Evolución (Teoría de la)

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Introducción

Comúnmente, con el término “evolución” se suele definir tanto a la evolución biológica en general como a la evolución humana en particular, aunque en este último caso se debiere acompañar siempre de algún calificativo que haga referencia al hombre. La evolución, en sentido biológico implica “cambio en el tiempo por lo que, realmente, la verdadera evolución se da en cada ser vivo como consecuencia de su desarrollo ontogenético, de los cambios que van del cigoto a la muerte natural como consecuencia de la manifestación del programa de vida propio de cada especie. Sin embargo, el concepto de evolución más arraigado, en el que literalmente se toma, incide más en el desarrollo filogenético, en los cambios producidos a lo largo del tiempo desde un ancestro común, dando lugar a diferentes especies. Es decir, la transformación de unas especies en otras, a veces de forma gradual, a veces brusca, y la ilación de las especies fósiles con las especies recientes. La “teoría de la evolución”[1] es la hipótesis, vulgarmente atribuida a Darwin, que explicaría los mecanismos y el modo de ocurrencia de la variación de la vida en el tiempo. Pero ya antes de que Darwin escribiese su famoso libro Sobre el origen de las especies… (1859) se hablaba de evolución en el ámbito científico bajo el término “transformismo” (Lamarck, 1809, y otros), y con posterioridad se han formulado nuevas hipótesis en las que se tienen en cuenta parámetros no darwinianos a la luz de los nuevos descubrimientos.

El concepto de evolución en sentido darwinista, sin embargo, ha calado más allá del mundo de las ciencias naturales, derivando en diversas ideologías y planteamientos filosóficos y sociológicos de notable repercusión, por ejemplo: la creencia en la supremacía de la raza aria o las políticas de selección eugenésica. Asimismo se habla de desarrollo psicoevolutivo de la persona y de selección psicológica (mental), sociológica, tecnológica, cultural… Y es que el concepto de evolución basado en la selección natural y en la supervivencia del más fuerte se ha extendido y generalizado tanto que estos mecanismos propuestos por Darwin se utilizan en otras ramas del saber e incluso en la vida cotidiana. De esta manera se ha llegado a confundir, muchas veces, evolucionismo con darwinismo[2], y la popularidad de Darwin ha llevado a convertir sus teorías en dogma de fe aplicables a cualquier actividad humana. Conociéndose así de darwinismo filosófico, social, cultural, etcétera.

Además, hoy día, el término se emplea también para la evolución de toda materia sin distinción, pues hay que señalar que los descubrimientos sobre la misma en los siglos XX-XXI, y sobre el cosmos en general, ponen de manifiesto la existencia de un universo en expansión y evolución continua desde su origen. Así la evolución deja de ser un término puramente biológico y pasa a ser un hecho universal. Desde este punto de vista, la evolución consiste en la variación que puede sufrir la materia-energía a través del espacio-tiempo de acuerdo a las leyes que gobiernan el universo, a la información que posee y a las cambiantes condiciones ambientales, que implican una reorganización de la misma de tal manera que ciertos sistemas materiales se transformen en otros sistemas materiales, incluso más complejos. Sin embargo, ¿es posible aceptar el hombre como una emergencia de lo espiritual desde la pura animalidad?

Las primeras ideas transformistas

La idea de evolución biológica de una especie a partir de otras es un hito bastante antiguo dentro del mundo de la filosofía natural, cuyos antecedentes hay que buscarlos en la Grecia Clásica. Aristóteles intuyó un sistema complejo de formas vivas en constante evolución, denominado “escalera de la naturaleza”. Las vastas aportaciones de las nuevas tierras exploradas a partir del Descubrimiento de América, el nacimiento de las academias de ciencias, el coleccionismo y los museos de ciencias naturales, permitieron un importante avance en el conocimiento de los seres vivos y de los fósiles. A mediados del siglo XVIII la idea de evolución, con el nombre de “transformismo” (la transformación de unos organismos en otros a través del tiempo), está muy extendida entre los naturalistas de la época. Buffón, en su obra Historia natural, general y particular (1749), llega a establecer líneas de parentesco entre diferentes animales. Sin embargo, hasta el siglo XIX no es posible verdaderamente hablar de propuestas claramente evolutivas.

Jean Baptiste Monet de Lamarck fue un gran científico y profesor universitario al que puede considerarse el “padre de la biología”, en sentido moderno, campo en el que realizó múltiples investigaciones. Su hipótesis sobre transformación de unos organismos a partir de otros más primitivos es la más antigua. Se basa en los caracteres adquiridos de generación en generación a consecuencia de los cambios ambientales: los individuos se adaptan a las nuevas condiciones modificando sus órganos para las nuevas funciones, y estas modificaciones son heredadas por su descendencia: “…Si las nuevas necesidades llegan a ser constantes y muy durables, los animales adquieren entonces nuevos hábitos, que son tan durables como las necesidades que les han visto nacer”. En 1809 escribió su famosa Filosofía Zoológica (que hace doblete en el bicentenario evolutivo), a la que verdaderamente se considera la primera “teoría científica” sobre el “cambio orgánico” (transformismo) en la que, de acuerdo a las observaciones comprobadas en el registro fósil, admite la existencia de una “tendencia a la complejidad” de los animales en el tiempo (a la que le da la categoría de ley natural) que sería la causante de la evolución gradual de unos en otros. Así, la evolución de los seres vivos sería como una especie de sucesión lineal progresiva en forma de cadena (existirían dos: animal y vegetal), desde la generación espontánea a los seres complejos, que formaría el “río de la vida”. El hombre sería el más alto eslabón de la cadena animal, y los organismos más primitivos serían el más bajo. Las desviaciones en la transmisión de los caracteres hereditarios a lo largo de la cadena darían lugar a variaciones de los organismos, correspondientes en complejidad según el eslabón en que se produjeren. Con el tiempo se comprobó que las adaptaciones funcionales, si no van acompañadas de un cambio genético, no son heredables.

Aportaciones de Charles Darwin

Nieto de Erasmus Darwin, que se había interesado por la transformación de los seres vivos a impulso del sexo, la alimentación y la seguridad, heredó de su abuelo el apasionamiento por el conocimiento de los hechos naturales. Sus “conocimientos científicos” provenían de la gran afición que tenía al coleccionismo y a la lectura para “desentrañar los secretos de la naturaleza”, como él mismo reconoce. Sin embargo, su breve etapa universitaria le acercó al mundo de la botánica y de la geología, y le permitió entrar en contacto con especialistas del campo de la ciencia. El que formara parte de la expedición del Beagle (1831-1836)[3], alrededor del continente sudamericano y a las Islas Galápagos, le llevó a conclusiones interesantes sobre la flora y la fauna del Nuevo Mundo. A la vuelta de este viaje, recluído en su mansión de Down House, Inglaterra, de donde apenas volvió a salir, cotejó sus notas con las ideas transformistas de sus predecesores y coetáneos, pero también con ideas de economía, sociología, filosofía, ganadería y agricultura de la época, para llegar, también, a la conclusión de que los organismos cambian en el tiempo. Su “teoría”, una elaboración personal de la sociología de Malthus y de Spencer a la naturaleza, como él mismo dice, está plasmada en la que se considera “obra cumbre del pensamiento evolutivo”: Sobre el Origen de las Especies por medio de la Selección Natural o el Mantenimiento de las Razas Favorecidas en la Lucha por la Existencia” (1859), en la que propone la evolución de las especies, variedades y razas (deja claro en la obra que no distingue entre estos términos) como conclusión de sus propias observaciones, recogidas en sus notas de viaje, y de lo que aprende sobre la “mejora” de plantas cultivadas y animales, según aclara, mediante la lectura de textos especialmente en relación con productos domesticados, a través de estudios publicados, de conversaciones con expertos ganaderos y jardineros. De esta manera defiende que, como las especies se reproducen en progresión geométrica ante unos recursos que son limitados, ha de haber un mecanismo que se encargue de eliminar parte de la población a fin de solventar este problema. La idea de “lucha por la existencia”, por la que los individuos entrarían en competencia por los recursos, y la de “supervivencia del más fuerte”, emanada de la situación social (alimentación, salud-enfermedad y supervivencia) entre las diferentes clases sociales de la Inglaterra victoriana, que favorecía la supervivencia de las clases altas, entraron en el campo de la biología de la mano de Darwin. La conclusión fue que en la naturaleza también existen los individuos y las razas más aptas que otros para la vida, en competencia con los más débiles, serían los que sobrevivirían. Ideas de origen social, económico, y filosófico que cristalizan en el concepto de “selección natural” como mecanismo evolutivo. La naturaleza sería la encargada de seleccionar a los individuos y operaría primando la supervivencia de los organismos mejor adaptados a cada ambiente, los más aptos, y que, en coherencia, serían también los más capacitados para reproducirse, favoreciendo así la supervivencia de sus descendientes sobre la de los más débiles, que se extinguirían (en aquellos momentos no se conocía la base de la herencia genética, que descubrió a finales del s. XIX Mendel). Es decir, la “selección natural” actúa en dos “con una inteligencia semejante a la de Dios”. Se ve que, aunque considere que la evolución del hombre se pudo haber producido a partir de la de los simios, no iguala el hombre a ellos, es más, apunta a que la evolución pudo deberse a un proceso de neotenia específico (con enlentecimiento del desarrollo embrionario y prolongación del período de crecimiento) causante de la encefalización. Otro mérito de esta obra es que, a pesar de la evidencia fósil de la época (centrada en Europa, solo se conocían los neandertales), señaló a África como la cuna de la humanidad, lo que se ha comprobado con posterioridad tanto a partir del registro fósil como de las características genéticas.

Del darwinismo a la Nueva Síntesis

El éxito de Darwin, ya en el s. XIX, se debió a su hipótesis sobre el origen común de todas las especies; sin embargo, el mecanismo causante de la evolución, “la selección natural operando sobre las variedades producidas, de forma gradual y lenta en el tiempo, por acumulación de variaciones al azar de generación en generación”, no fue definitivamente adoptada hasta bien entrado el s. XX. Desde entonces es un dogma de la doctrina biológica oficial, tal como esperaba el llamado “padre de la evolución”. Con el redescubrimiento en 1900 de los trabajos sobre la herencia de G. Mendel (1865), surge la llamada “Teoría Sintética de la Evolución”[4], o “Neodarwinismo”, que incorpora las aportaciones de la genética al modelo evolutivo de Darwin. Nace así el concepto de “mutación” (alteración genética espontánea responsable del cambio evolutivo, sometida a la “selección natural”), y el de “recombinación genética” (combinación entre los genes del padre y de la madre en el momento de formarse los gametos). Los cambios, por tanto, se producirían en las poblaciones, que son las que evolucionan, y no en los individuos aislados. Y la aparición de los nuevos caracteres es consecuencia de las mutaciones y de las recombinaciones genéticas, que hacen que los individuos sean todos distintos. En este nuevo modelo de evolución, los genetistas, en la línea de Darwin, identifican esta con cambios graduales en el curso del tiempo que, en forma de micromutaciones al azar, afectan a los individuos y quedarían inscritas en su código genético, transmitiéndose de este modo a las generaciones futuras. La selección natural primaría solo las mutaciones beneficiosas, las que permitieren la supervivencia de la descendencia. El aislamiento geográfico de una población derivaría en un aislamiento genético (con mutaciones propias y específicas) que al cabo de varias generaciones provocaría la aparición de nuevas especies si en este tiempo no ha habido cruzamiento que mezcle los genes con los de la población inicial. Es decir, el neodarwinismo asume la actuación de la selección natural sobre la variabilidad genética dentro de una población y la lucha por la existencia, sea competición por la disponibilidad de recursos o por el apareamiento, por el éxito reproductivo.

El término, “neodarwinismo”, ya había sido propuesto por Romanes para referirse a la teoría de la evolución basada en los estudios de Wallace y otros que defendían la exclusividad de la selección natural como mecanismo del cambio orgánico. Hoy se asocia a la “síntesis evolutiva moderna” de los años 1930-40, época en la que la mayoría de los biólogos aceptaba que los genes situados linealmente en los cromosomas eran el mecanismo de herencia principal, aunque seguía sin estar claro su compatibilidad con la selección natural y la evolución gradual. T. Dobzhansky publicó en 1937 Genética y origen de las especies, reafirmado, mediante pruebas experimentales, la “selección natural”, dando nacimiento a la “síntesis moderna”: La variación genética de las poblaciones surge por “azar”, mediante “mutación genética aleatoria” como fuente de variación, y la “selección natural” es la encargada de filtrar las variaciones. La acumulación de micromutaciones en el tiempo, en poblaciones genéticamente aisladas, producirían nuevas especies. Hoy día se sabe que la variación genética está causada por errores en la replicación del ADN, y por recombinación, mezcla, de los cromosomas homólogos durante la meiosis (pero también por activación y desactivación de genes y otros procesos complejos que ha puesto de manifiesto, recientemente, el desciframiento de los genomas de diferentes organismos). La evolución, entonces, consistiría, básicamente, en los cambios en la frecuencia de los alelos entre las generaciones, resultado de la deriva genética, del flujo genético y de la selección natural. La especiación tendría que ser gradual entre poblaciones aisladas reproductivamente, por ejemplo por barreras geográficas.

La “síntesis evolutiva moderna” siguió desarrollándose y refinándose con nuevos trabajos a lo largo del siglo XX, incorporando los nuevos descubrimientos de la biología y afianzando el concepto de “selección natural”, que se ha llegado a convertir en una especie de dogma. A partir de los años 60, la visión de la evolución se extendió a los genes y al ADN, y a fenómenos como la “selección de parentesco” o el “altruismo”, conceptos desconocidos para Darwin. Hasta el punto de afirmar que el gen es la única “unidad de selección” verdadera, y que los genes del mismo alelo llegan a competir entre sí (“Teoría del gen egoísta” de R. Dawkins, hoy descartada), de tal forma que los seres vivos son, simplemente, una estrategia de supervivencia de los genes. Este autor, además, amplió la idea darwinista de selección natural, “la primacía del más apto”, a sistemas no biológicos, como los “memes”, unidades de cultura equivalentes a los genes que regirían la evolución cultural propia del Homo sapiens, algo totalmente discutible. Por otro lado, la “Síntesis” insiste en el “azar”, junto a la “selección natural”, como atributo de la evolución.. Ya no se acepta la progresión de las especies hacia la perfección en el tiempo: todas las especies son equivalentes entre sí en cuanto a progreso alcanzado puesto que han sido y son las “más aptas” en cada tiempo y lugar.

En resumen
La “nueva síntesis” se basa en la considerada “unidad de evolución” (los genes, sometidos a selección natural) y la “genética de poblaciones matemática”. Sin embargo, la nueva genética está demostrando que la genética de poblaciones no se cumple siempre, que el gen no es la unidad de evolución y que el genoma de los diferentes organismos es bastante estable, casi común a todos, y que, tal vez, la diferencia entre unos organismos y otros radique:
  • En las proteínas.
  • En fenómenos epigenéticos.
  • O en procesos que todavía se desconoce.

Aunque falta mucho para decir la última palabra, el consenso de la mayoría de la comunidad científica considera estos problemas solo como “desacuerdos” y como “nuevas ideas” sobre “puntos específicos”, cuesta derribar dogmas, y la “teoría sintética” sigue siendo la “piedra angular de la biología moderna”.

Límites del darwinismo y del neodarwinismo

Todavía hoy siguen sin resolverse satisfactoriamente algunos procesos biológicos que la “teoría sintética” no explica. Fenómenos como el de la:

  • “transferencia genética horizontal” entre los procariotas lleva a considerar no solo la revisión de muchas interpretaciones sino el replanteamiento de algunas hipótesis.
  • Incluso la revisión completa del “cuerpo conceptual de la evolución”.
  • Problemas como el de los “eslabones perdidos”, ya puesto de manifiesto por Darwin.
  • Los “fósiles vivientes”.
  • Las “formas intermedias” no encuentran una explicación en la síntesis moderna.
  • La “Explosión del Cámbrico” es un misterio.

Además, la concepción clásica de la evolución, heredada de Lamarck y Darwin, hacia el progreso y la complejidad, se ha visto alterada por un mejor conocimiento del mundo real. La historia de la vida se encuentra protagonizada por las bacterias en sentido amplio, hasta el extremo de que las modernas clasificaciones de los seres vivos se han ampliado con categorías sistemáticas superiores por encima del término reino, los dominios, de los que dos son exclusivamente procariontes (Arqueobacteria y Termobacteria) y el tercero es compartido por toda la vida eucarionte (Eucaria). Y el árbol “universal” de la vida[5], propuesto por Darwin, un árbol en continuo crecimiento y desarrollo desde el ancestro común, se convierte en un arbusto fundamentalmente “bacteriano” en el que la vida pluricelular está representada por tres pequeñas ramitas (hongos, animales y plantas) de un brazo muy ramificado. Esto confirma que la evolución ha partido de una célula bacteriana, y que la vida “bacteriana” se ha mantenido como única forma de vida durante las cuatro quintas primeras partes de la historia del la Tierra. Por otro lado, la conservación de la secuencia “ARN ribosómico 16s”, que aparece en todos los seres vivos, puede confirmar lo tremendamente conservadora que puede ser la naturaleza y lo lenta que es la evolución en ciertas estructuras: el aumento de complejidad es algo tan insignificante en el conjunto de la vida que cabría incluso admitir que no hay una tendencia a la complejidad y que la especiación no significa complejización.

Otro problema evolutivo ha sido aportado desde la revolución biológica que ha supuesto el desciframiento de los genomas de muchos organismos, que ha puesto en evidencia la estabilidad de los mismos en el tiempo, y un origen que escapa a la “selección al azar de mutaciones ciegas y acumulables en el tiempo”. Los genomas son extraordinariamente comunes entre sí, incluso entre organismos filogenéticamente muy separados, y hay genes que regulan la expresión morfológica durante el desarrollo embrionario obedeciendo a un plan propio de cada especie. La aparición de elementos móviles, repeticiones, inversiones, duplicaciones, etc. complica aún más la cuestión. Se desconoce la función del denominado “genoma basura” y se cree que el epigenoma puede ser el responsable de la herencia genética y de la evolución. La presencia de genes de origen bacteriano, vírico, o incluso procedentes de un cuarto dominio todavía desconocido, implica un nuevo mecanismo de evolución no sospechado hasta ahora: la infección, simbiosis o transferencia horizontal de material genético entre diferentes especies sin que se conozca ni el cómo ni el por qué, genes que son responsables de importantes estructuras y funciones en los organismos complejos. Ya no se puede identificar un gen con una proteína, los genes se activan y desactivan en cascada, y genes diferentes pueden codificar la misma proteína mientras que un mismo gen puede intervenir en la síntesis de varias proteínas. En los organismos complejos los mismos genes están especializados en las mismas estructuras funcionales (aunque morfológicamente diferentes), y la alteración o cambio de locus de los mismos, origina cambios estructurales.

La existencia de macromutaciones son otro escollo, pues en la “doctrina oficial” no se aceptan si no es para hablar de una acumulación de micromutaciones en un largo periodo de tiempo. Pero la realidad es que existen procesos evolutivos que afectan a niveles superiores al de población:

  • Especies o grupos taxonómicos (géneros, familias…).
  • Con ritmos de evolución muy rápidos.
  • Extinciones masivas seguidas de rápido reflorecimiento y diversificación.
  • Evolución genómica por transferencia horizontal de genes, etc.

Solo son explicables desde una concepción macroevolutiva. Goldschmidt (1940) fue uno de los biólogos que más se opuso a la equiparación entre macroevolución y microevolución que defendía la síntesis moderna, y propuso, para los hechos mencionados, dos mecanismos de tipo saltacionista: Las “mutaciones sistémicas” por reconfiguraciones “exitosas” de los cromosomas de sistemas genéticos enteros, sería uno de ellos, y hasta “puede que todos los cambios genéticos surjan como alteración del patrón cromosómico, y que las micromutaciones correspondan a modificaciones de extensión espacial y efectos fenotípicos mínimos” (Gould, 2004). El segundo mecanismo serían las “mutaciones ontogenéticas” capaces de afectar a genes con importantes funciones, como los del desarrollo, y de producir “monstruos prometedores” jugarían un importante papel. Un pequeño cambio genético en un estado embrionario temprano podría inducir efectos en cascada a lo largo del desarrollo posterior. “Si el resultado no es, como ocurre a menudo, una mostruosidad incapaz de completar su desarrollo o de mantenerse viva, tal cambio en un solo paso puede dar lugar a una construcción completamente nueva” (Goldschmidt, 1940). Es decir, el modelo darviniano funcionaría a nivel intraeaspecífico pero no conduciría a un proceso de especiación, las especies genuinas estarían separadas por “vacíos sin puentes”. Especialmente el diseño del ojo primate es inconcebible desde una óptica de pequeñas mutaciones al azar. Otros autores llegaron a proponer el “estrés” como condición ambiental que favoreciera importantes cambios orgánicos desde pequeñas diferencias genéticas. Desfenestrada en su tiempo, la macroevolución ha vuelto a ser reconsiderada, a partir de los años 70 del pasado siglo, aunque no de forma generalizada. La aceptación de las catástrofes como mecanismo desencadenante de un proceso macroevolutivo excepcional marca un hito al respecto, y los descubrimientos procedentes de los desciframientos del genoma han vuelto a colocar sobre el tapete de la mesa estas ideas. Las reticencias aún son notables, tanto por los ultradarwinistas como por los creacionistas y por los defensores del aumento de complejidad específica y de la complejidad irreductible, al poner límites a la evolución, pero que no se conozca todavía bien los mecanismos de la macroevolución no significa que se tenga que negar lo que es evidente.

De todas formas, junto a los nuevos avances y descubrimientos sobre la vida, el mayor obstáculo para la evolución de tipo darwinista, basada en la selección natural y en mutaciones ciegas al azar, es antiguo: la llamada “Explosión del Cámbrico”[6], un “evento de revolución biológica” acaecido hace 543 millones de años en el que aparecieron la mayoría de los phyla existentes hoy a partir de unas formas sin conexión aparente, escasas, poco variadas y mayoritariamente unicelulares (protistas, arqueas o bacterias). La “explosión cámbrica” es aún hoy un misterio a pesar de que el registro fósil cambriano es de los mejor conocidos y más completos de la Tierra, tanto en el espacio como en el tiempo (se habla de un fenómeno global). Los datos genéticos apuntan a un origen común de todos los animales hace más de 600 millones de años, en el Precámbrico, pero no explican la irrupción de formas, repentina y única, acaecida cien millones de años después. Se habla de macromutaciones, pero no se dan razones. Se habla de un cambio a gran escala, geológicamente súbito, que lleva implícito una reestructuración acelerada e importante del genoma, y la irrupción de planes de desarrollo orgánico no solo completamente nuevos sino completamente diferentes en varias direcciones, la mayoría de los cuales perduran hasta la actualidad. Se habla de “algo” nuevo y repentino que no se vuelve a repetir. De un misterio no resuelto que, todavía hoy, lleva a plantearse sobre el verdadero mecanismo de la evolución. ¿Qué ocurrió a mediados del Cámbrico para que la vida aumentara su complejidad casi de golpe?, ¿qué ocurrió hace cerca de 150.000 años atrás para que apareciera una especie libre y consciente de sí misma?

En cuanto a los famosos “eslabones perdidos”, hoy, después de siglo y medio de darwinismo, se sabe que no se han encontrado porque nunca han existido. Porque las variaciones observadas por Darwin en sus experimentos de granja no afectaban a las especies porque creaban variedades y razas, que no dejan huella en el registro fósil. No hay “formas intermedias” entre unas especies y otras. Se sabe que cada especie es cerrada en sí misma, que tras un periodo de “estasis” (sin cambios) más o menos largo (incluso de más de diez millones de años) desaparece con todas sus variedades, y que esta desaparición obedece, generalmente, tanto a presiones ambientales como a mecanismos todavía no bien conocidos. Los “fósiles vivientes” serían el caso extremo de la estasis, no solo perviviendo durante cientos de millones de años sino incluso llegando hasta la actualidad. Mención aparte merecen las “extinciones masivas” que afectan no solo a especies sino a géneros, familias y otras categorías sistemáticas superiores, y de cuya existencia y alcance real Darwin ni siquiera llegó a sospechar. El registro geológico habla de renovación completa de la biosfera, hasta en más de un 95% de sus especies, en determinados momentos de la historia de la Tierra. Las llamadas “cinco grandes” han tenido lugar a partir de la “Explosión del Cámbrico” (los registros geológicos más antiguos son muy difíciles de estudiar en profundidad debido a que los organismos mayoritariamente tenían un cuerpo blando, más difícil de conservarse, o eran microscópicos) y están relacionadas con grandes catástrofes planetarias o extraplanetarias de origen variado y/o acumulado. El conocimiento de eventos con componente catastrófica en tiempos más remotos hace pensar que estos acontecimientos han tenido un peso importante en la evolución de la vida, que son los responsables de la existencia de estratos casi estériles, y de la ausencia de formas intermedias por ¿profundos y revolucionarios cambios genéticos? Las catástrofes naturales actuarían como “aceleradores” de la evolución.

Puntualismo

Desde antiguo (s. XVII) se ha constatado que el registro fósil a veces se interrumpe bruscamente y es sustituido por un nuevo registro casi totalmente novedoso. Siempre así. Las especies aparecían de repente en un momento dado, a partir del que florecían sin sufrir cambios hasta que, de nuevo de manera súbita, desaparecían y eran reemplazadas por especies nuevas. Pero es que, además, mientras que ciertas especies tienen una vida breve, otras por el contrario se extienden a lo largo de varias eras geológicas, los llamados “fósiles vivientes”. Por ello S.J. Gould y N. Eldredge (1972) proponen una nueva hipótesis, la “Teoría del Equilibrio Puntuado”[7], no exenta de controversias, para adecuarse a la realidad de un registro fósil tenazmente discontinuo y carente de “formas de transición”, que sería la verdadera pauta evolutiva. Postularon que los registros fósiles de grandes poblaciones deberían ser estáticos en el tiempo, y que se verían aparecer de repente formas nuevas en zonas periféricas procedentes de especies anteriores. Las nuevas especies se formarían por migración y aislamiento geográfico en un tiempo tan corto, en una población tan reducida, y en un espacio tan limitado, que las “formas intermedias”, que necesariamente se habrían producido en el nuevo entorno, tendrían dificultad para, si es que llegaron a fosilizar, ser descubiertas por los paleontólogos. De esta manera, una nueva especie no surge por la lenta transformación de todos sus antepasados [sino solo de algunos]. Durante la mayor parte del tiempo de existencia de una especie, esta permanecería estable o con cambios menores (periodos de “estasis”), que “se traducirían a escala geológica en la continuidad y lentitud del gradualismo filético” (Gould, 2004). No se discute el carácter gradual del cambio evolutivo sino que se niega la uniformidad de su ritmo ya que existen “puntos” en el registro fósil que indican “aceleración de la evolución”, en una teoría de cronologías relativas, de estasis frente a puntuaciones. De esta manera se obvian los famosos “eslabones perdidos” y se limita el proceso de especiación a esos “puntos” de cambio acelerado, probablemente relacionados con una evolución alopátrida (los progenitores estarían en otra zona), o incluso con causas aleatorias extrabiológicas (crisis ambiental más o menos intensa) sin necesidad de migración y de aislamiento geográfico de una población minoritaria.

Es decir, las especies nacerían en momentos “puntuales” y luego persistirían durante toda su vida en amplios periodos de “estasis” en los que pueden acumularse pequeñas variaciones al azar. Y es que, realmente, el equilibrio puntuado es una especie de puntualismo-gradualismo, pues deja entrever que un suceso rápido, un instante geológico, se consideraría lento y gradual en términos de vida humana y no tendría por qué implicar saltaciones. Vbra (1985) propuso la hipótesis del “pulso renovador”, que pone el énfasis en las rupturas medioambientales causantes de extinción (diezmación) por la rápida alteración de las condiciones favorables de las especies precedentes, de la fragmentación de hábitats, y del aislamiento geográfico de las alopátricas. Es decir, los amplios periodos de estasis estarían interrumpidos por bruscos y cortos periodos de “diezmación”, o de extinción de las especies, que a su vez serían los nuevos “puntos” de especiación de las supervivientes o de florecimiento. Hoy se sabe que han existido toda una serie de fenómenos en la historia del Universo y en la de la Tierra de componente catastrófica, imprevisibles pero no imposibles dentro de la dinámica que caracteriza al Universo, que han alterado totalmente las condiciones ambientales provocando terribles extinciones masivas que casi dejaban el planeta despoblado como hace 250 millones de años. Pues bien, se ha comprobado que en periodos catastróficos (de crisis ambientales) las pautas de evolución se invierten: la supervivencia no es cosa de los más adaptados sino de los menos adaptados (los generalistas), y la “selección natural” deja de actuar. La hipótesis del lento gradualismo ininterrumpido que caracteriza a la evolución darwiniana queda, así, en tela de juicio. La lucha continua por la existencia también. Así como la superviviencia del más adaptado.

Gould, tras enunciar la Teoría de los Equilibrios Puntuados y constatar el catastrofismo como una realidad, llegó a identificar las épocas de crisis (de diezmación) con determinadas catástrofes, por lo que llegó a decir que “la evolución no es cuestión de buenos genes sino de buena suerte”. Y las causas de esas macromutaciones hay que buscarlas tanto en acontecimientos terrestres (biológicos o geológicos) como extraterrestres, propios de la dinámica del universo, ampliando así la perspectiva de interrelación sistémica. Muchas veces tendrían una componente catastrófica clara, como la caída de un meteorito de gran tamaño, que podría llevar aparejada un cambio de biosfera, otras podrían obedecer a causas combinadas. Crisis, pues, eran verdaderas rupturas. “La historia de la vida es una narración de eliminación masiva seguida de diferenciación en el interior de unos cuantos stocks supervivientes (diezmación), no el relato convencional de un aumento constante de excelencia, complejidad y diversidad” (Gould, 1995).

Neocatastrofismo

Un geólogo inglés, Charles Lyell, amigo personal de Darwin, recogiendo las ideas uniformistas de Hutton, definió el llamado “principio del actualismo” por el que los procesos geológicos actuaban de forma uniforme y gradual en el tiempo sin estar sometidos a grandes cambios, a grandes revoluciones geológicas, como se decía entonces: “la llave del pasado es el presente”. Estas ideas de Lyell influyeron notablemente en Darwin, y ambos montaron un tándem explicativo cuyas consecuencias se viven todavía hoy. Sin embargo, eran muchos los geólogos y paleontólogos que estaban lejos de aceptar esta uniformidad-actualidad de los procesos naturales. Las extinciones masivas (bruscas o escalonadas) se han sucedido en la Tierra desde que existe vida, se cuentan al menos diez desde que se descubrió la fauna de Ediacara (finales del Precámbrico) y hay que suponer que también tuvieron lugar en la vida antigua. La tentación de utilizar las grandes catástrofes naturales como explicación de estos hechos siempre, y de forma recurrente, estuvo presente, hasta que la aceptación de la “selección natural” como dogma de fe biológico echó por tierra estas hipótesis. Pero a finales del siglo XX, tímidamente, el catastrofismo consiguió abrirse un hueco de nuevo. Y, es que cada aparición súbita de nuevas especies no solo indica extinción masiva de otras, sino que va asociada a grandes cambios geológicos que indican fuerte cambio de las condiciones ambientales con presencia de:

  • Metales extraños.
  • Incendios masivos.
  • Vulcanismo intensivo.
  • Generalizado, liberación masiva de aerosoles, variaciones climáticas, del nivel del mar, de la composición atmosférica, mares envenenados.
  • Impacto de bólidos extraterrestres.
  • Un largo etcétera de componente más o menos catastrófica.

Las mutaciones acumuladas, la deriva genética, el aislamiento geográfico, la supervivencia del más apto y la selección natural no tienen nada que decir ante estos cambios bruscos del registro fósil.

La constatación, en la actualidad, de la caída de un asteroide hace 65 millones de años, junto a la península del Yucatán (Méjico), que acabó con la vida de más del 75% de las especies existentes entonces, ha reabierto la vieja polémica del Catastrofismo (que cerró precisamente la Teoría de la Evolución de Darwin en el s. XIX). Esta extinción dibuja un escenario dantesco y apocalíptico equivalente al que producirían miles de bombas atómicas detonando al tiempo; un escenario de sobra imaginado tras los terribles efectos de las bombas atómicas lanzadas contra Hiroshima y Nagasaki y, sobre todo, bajo el fantasma del miedo por una inminente conflagración mundial en plena Guerra Fría. Muchos autores, bien familiarizados con el registro fósil, han encontrado en las catástrofes naturales, por fin, las causas de las extinciones masivas, en sustitución de la selección natural en determinados momentos, como principal factor evolutivo en una crisis geológica: En un acontecimiento catastrófico se invierte la pauta del modelo darviniano porque, debido a la brusquedad del cambio de las condiciones ambientales, es más fácil que sobrevivan los organismos generalistas sobre los mejor adaptados, y así lo pone en evidencia una y otra vez el registro fósil.

Así, se confirma que la historia de la vida es una historia de florecimiento, estasis y diezmación seguida de periodos de recuperación y diversificación. Y el árbol de la vida ya no es ese tronco, o arbusto, que va echando ramas más o menos largas poco a poco, es un árbol que sufre de vez en cuando drásticas e imprevisibles podas en muchas ramas, de las que algunas nunca más vuelven a recuperarse, y otras, por el contrario, brotan fuertes y se ramifican ampliamente, incluso aquéllas que, con anterioridad a la poda, parecían débiles, poco aptas y condenadas al fracaso (como ocurre en las ramas que conducen al hombre). Las grandes crisis renovarían la biosfera terrestre existente en ese momento, provocando extinciones y alteraciones genómicas en parte de los supervivientes, lo que repercutiría en el desarrollo embriológico de los descendientes, bien para dar monstruos inviables o especies nuevas. “La clave de la complejidad no hay que buscarla en un gran número de genes sino en un alto número de combinaciones e integraciones entre relativamente pocas unidades de información genética” (Gould, 2004).

Simbiogénesis

También a finales del siglo pasado ha surgido una nueva visión de la evolución biológica debida a L. Margulis: “la evolución por simbiosis”: la simbiosis es la fuente principal de la variación heredada, mediante la cual se combinan genomas enteros. La célula eucariótica sería consecuencia de la simbiosis entre diferentes bacterias primitivas que encontraron en la cooperación una forma más eficiente de supervivencia ante las cambiantes condiciones del ambiente, sobre todo ante la acumulación del agresivo oxígeno libre excretado por los primeros organismos fotosintéticos. De hecho los orgánulos celulares como mitocondrias (con ADN propio), flagelos, cloroplastos, etc, se reconocen bien como organismos procariontes que un día tuvieron individualidad propia. Los multicelulares serían igualmente consecuencia de simbiosis muy perfectas entre organismos unicelulares. Reconocen este origen animales, hongos y plantas muy sencillos. La simbiosis es tan corriente en la naturaleza que casi todos los organismos que la practican, conviven en armonía y de forma inseparable con algún/os otro/s. Así mismos, el hombre, vive en simbiosis perfecta con ciertas bacterias sin las que la vida peligre, como las que están alojadas en el intestino y cuya ausencia o disminución provoca trastornos más o menos graves (lo que se denomina pérdida de la “flora intestinal”). Incluso por esta teoría se ha llegado a explicar la naturaleza del cáncer como la actuación no solidaria de alguna célula de un organismo y su reproducción independiente y al margen de este. Esta idea de cooperación entre entes materiales ha llegado a ampliarse por algunos científicos hasta el nivel de materia inorgánica como forma de explicar las diferentes combinaciones de elementos del Universo, Y otros, más osados, pretenden que el futuro de la humanidad sea un macroorganismo simbiótico, como el “cibionte” de Rosney, un organismo neuronal formado por la unión de todos los hombres a través de redes informáticas: las hombres serían las nuevas neuronas de ese “ser”.

La hipótesis de Margulis se relaciona también con la transferencia horizontal de información, causante de nuevos genomas, si no por simbiosis por “infección”. La infección, junto a la simbiosis, se convierte así en un nuevo mecanismo de evolución, y la evolución ya ni es gradual ni es temporal, entra en juego un concepto espacial por el que un nuevo diseño puede surgir en un momento dado porque dos genomas se unen total o parcialmente. Esto, que puede parecer imposible en organismos complejos, es extremadamente simple cuando se ciñe a las células germinativas (óvulo y espermatozoide), en las que el mensaje quedaría alterado y el plan de desarrollo embrionario, tras la reproducción, sería totalmente nuevo. Porque no solo hay mutaciones beneficiosas y perjudiciales, también lo son las infecciones, el compartir material genético ajeno. La idea es osada, pero el Proyecto Genoma[8] ha sorprendido con orígenes diversos para los genes de un mismo genoma.

Sin embargo, a diferencia de su teoría sobre el origen de las células eucariotas, la teoría de Lynn Margulis sobre la simbiosis entre microorganismos como importante fuerza de evolución, no goza de popularidad dentro de la comunidad científica “por carecer de evidencia contundente conforme a las hipótesis vigentes”. Es decir, la simbiosis es lo más opuesto a la lucha por la supervivencia, es cooperación frente a lucha, es altruismo frente a violencia. La simbiosis no es selección, responde a presiones ambientales, es pauta de supervivencia mediante renuncia a la individualidad. Y los prejuicios y los dogmas científicos establecidos dicen que la infección es perjudicial frente a la mutación. A veces se olvida que en la naturaleza prima el principio de economía metabólica y de que, aunque no se sabe qué es la vida, porque no sé es capaces de definirla, lo que sí es posible conocer con rotundidad es que la vida se caracteriza por un movimiento interno que tiende siempre a conservarla, y esto se cumple tanto en la simbiosis como en la infección, es más. Incluso provocan diversidad, nuevos diseños de manera muy simple. Pero al margen de la verosimilitud, o no, de esta teoría más allá del nivel celular, la enseñanza que se desprende de ella es que el Universo ha llegado a ser lo que es por el camino de la solidaridad y la cooperación, del altruismo, algo que se debiera tener en cuenta la humanidad actual a la vista de los problemas que la aquejan.

Otras explicaciones

Otra visión de la evolución, como modeladora de la materia universal, se manifiesta en las “corrientes de complejidad creciente” que, aplicando la Teoría del Caos[9], las ciencias de la información y la dinámica de sistemas, afirman que todo sistema del Universo es consecuencia de la existencia de otros sistemas anteriores que se “aúnan” para dar un nuevo todo, un nuevo sistema, con nuevas propiedades “emergentes”, superiores a las de las partes implicadas. Desde este punto de vista, la materia elemental daría lugar en su evolución a materia más compleja en un recorrido que iría desde las partículas iniciales subatómicas (leptones y quarks), pasando por los atómos y moléculas, en una evolución puramente química, a la evolución bioquímica, a la materia orgánica, a la vida y, finalmente, a la conciencia reflexiva. Es decir, a una serie de “emergencias” sucesivas en las que el grado de complejidad material va aumentando. Esta filosofía, que se hunde en las ideas de J. Stuart Mill (1843) sobre “leyes heteropáticas” de los cuerpos materiales conducentes a nuevas propiedades (que emergen) no reducibles a sus componentes, toma carta de naturaleza, con más o menos altibajos, en el siglo XX, llegando incluso a ser manifiestamente holista. Las propiedades emergentes de los sistemas autoorganizados se caracterizarían por ser impredecibles y manifestarse en redes complejas y globales. Se debate sobre la posibilidad de reducir la psicología a la biología, la biología a la química, y esta a la física, lo que implica que la totalidad del universo, desde su origen a la actualidad, es solo materia organizada en niveles caracterizados por propiedades específicas no reducibles a las de los niveles inferiores. La vida emerge de la materia inanimada. La mente (inmaterial) a partir de un sistema nervioso de los organismos. El hombre (un ser espiritual) emergería de un animal (ser material). El universo sería una jerarquía de “niveles emergentes” cuya aparición es resultado de la evolución. Y es que las ciencias de la complejidad trabajan sin necesidad de la realidad material a diferencia de las ciencias naturales. La nueva física y las matemáticas con sus nuevos descubrimientos sobre la no-linealidad, y sobre los sistemas complejos, pueden ofrecer soluciones viables para diferentes problemas actuales relacionados con procesos biológicos, médicos, epidemiológicos, sociales, económicos, financieros y organizacionales y pretenden ser la solución para los problemas evolutivos. “El todo es lo importante” porque la totalidad no es una suma de células, seres humanos, palabras o neuronas, en ella se presentan propiedades que “emergen” o surgen solo en la acción colectiva y que de manera individual no tienen sentido. Lo que llevaría a admitir que la nueva física sería la ciencia absoluta capaz de explicar toda la realidad, algo hoy por hoy inaceptable.

Ya Teilhard de Chardin, en diferentes escritos, había comentado que la evolución es un camino que va desde la mónada primitiva al Cristo Cósmico (Punto Omega) y que la tendencia hacia la mayor complejidad significaría también la tendencia hacia mayores niveles de conciencia, “en un doble movimiento conjugado de enrollamiento cósmico y de interiorización (o centración) psíquica”. De esta manera, en el curso del tiempo, habría aparecido en la Tierra una nueva capa, una envoltura pensante o “noosfera”, superpuesta a la litosfera, a la hidrosfera-atmósfera y a la biosfera. Es decir, la evolución sería un proceso cósmico que englobaría a la materia, a la vida, a la inteligencia y al espíritu en “un principio descriptivo de mayor generalidad”, capaz de llegar todo lo lejos que pueda hacia la perfección, según lo que llamó “ley de complejidad-conciencia”. El Punto Omega sería “una colectividad armonizada de conciencias, que equivale a una especie de superconciencia. A un solo y amplio grano de conciencia a nivel sideral. La pluralidad de las reflexiones individuales agrupándose y reforzándose en el acto de una sola reflexión unánime, (1955)” de carácter universal. Subyace, así, una especie de emanentismo panteísta, de carácter finalista, que sería la fuerza motriz de la evolución en un proceso gradual desde el punto alfa hasta el omega. De esta manera compatibiliza la selección natural con un sentido implícito en la evolución del universo, religioso, que se materializaría, al final de los tiempos, en el Cuerpo Místico de Cristo (del Cristo Cósmico). Estas ideas han permeado en J. de Rosnay, como se pueden ver en la propuesta de evolución futura: “el hombre simbiótico”[10] (ser neuronal formado por la unión de todas las conciencias), basado en la emergencia de la complejidad-conciencia desde la teoría de sistemas. Y en H. Reeves, que acepta el que el universo tenga un sentido, una dirección marcada por la flecha del tiempo, hacia niveles de complejidad-conciencia cuyas semillas estaban ya presentes en el Big Bang, en la información que tenían las partículas elementales y en las leyes que las rigen. La conciencia reflexiva sería el último peldaño alcanzado. “Para que la complejidad aumente (...) es preciso que sea “posible”, (...) que las leyes de la física (...) la permitan. Es preciso que la vida y el pensamiento ya estén inscritos en las potencialidades del universo primitivo. De lo contrario todos los meteoritos del mundo no habrían logrado hacer aparecer a Mozart entre la descendencia de nuestros pequeños antepasados lemúridos” (Reeves, 1998). Esto significa que para que haya vida en un universo hace falta un universo como en el que viven las personas. Pero la pelota sigue en el tejado: ¿existe el multiuniverso?, un universo diferente en el cual vive el hombre ¿cómo habría evolucionado?, ¿cuál sería el origen de esas fluctuaciones cuánticas capaces de transformarse en universos diferentes?

Otros autores piensan que hablar de evolución es hablar de complejidad porque es un concepto común a la física, a la biología y a la sociología. La evolución sería cuestión de termodinámica del no-equilibrio y ganar en complejidad creciente sería ganar información. Como las catástrofes (matemáticas) están previstas en la “teoría de la complejidad”, no solo se hablaría de un concepto que hunde sus raíces en Carnot, Darwin y Spencer, sino que casaría también con el lamarckismo, el catastrofismo y con el puntualismo de Gould, especialmente con estas últimas hipótesis.

Basándose también en las ciencias de la complejidad y de la información, en el registro geológico y en los nuevos descubrimientos genético-embriológicos, Sandín (2003) propone un nuevo paradigma en el que separa evolución de adaptación. Así, niega la selección natural darwiniana por variaciones graduales al azar como causa de la evolución, que para él es mera adaptación, y opta por un emergentismo biológico en el que los eventos cósmicos inciden sobre la materia incrementando la complejidad de la información, o verdadera evolución. Sandín es crítico con los argumentos de tipo económico en los que Darwin basó su hipótesis, y que subyacen en la “teoría sintética”: competencia, selección, coste-beneficio, estrategia reproductiva, explotación de recursos, productividad, rentabilidad, control demográfico, … concepciones propias de la sociedad humana, nunca fenómenos naturales, por lo que no podrán ser parámetros evolutivos.

  • La nueva biología.
  • La nueva geología.
  • Incluso la nueva física, y el mayor/mejor conocimiento del registro fósil obligan a replantearse continuamente el proceso de especiación, y a preguntarse por el mecanismo de aparición de las nuevas estructuras y de los nuevos diseños.

Los cambios morfológicos han de responder, forzosamente, a cambios en el plan de desarrollo embrionario para poder manifestarse como nuevos órganos y estructuras en el organismo adulto, mientras que la selección natural no podría explicarlas puesto que solo actúa sobre los que ya existen. Como se sabe ahora, la transmisión de los caracteres hereditarios no responde a las leyes de Mendel sino que depende de múltiples y variados factores, y de interacciones complejas, que nunca ocurren al azar: genómicos, epigenómicos y proteínicos, así como de las circunstancias ambientales. Asimismo, de la existencia de elementos móviles, dentro del genoma de animales y vegetales, y de secuencias de origen vírico y bacteriano con una funcionalidad precisa y determinada que responden con facilidad a las influencias ambientales, alterando la estructura del genoma original, su regulación génica, y la embriogénesis de un nuevo organismo si esos cambios afectan a las células germinativas. Cambios que se traducirían en la aparición de nuevas especies e incluso en nuevos pyla, como en la “Explosión del Cámbrico”[11], de la que ya hemos hablado, y como los “saltos” del registro fósil. Cambios que también encajarían en un modelo catastrofista, hoy suficientemente aceptado y demostrado, donde, indiscutiblemente, las grandes crisis planetarias coinciden con los grandes cambios estructurales y de organización de los organismos y con la renovación de la biosfera. Pues bien, todos estos hechos, unidos a que el Segundo Principio de la Termodinámica, ley inexorable para toda la materia-energía, admite la existencia de “momentos” (procesos neguentrópicos) en los que el orden aumenta sin alterar la entropíageneral a la que está sometido el universo. Las grandes crisis planetarias serían acontecimientos cósmicos (eventos críticos) que aportarían la necesaria energía para un comportamiento cuántico de la información en un proceso de neguentropía que, en los sistemas biológicos, se traduciría en aumento de la complejidad y en la aparición de nuevos diseños. De esta forma “emergerían” seres más complejos y la evolución continuaría. Recapitulando, el mecanismo darwiniano basado en el azar y la selección natural funcionaría para la adaptación lenta y gradual de las variedades a sus cambiantes hábitats, pero no permitiría evolucionar en el sentido de aumento de la complejidad. Realmente, la mayoría de los cambios ocurridos a lo largo del tiempo serían de este tipo, adaptativos, por eso en el registro fósil se logran apreciar descendencia con modificación o estancamiento, es decir, “estasis”. Las revoluciones geológicas (muchas de origen cósmico) serían eventos críticos que cursarían con aumento de información en los sistemas existentes (cambio del plan de desarrollo embrionario o verdadera revolución biológica) o con extinción (evolución interrumpida), con un aumento de la complejidad que es verdadera evolución. Es decir, las radiaciones filogenéticos son evolución cuando hay un salto de complejidad creciente en una nueva dirección no coplanar a la misma. El problema radica en que sus emergencias van más allá de la materia-energía, más allá de la ciencia, son metafísicas. ¿Cómo explicar la complejísima realidad humana, tremenda revolución biológica, por una emergencia que ni siquiera ha estado relacionada con un evento cósmico relevante?, y el discontinuo registro fósil no responde tampoco al orden de complejidad biológica con las que data las diferentes emergencias.

La hipótesis del “diseño inteligente” surgida desde el campo de las ciencias de la complejidad, de la información y de la lógica matemática, sería “una forma muy especial” de emergentismo, puesto que admite la existencia en el tiempo de complejidad creciente por aumento de la información. Sin embargo, no admite que los sistemas complejos estén ya presentes en los sistemas simples sino que cada “emergencia” (nuevo diseño) es producto de una “inteligencia” que causa el aumento de información. Es decir, en vez de eventos cósmicos se proponeninteligencia/s” como causa de la complejidad creciente. Esta es la causa del rechazo que provoca y de que el Diseño Inteligente se vea como una nueva versión del “creacionismo”. Esta hipótesis se basa en la complejidad de diseño que es cada especie en sí misma, y en la imposibilidad de que estos diseños provengan de una evolución lenta y gradual, por mutaciones acumuladas, al azar. Ante algunos problemas del neodarwinismo todavía no bien resueltos, proponen la existencia de un “diseñador”, una inteligencia, única o múltiple, que lo haga posible. Esta inteligencia no tendría por qué ser sobrenatural a priori (aunque, de forma acomodaticia hacia cierto público, tampoco rechazan esta posibilidad), sino que, simplemente, sería una conciencia autónoma basada en la información de los sistemas. Es decir, el diseño inteligente no se preocupa por la fuente última de todas las cosas (Dios) sino por las causas de la complejidad que implican la existencia de una inteligencia (racionalidad), le deja indiferente que el mundo sea finito y creado o eterno e increado. No pretende identificar a esa causa inteligente, ni defender un diseño óptimo (se desmarca así de lo que denominan “designio”, que atribuiría a un dios creador el origen, diversidad y complejidad de un universo que parece hecho a la medida del hombre según el “principio antrópico”). En el diseño inteligente se defiende algo que ya afirmó Darwin: que la selección natural solo selecciona entre lo ya existente, por lo que actuaría cuando los sistemas complejos, los nuevos diseños, ya hubieran aparecido, pero no para que se formasen. Hacen falta “intervenciones inteligentes ex nihilo” de “información ex nihilo” que los provoquen. El diseñador modificaría la información, no la materia, no es intervencionista. Utiliza el concepto de “complejidad irreductible” (un sistema complejo no puede prescindir de ninguna de las partes que interactúan en sus funciones básicas so pena de dejar de funcionar) para no aceptar una evolución gradual plagada de “formas intermedias” que no mostrarían ni las características propias de la especie ancestro ni de la especie final. Es más, este hecho, que Dembski llama “información compleja específica” (ICE), es el que avala la actuación de una inteligencia y no de causas naturales espontáneas, por comparación con la actividad/ creatividad humana. Así, la transformación de unas especies en otras, y la aparición de ciertas estructuras funcionales (como los flagelos), ha de ser súbita e inteligente (con la información necesaria) para que el resultado sea satisfactorio. Y el “diseñador inteligente” sustituíria a los “eslabones perdidos” de Darwin. Cabe la pregunta ¿quién diseñó al ordenador?, pero no la contestan porque les es indiferente qué o quién pueda ser, no les sirve para negar o no la existencia de diseño (tan es así que no niegan pueda ser una inteligencia extraterrestre). El “diseño inteligente” no es una “teoría” sino una “innovación creativa” no reducible a una cadena causal porque las inteligencias son libres. Y es que el problema mayor de esta hipótesis es que utiliza argumentos matemáticos y filosóficos más que científicos.

Otras voces

Texto de referencia

  • Encinas Guzmán, María del Rosario (Mayo 2012). «Voz:Evolución (teoría de la)». Simón Vázquez, Carlos, ed. Nuevo Diccionario de Bióetica (2 edición) (Monte Carmelo). ISBN 978-84-8353-475-5.

Bibliografía

Referencias

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  2. Doménech, Francisco (12 de febrero de 2018). «Darwin: La evolución de una teoría». Bbvaopenmind. Consultado el 3 de junio de 2020. 
  3. Ribot Lacosta, Llúcia (12 de abril de 2015). «La gran expedición de Darwin en el Beagle». Super Science Me. Consultado el 3 de junio de 2020. 
  4. Schnek, Curtis; Massarini, Barnes. «La teoría sintética de la evolución». Editorial Médica Panamericana. Consultado el 3 de junio de 2020. 
  5. Carlos, Mallén (Marzo - abril de 2012). «El Árbol de la Vida». Scielo. Consultado el 3 de junio de 2020. 
  6. Dalziel, Ian (4 de noviembre de 2014). «¿Por qué se produjo la Explosión del Cámbrico?». ABC Ciencia. Consultado el 3 de junio de 2020. 
  7. «Equilibrio puntuado». Wikipedia. 29 de mayo de 2020. Consultado el 3 de junio de 2020. 
  8. «Panorama general del Proyecto del genoma humano». National Human Genome Research Institute. 11 de mayo de 2016. Consultado el 4 de junio de 2020. 
  9. Castillero Mimenza, Oscar. «​¿Qué es la Teoría del Caos y qué nos revela?». Psicologia y mente. Consultado el 4 de junio de 2020. 
  10. Reiter, Maribel (14 de abril de 2015). «El Hombre Simbiotico Joel De Rosnay». Calameo. Consultado el 4 de junio de 2020. 
  11. Nieves, José Manuel (14 de noviembre de 2014). «¿Por qué se produjo la Explosión del Cámbrico?». ABC ciencia. Consultado el 4 de junio de 2020.