuosos o no útiles que pueden ser descartados. Los embriones no son personas”. [3]

Modelo descriptivo

El modelo descriptivo es el resultado del anterior. Como no hay valores ni principios fundantes, queda describir lo presente en la coyuntura temporal y lo presente en la colectividad. La ética está marcada por el relativismo, ya que el juicio moral se identifica con la constatación del hecho empírico.

Modelo casuístico

De impronta estadounidense y bien intencionado genéticamente, se vio desechado por lo mismo que lo anterior; una ausencia de fundación objetiva termina antes o después en un decisionismo arbitrario, fuertemente dialéctico e irresolutivo en la relación médico-paciente principalmente.

El modelo clínico-casuístico se basa en justificar que la praxis médica siempre se ha basado en la discusión de los casos a la luz de unos principios. Por esta razón de impronta histórica, los defensores de este modelo, A. Jonsen y Stephen Toulmin, rechazan fundamentar  la bioética en una teoría ética general y de carácter universal y además con pretensiones de valor absoluto.

Apuestan claramente en que la ética no debe partir sino de las situaciones particulares. Los juicios morales son a lo sumo probables, nunca ciertos. Ya se encargará la historia de cristalizar acuerdos amplios comúnmente aceptados por todos, y que constituyan referentes para la praxis.

Modelo clínico

Generado el mundo médico americano, toma su inspiración fundamental de la Medicina clínica. Ingrediente decisivo es la amnamnesis de la que se parte para elaborar un cuadro racional en la ulterior toma de decisiones. Los datos médicos se transforman en norma ética y en su elaboración se intenta armonizar los datos objetivos con los bienes en juego del paciente y también teniendo en cuenta la familia. El proceso termina en una racionalización de las decisiones, y ordena con vistas a criterios prácticos, los bienes a proteger y respetar.

Modelo utilitarista

El utilitarismo funda en el principio de la utilidad la justificación racional del juicio ético. Este principio aboga por una maximización del bienestar para un mayor número de personas y una minimización del dolor. Llevado al extremo nada inusual, esta posición mantiene que este criterio es discriminador para saber quién es sujeto humano y quién no lo es. En este sentido Singer, en su obra Liberación animal, sostiene que los sujetos dignos de ser tutelados lo marca la línea de poder distinguir entre el placer y el dolor y actuar en consecuencia. Llevado al extremo se pueden esperar deducciones de lo más desconcertantes y lesivas para la vida humana.

Independientemente de las contradicciones internas de la atrayente figura de ética el utilitarismo es marcadamente consecuencialista. El juicio moral se extrae solamente de las consecuencias de las acciones, de su proporción cuantitativa o cualitativa (utilitarismo de Bentham o utilitarismo de Stuart Mill respectivamente), de lo que las acciones “producen”. Esto es lo decisivo. La impronta sensista y empirista es un elemento subyacente a esta postura ética, bastante difundida en bioética y bastante aceptada por partes importantes de las sociedades occidentales marcadas por la impronta del emotivismo.

Modelo principialista

El principalismo asume la necesidad de un fundamento universal para la ética punto necesidad de la fundamentación contra la arbitrariedad. Salvaguarda elementos que parecen y renunciables y que son preciso garantizar o proteger.

Desde modo los principios que guían la acción son la garantía de racionalidad y prudencia exigible en la liberación moral.

presentando un modelo de 4 principios:

  • No maleficencia.
  • Beneficencia.
  • Autonomía.
  • Justicia.

Modelo contractual

Es una teoría ética también muy presente en la actualidad. Tiene su origen remoto en parte de las teorías elaboradas por T. Hobbes, y J. Locke en el ámbito británico y por la aportación de J.J. Rosseau en el francés. Es una teoría marcadamente deontológica que  subraya que la razón última ética arranca del acuerdo convencional marcado por los individuos de una determinada sociedad. Los juicios morales no son deducidos ni por los juicios de hecho ni muchos menos por la verdad sobre el bien, sino a través del consenso de los individuos. Uno de los protagonistas destacados de la versión contemporánea del contractualismo es John Rawls, que afirma que su teoría es ante todo política. Afirma que se puede formular un sistema de valores con planteamientos y teorías éticas diversas que están llamadas a encontrarse en un consenso general aglutinados por la justicia política que posibilitará el acuerdo entre las distintas concepciones de bien presentes en las sociedades actuales. Aunque el planteamiento de Rawls pueda parecer sugestivo y radicalmente distinto al de los utilitaristas modernos, sin embargo, él fundamenta la persona no tanto en el aspecto metafísico cuanto en el político, en su condición de ciudadanía. Mención especial merece el planteamiento del famoso bioético americano Veatch, en cuya obra teoría médica subraya la importancia de establecer unas normas o principios acuñados a través del consenso, del contrato social entre la sociedad, la clase médica y el paciente. Partiendo de su concepción deontológica, propone una nueva lectura de los  principios en bioética y distingue entre principios de marcado acento no consecuencialista (justicia, autonomía) y principios de subrayado consecuencialista (beneficencia). Los principios no consecuencialistas, según él, prevalecen siempre en caso de los conflictos que surgen en clínica médica. El problema es cómo tienen unos principios de centralidad sobre otros. Se derivan de la convección y no de otras instancias que refieren a la objetividad presente en la ley natural.

Modelo humanista

En este modelo se pretende señalar las distintas opciones que apuestan por centrar en el discurso ético a la persona. Se refiere sintéticamente al modelo de la virtud y al personalista.

Modelo de la virtud

Este modelo en tiempos recientes ha tenido gran alcance debido al impulso entre otros de los estudios de A. McIntyre. En su obra “Tras la virtud”, plantea la recuperación de la categoría de la virtud como central en el discurso ético. El discurso de la virtud señala la importancia de la experiencia del hombre como sujeto moral. Se revela en la acción, la motivación y la disposición de la persona que actúa. Al mismo tiempo, la teoría de la virtud implica la definición de bien y el fin de cada acción singular. En este sentido, E. Pellegrino, uno de los representantes destacados de la bioética de la virtud en Estados Unidos, subraya cómo la determinación de la virtud del médico está íntimamente unida a la determinación del verdadero bien para el paciente. Se está ante un modelo que enfatiza más que otros, por ejemplo que el modelo de los principios, la atención al agente moral, a su voluntad, a la intencionalidad del acto. La bioética de la virtud se interesa sobre todo por la bondad del sujeto moral (médico, investigador, paciente) y esta bondad es valorada a la luz de la bondad de la propia acción en relación con la calidad moral del agente y no tanto de las consecuencias que se puedan derivar de la acción en cuestión.

Algunos autores presentan objeciones al modelo de la virtud al encontrar problemas, ya sea en el momento fundativo como en el aplicativo, ya que obviamente se necesita una fundamentación antropológica y ética que permita establecer y fundamentar qué sea el bien. Por otro lado, la a veces discordante relación entre el carácter virtuoso del sujeto moral y la cualidad de la elección y, por tanto, el cómo se traduce el paso de la virtud como actitud de la elección y del acto. Algunos modelos bioéticos pretenden integrar el modelo de la virtud con el de los principios. Los principios serían como referentes generales de la acción moral, pero es la virtud la que indica el cómo se individua el bien a realizar. Es decir, qué medios elegir para que la acción sea buena. Este modelo integrativo es por el que apuesta, algunas de las corrientes presentes en la llamada bioética personalista.

Modelo personalista

El modelo personalista pone a la persona en el centro de la realidad. J. Maritain, uno de los insignes representantes de esta opción, señala que se podría hablar tanto del personalismo como de una doctrina como de una escuela filosófica. La persona encuentra un reconocimiento primado en el orden del ser. Alcanza una dignidad singular que se manifiesta en el acto libre. Señala E. Sgreccia en su Manual de Bioética: “la persona humana es el punto de referencia, el fin y no el medio, la reali dad trascendente para la economía, el derecho y para la historia... Desde la concepción  hasta la muerte, en cualquier situación de dolor o de salud, es la persona humana el punto de referencia y de medida para la ética[4]. El personalismo de matriz ontológica insiste en la necesidad de que la razón individúe los principios y criterios éticos de la acción humana presentes en la naturaleza del hombre. La tradición tomista fundamenta la ética en la naturaleza racional del hombre, el cual a través de la ley natural participa de la verdad del bien de lo creado que está en Dios y a través de la luz de la razón puede conocer los principios y hacer el bien a través del ejercicio de la libertad. La razón permite al sujeto moral conocer los fines intrínsecos y mueve a la razón práctica para hacer el bien descubierto por la luz de la razón. Para el Aquinate, la ética en el fondo reflexiona sobre el hombre libre que a través de su libertad (señorío) es capaz de proyectarse hacia la plena realización.

El personalismo realista es enriquecido con el llamado personalismo dialógico que hace de la categoría relación interpersonal paradigma y centro de la plenitud práxica en el hombre. En la relación con el otro, el dinamismo de la libertad se hace apertura, momento esencial para aprender y acoger la verdad sobre el bien. Estos dos momentos del personalismo posibilitan una transformación del sujeto ético. La persona a través de su acción se transforma, y esta a su vez cualifica la acción. La ética así contemplada no es un ejercicio frío de análisis de la corrección/incorrección de la acción sino de relación entre la acción y la persona, la persona y la acción que en íntima conexión pueden transformar la realidad porque a su vez ella se ha dejado transformar por la verdad sobre el bien. Personalmente se cree que esta posición es la más integradora y adecuada, ya que refleja la objetividad presente en la realidad creada y en la complejidad presente en el hombre. Reconocida la singularidad presente en la persona, la bioética se asegura la objetividad, el orden adecuado y los sistemas sociales y político-judiciales al servicio de la persona. Así la bioética podrá apostar por una cultura humana centrada en la persona y en la vida, donde la justicia y el bien sean los ingredientes para construir una ética de la vida y por la vida.

Otras voces

Bibliografía

Referencias

  1. «Uberto Scarpelli». Wikipedia, la enciclopedia libre. 20 de enero de 2020. Consultado el 2 de junio de 2020. 
  2. Busquets Alibés, Ester (septiembre - diciembre 2011). «Principios de Ética Biomédica, de Tom L. Beauchamp y James F. Childress». Tribuna abierta del institut borja de bioètica. ISSN 1579-4865. Consultado el 2 de junio de 2020. 
  3. 3,0 3,1 Engelhard, H.T (1996). Manual de Bioética. Barcelona: Paidós. 
  4. Sgreccia, Elio (1994). Manuale di Bioetica. Milán: Vita e Pensiero. p. 47. ISBN 8834312902.