Experimentación animal (ética)

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La experimentación animal es hoy una actividad básica de la ciencia médica. A ella se oponen los movimientos pro derechos animales, normalmente fundados en una visión meramente natural del hombre y los animales, que los iguala. También hay oposición desde el punto de vista científico: los resultados de la investigación animal rara vez serían directamente aplicables al hombre. Por contra, los resultados encontrados en los animales son parcialmente aplicables al hombre, y la diferencia cualitativa entre el hombre y el animal es el fundamento que permite la experimentación animal.

De estos fundamentos se derivan una serie de normas éticas sobre el trato correcto de los animales de experimentación. Estas normas han sido recogidas también en leyes específicas.

Introducción

Aunque en Occidente se tiende a pensar en el lenguaje escrito como en un sistema fonético de comunicación, los infográficos llenan hoy nuestra vida, y nos comunican con un lenguaje no verbal multitud de indicaciones. En este nuevo lenguaje, un ratón blanco dibujado esquemáticamente se asocia automáticamente con la experimentación animal y con la investigación biomédica. Efectivamente, este sufrido animalito es objeto de trabajo de multitud de investigadores, para el progreso de la ciencia y de la técnica médica.

Sin embargo, el empleo de animales en investigación, históricamente reciente en Medicina, se ha visto acompañado de controversias y campañas denigratorias. Estos sucesos han hecho reflexionar a los investigadores sobre la licitud de estas intervenciones con los animales; de dicha reflexión se deriva el moderno desarrollo de las normativas y comités de ética para la experimentación animal (CEEA), así como de la legislación específica.

Tanto el estudio de la reflexión ética, como el de las normativas y legislaciones, desborda sobradamente una colaboración como ésta. A continuación se tratará de las distintas corrientes que existen actualmente contra la experimentación animal (con especial fijación en sus ideas de fondo), los fundamentos éticos para el respeto a la naturaleza (y también, por tanto, a los animales de laboratorio), los principios éticos que hay que aplicar en las investigaciones que implican animales, un breve esbozo de la normativa vigente, concluyendo con algunas cuestiones de tipo práctico que se suelen dar en las relaciones entre los investigadores y los CEEA.

Oposicion a la investigación en animales

La investigación médica por medio de experimentación animal era ya una cuestión clásica en la Medicina del siglo XIX, y es uno de los elementos que señala la conocida obra de Claude Bernard, Principes de médecine expérimentale. Y ya por esa época existen movimientos de oposición a dicho empleo. Dejando aparte las ideas subyacentes, indudablemente, la reacción contra la experimentación animal del siglo XIX puede asociarse sin esfuerzo con la brutalidad de toda intervención quirúrgica en dicha época, en que no existió anestesia, ni para los animales ni para los hombres, hasta finales del siglo. Esto lleva a un contexto más de reacciones afectivas que racional.

La negativa a la experimentación animal sería, desde este punto de vista, manifestación del sentimiento de repulsión que, lógicamente, se produce al ver el sufrimiento físico. Se tiende a asociar esta repulsión a una solterona inglesa de la época victoriana, cariñosa cuidadora de su perro o su gato.

Este fundamento básicamente afectivo, que también se puede encontrar en algunos movimientos actuales, se puede corroborar al observar que esta repulsión por la violencia tiene preferencias de especie: concretamente, los perros y los gatos, animales más «domésticos», son los más defendidos, mientras que las ranas o ratones no despiertan la misma compasión. Y sin embargo, resulta mucho más brutal el clásico sacrificio de una rana por decapitación, que muchas otras intervenciones que se realizan sobre perros o gatos. Esta corriente de sesgo afectivo tiene sus continuadores actuales.

Por simplificar el panorama bastante complejo de la oposición reciente al maltrato de los animales, y en lo relativo a los animales de experimentación, podríamos considerar dos grandes grupos, moderados y radicales.

El activismo anti experimentación animal

Activistas PETA

En el grupo de los moderados se incluyen varios movimientos, como puede ser el PETA (People for the ethical treatment of the animals) también en español, o The Humane Society of the United States, con un apartado específico sobre los animales de experimentación; sus líneas de razonamiento, aunque sólo superficialmente fundamentadas en el deber de evitar el sufrimiento inútil de los animales, vienen a coincidir entre ellas, y comparten la misma base, fundamentalmente afectiva, de la reacción contra el maltrato de los animales.

Sin embargo, la expresión «sufrimiento inútil» adquiere en su caso un significado mucho más amplio del que se le atribuye habitualmente. Sería sufrimiento inútil, no sólo el que se inflige por un instinto sádico y morboso, sino también el que infligimos al sacrificar animales para nuestra alimentación; alimentarnos de animales es un modo absolutamente ineficaz de aprovechamiento de recursos: habría que ser vegetarianos; ¿por qué alimentar animales con productos agrícolas para luego sacrificarlos para comerlos? Al final, simplemente por cultura, costumbre o gusto culinario; esas razones son poco sólidas.

Estos activistas traen aquí a colación la situación de los animales hacinados en granjas de producción, como pueden ser las de gallinas ponedoras y pollos de carne, y su muerte por millones simplemente porque tenemos determinados hábitos alimenticios. Por supuesto, apuntan también otras situaciones más duras, como puedan ser las peleas de gallos o de perros, o los toros, de las que aportan fotos que llegan al corazón; en este apartado entraría la exhibición de fotos de experimentos animales,o bien muy aparatosos (como monos con casco de registro bioeléctrico), o bien antiguos (como los experimentos de deprivación de maternidad de monos).

La apelación a los sentimientos y no a la razón se puede apreciar en la distinta intensidad de las campañas según la ternura que despierte el animal muerto; así, la muerte anual de unas cien mil crías de foca despertó en su día mucho más revuelo que los centenares de millones de pollos que mueren cada año para la alimentación humana. Sus campañas, en las que se mezcla un regusto ecológico algo superficial, recaban la intervención de artistas o personajes populares para avalar su opinión, y mover al público general a ir abandonando poco a poco esos hábitos de tratar a los animales de modo cruel e «inhumano» (volveremos sobre el curioso empleo de este término). De cara a la experimentación con animales, este tipo de movimientos sólo consigue crear un clima contrario a su empleo, a pesar de que, como veremos, las normas actuales han minimizado el sufrimiento animal en las manipulaciones que se realizan sobre ellos. Crean una visión sesgada de la experimentación animal, una imagen falsa que despierta un rechazo mayor o menor por parte del gran público.

Aquí los científicos tienen el deber de divulgar la realidad, y los severos controles que hemos de pasar antes de hacer algo lesivo a un animal, para devolver a la sociedad una visión más equilibrada.

La liberación animal

Además de estos planteamientos moderados, se pueden observar otras actitudes contra la experimentación animal mucho más agresivas. En este caso, sí que suele existir una fundamentación teórica, no es una mera cuestión de sentimientos; cuestión distinta es si dicha fundamentación es sólida desde el punto de vista lógico o filosófico.


Movimientos de liberación animal:

Peter Singer y Animal Liberation

Peter Singer en 2015
Logo de Animal Liberation

La fuente teórica más conocida de los actuales movimientos de liberación animal se encuentra en la obra de Peter Singer, Animal liberation:

Los animales son, como nosotros, seres vivos, pertenecientes a la naturaleza; no existe ninguna diferencia cualitativa radical entre el hombre y los demás seres vivos; todos son un cúmulo de células que funciona coordinadamente. En el caso de los animales, éstos también tienen su autoconciencia, son capaces de sentir y de sufrir, del mismo modo que los humanos (quizá con diferencias de grado según el animal de que se trate).

Sin embargo, a pesar de esa igualdad básica, los hombres nos dedicamos a explotar a los animales: les hacemos trabajar para nosotros (animales de tiro y de carga), los matamos para comerlos, no sólo por pura necesidad como hacen ellos, sino por capricho, como sucede con la caza, o con la producción ganadera, que sólo responde al gusto humano, no a una verdadera necesidad; en la ganadería se suman además poderosos intereses económicos que tienden a perpetuar esta explotación injusta. Es una situación comparable a la esclavitud. El problema principal de esta moderna esclavitud es que los animales no pueden defender sus derechos, por lo que llevan siempre las de perder, y su explotación tiende a perpetuarse indefinidamente. El único modo de romper este círculo vicioso consiste en que los hombres comiencen a defender los derechos de los animales, es en una campaña que se pueda denominar con justicia «liberación animal», que devuelva sus derechos a los animales y arrebate al hombre su papel de explotador injusto.

Para poder llevar a cabo esta «liberación animal», hay que luchar, sobre todo, contra el «especiecismo», es decir, esa preferencia peculiar que muestra el hombre por los miembros de su propia especie, en detrimento de los animales de otras especies. En la cultura Occidental, este especiecismo está fuertemente arraigado, tras más de dos milenios de justificaciones filosóficas, apoyadas por planteamientos religiosos cristianos, pero ese arraigo no nos libera del deber moral de llevar a cabo la campaña en favor de los derechos de los animales. Es más, en muchos casos ese arraigado especiecismo no es más que una excusa de grandes intereses comerciales, como pueden ser los de las grandes empresas tecnoalimentarias.

Esta liberación animal también deberá mentalizar a la población general, que apoya la explotación de los animales por el simple hecho de que le gusta comer carne, y desean seguir haciéndolo. Aunque esta mentalización pueda parecer muy difícil actualmente, tenemos ejemplos históricos recientes en que se han conseguido cambios de ideas de igual magnitud, especialmente en el terreno de la defensa del medio ambiente: del mismo modo que ahora ya no se considera una ballena como un depósito ambulante de carne y aceite, en un futuro podremos conseguir que se popularice la idea de que los cerdos no son máquinas de convertir grano en carne.

Esta campaña de liberación animal exigirá un gran altruismo por parte del hombre, pues se tendrá que erigir en defensor de los animales en detrimento de su propio gusto, pero es un altruismo necesario, ya que los animales no pueden defender sus derechos por sí mismos.


Con estas ideas de fondo, su conclusión es muy clara: intentar justificar de cualquier manera nuestra postura de tiranía con respecto a los animales es un completo cinismo; la explotación animal que lleva a cabo el hombre es totalmente indefendible.


ALF: Animal Liberation Front

Logo de Animal Liberation Front

Singer no está solo en la defensa de estas ideas radicales. Quizá el grupo más conocido que intenta difundirlas es el Animal Liberation Front. Dentro de esta dinámica, si se considera a las plantas seres capaces de sentir de algún modo lo que sucede fuera de ellas, el campo de liberación debería extenderse a ellas.Se tratan en muchas ocasiones de comandos de acción directa[1]: desarrollan campañas de liberación que no consisten en concienciar sobre sus ideas, sino en lucha activa para liberar animales concretos de la explotación que sufren.

Sin embargo, los teóricos de la liberación animal no admiten su equiparación con estos «comandos de acción directa», cuyos miembros terminan con frecuencia procesados por estragos, y considerados como mártires de la causa de liberación animal. En algunos casos, estos activistas han llegado a morir en huelga de hambre, no para protestar por su encarcelamiento, sino para seguir protestando contra la explotación animal cuando cumplían condena[2].

Su separación neta de los teóricos de la liberación animal resulta sumamente difícil: no se puede separar a los originadores de unas ideas de las consecuencias que éstas producen.

Planteamientos científicos anti experimentación animal

Existe otro frente que plantea su negativa a la experimentación con animales de laboratorio sobre razones científicas propiamente dichas. Básicamente, podría resumirse en una sola afirmación: los animales no son hombres y, por tanto, los experimentos realizados sobre animales no son extrapolables al hombre. Por contra de lo que pudiera parecer, quienes defienden esta postura son, con frecuencia, científicos con larga experiencia en experimentación animal, y no hablan por teorizar, sino desde esa experiencia y con datos que han recabado de publicaciones científicas de primera línea[3].

La conclusión que obtienen es muy sencilla: el paralelismo entre la reacción de un organismo animal a un medicamento que experimentamos por primera vez y la reacción del organismo del hombre coinciden por casualidad. No existe ningún dato a priori que nos permita tener garantías reales de que dicha reacción va a ser la misma. A posteriori, sí que podemos afirmarlo en cada caso concreto, tras probar el medicamento tanto en el animal como en el hombre y ver que los efectos son equivalentes. Pero también podríamos obtener una inacabable enumeración de casos en los que, a posteriori, se sabe que dichas reacciones son distintas; o que son radicalmente distintas entre distintas especies animales.

Dentro de esta corriente científica anti experimentación animal podemos mencionar un par de instituciones, como pueden ser el Medical Research Modernization Committee, que ha publicado un detallado informe al respecto, (A Critical Look at Animal Experimentation), o el grupo Doctors and Lawyers for Responsible Medicine.

Estos argumentos han recibido una rotunda declaración de la Asociación Médica Americana en la que se critica la visión que este último grupo da de los científicos como gente ignorante e irresponsable. Sin embargo, esta declaración no entra en el fondo de la cuestión, es decir, si los resultados de la experimentación animal se proyectan al hombre o no. Dicho de otro modo: no hay alternativas garantizadas para saber efectos en el hombre sin probar en el hombre o en algo humano. Probar en animales no es garantía de nada.

¿Deberíamos, por tanto, desechar toda la investigación en animales de la Medicina y relegarla a las Facultades de Veterinaria? Según Croce, sí. Y tendríamos que poner en marcha todo un nuevo sistema de investigación basado en modelos informáticos, en cultivos de tejidos humanos y en estudios epidemiológicos. El planteamiento, es radical, pero tiene una notable coherencia científica.

La radicalidad de este movimiento admite matices, que dejan abierta la puerta a la experimentación animal. Concretamente, sabemos que existen muchos sistemas fi siológicos y bioquímicos que son prácticamente invariantes en toda la escala zoológica (como pueden ser los citocromos, o los ciclos de los azúcares). Por tanto, si descubrimos que un fármaco interacciona en un animal de modo pernicioso con uno de estos sistemas, tenemos una notable garantía de que sucederá lo mismo en el hombre; otro tanto cabría decir de modelos animales que se han demostrado comparables a una determinada patología humana (aunque, en este caso, para llegar a dicha afirmación habrá sido necesario estudiar el modelo animal y la patología humana por separado y compararlas después: de antemano, estrictamente hablando, no se podría saber si el modelo animal es válido). Así, sigue en pie que existen modelos animales validados de enfermedades humanas, en los que la experimentación animal sigue siendo una pista muy certera acerca de cómo enfocar los procesos patológicos en el hombre (aunque esto no nos libera de una investigación detallada en el hombre: el modelo animal y el hombre nunca serán lo mismo).

Esta negativa radical a la experimentación animal basada en presupuestos científicos tiene aspectos muy positivos: nos enseña a tener sentido crítico con las investigaciones que realizamos, y a replantearnos el significado real de los datos o conclusiones que obtenemos en la experimentación animal.

Para quienes son partidarios de estos planteamientos científicos contra la experimentación animal, los peores enemigos son los proteccionistas «clásicos», partidarios de proporcionar un «trato humano» a los animales, pues dan por supuesto que los experimentos sí sirven para muchas cosas, mientras que ellos defi enden, no sin parte de razón, como hemos visto, que sirven para bastantes menos (si nos referimos a investigación realizada con vistas a la terapéutica humana).

Epistemología y ética de la experimentación

Las reflexiones del apartado anterior llevan de la mano a una cuestión epistemológica que tiene serias repercusiones en la ética de la experimentación y, por tanto, también de la experimentación animal. Esta experimentación animal se basa sobre un método analítico, es decir, plantea los experimentos de modo que podamos aislar la influencia de un solo factor sobre el organismo animal. Por esta razón, se emplean cepas normalizadas de animales, en condiciones siempre iguales, entre otras cosas.

Se corre así el riesgo de extrapolar indebidamente, y deducir que la causa (así, en singular) de un determinado efecto es la que se consigue aislar con la ayuda de la experimentación que sigue el método analítico. Forma parte del esfuerzo ético la disciplina intelectual de considerar haber descubierto «una de las posibles causas» del fenómeno de estudio. Cuyo rigor es difícil de mantener en el entusiasmo de una investigación que acaba de proporcionar unos resultados significativos.

Visto de otro modo: precisamente por trabajar sobre modelos simplificados, los científicos pueden olvidar que el hombre, beneficiario último de dicha investigación, no pertenece a una sola raza, como el animal de laboratorio, y que puede haber variaciones interindividuales que invaliden las conclusiones de la experimentación animal (dejando aparte la posible falta de validez de la extrapolación del animal al hombre).

Fundamentos éticos para el respeto a la naturaleza

Los movimientos pro derechos animales «normales» se apoyan en una consideración más bien intuitiva de nuestras relaciones con los animales (las posturas que hemos denominado «moderadas»), o bien en argumentos que nos equiparan con las demás criaturas vivientes (las posturas más «radicales» o «agresivas»). En el primer caso, consideraciones que podríamos denominar «estéticas» llevan a prohibir el maltrato de los animales; en el segundo, el empleo de animales sería un modo de nuevo esclavismo, incluso aunque los nuevos esclavos no sean conscientes de su papel de esclavos (del mismo modo que los esclavos sudistas seguramente en muchos casos no eran conscientes de los argumentos antiesclavistas de los yankis).

Ambos planteamientos no aciertan a la hora de fundamentar nuestras relaciones éticas con los demás seres vivos. El primero por falta de consistencia, y el segundo por partir de un a priori cientifista y materialista (el hombre no es más que un animal, puro mecanismo biológico), que no resiste una crítica medianamente coherente. Puede que, en sus recomendaciones prácticas, terminen, unos u otros, solicitando maneras de actuación con los animales que sean razonables y compatibles con considerar al hombre distinto al resto de la naturaleza, pero, dadas sus premisas de partida, no tiene por qué suceder así.

Es de notar que los grupos que se preocupan por el bienestar de los animales sin llegar al activismo liberacionista, como puede ser el National Animal Interest Alliance, a pesar de aportar muchos artículos sobre cuestiones puntuales o comentarios a las actitudes de otras organizaciones, rara vez llegan a plantear las cuestiones de fundamentación, que quedan normalmente implícitas.

A continuación se señalan tres puntos en los que podemos fundamentar nuestro respeto a los animales de experimentación, que son un caso particular de los seres vivientes no humanos, es decir, de la naturaleza (en el sentido contemporáneo de este término). Estas cuestiones están muy bien resumidas en los pocos puntos que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a los animales y a la naturaleza[4]:

  • 2415. El séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación. Los animales, como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura (cf Gn 1,28-31). El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales. El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo comprendidas las generaciones venideras; exige un respeto religioso de la integridad de la creación (cf CA 37-38).
  • 2416. Los animales son criaturas de Dios, que los rodea de su solicitud providencial (cf Mt 6,16). Por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria (cf Dn 3,57-58). También los hombres les deben aprecio. Recuérdese con qué delicadeza trataban a los animales S. Francisco de Asís o S. Felipe Neri.
  • 2417.. Dios confió los animales a la administración del que fue creado por él a su imagen (cf Gn 2,19-20; 9,1-4). Por tanto, es legítimo servirse de los animales para el alimento y la confección de vestidos. Se los puede domesticar para que ayuden al hombre en sus trabajos y en sus ocios. Los experimentos médicos y científicos en animales son prácticas moralmente aceptables, si se mantienen dentro de límites razonables y contribuyen a curar o salvar vidas humanas.
  • 2418. Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y gastar sin necesidad sus vidas. Es también indigno invertir en ellos sumas que deberían más bien remediar la miseria de los hombres. Se puede amar a los animales; pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos.

Aquí nos limitaremos a plantear los argumentos no confesionales (omitiendo argumentos teológicos y razones que apuntan más bien al respeto a la naturaleza en general).

El valor de la naturaleza

En primer lugar, la naturaleza no es materia bruta, materia prima para la transformación por medio de la industria humana, de modo que el hombre pueda hacer con ella lo que se le antoje. Este planteamiento, que hemos heredado del movimiento ilustrado, es muy ajeno a la realidad, que no sólo muestra aspectos físicos manipulables, sino que también muestra valores: el mundo aparece a nuestros ojos como algo valioso, como un bien, y no por su mera utilidad para el hombre. De ahí que en muchas culturas se le haya llegado a dar una veneración religiosa, y sus dioses mitológicos hundían sus raíces en la fecundidad de la tierra (Gea), el resurgir de la vida en primavera (Hermes-Apolo), en la aparente paradoja del resultado espiritual de la reproducción humana (cultos a la fecundidad), etc.

Si el mundo animado e inanimado es un bien en sí mismo, su destrucción parecería, en principio, radicalmente vetada (es lo que plantean ciertas ramas del hinduismo). Sin embargo, este valor no es máximo: existen cosas más valiosas, como el hombre mismo, en pro del cual se pueden sacrificar otros seres. Así se indica con claridad en el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2457 [4]: «Los animales están confiados a la administración del hombre que les debe aprecio. Pueden servir a la justa satisfacción de las necesidades del hombre».

Dentro de la corriente de pensamiento ecológico que se ha difundido en Occidente a partir de los años 60, ha adquirido bastante popularidad el llamado «principio de responsabilidad», difundido hace ya más de una veintena de años por Hans Jonas[5]. La idea de fondo es sencilla: el hombre es señor de la naturaleza, animada e inanimada. Pero la explotación de la naturaleza que se realice actualmente deja los recursos naturales en una situación más degradada y menos aprovechable para las generaciones futuras; éstas tienen derecho a recibir un mundo que los hombres de las generaciones anteriores no hayan destruido o dilapidado; esta idea se encuentra en el punto 2456 del Catecismo[4]: «El dominio, concedido por el Creador, sobre los recursos minerales, vegetales y animales del universo, no puede ser separado del respeto de las obligaciones morales frente a todos los hombres, incluidos los de las generaciones venideras».

Dicho de otro modo: el hombre es un ser social; aunque pueda transformar a los seres que le circundan para su utilidad, no puede hacer esto desentendiéndose de los hombres de las generaciones venideras. La naturaleza, en su conjunto, es dominada, o mejor, gobernada, no por el hombre individual que puede aprovecharla, sino por toda la humanidad en su conjunto; por tanto, la acción de cada hombre sobre la naturaleza tiene que tener en cuenta que no debe lesionar los derechos de los demás a esa misma naturaleza.

Aunque el principio de responsabilidad tiene, desde el punto de vista teórico, dificultades en su planteamiento (no puede haber deberes de justicia hacia alguien que todavía no existe), no deja de tener razón en su postura: el mundo no es mío, es de la humanidad en su conjunto, sin barreras de tiempo y, por tanto, no podemos legar a las generaciones venideras un montón de basura.


El valor del hombre

El punto clave para fundamentar desde el punto de vista ético el respeto a la naturaleza está, paradójicamente, no en la naturaleza ni en los demás, sino en el hombre mismo que actúa sobre ella, en su dignidad.

El hombre es el valor máximo entre las criaturas del mundo material. Para ello es necesario partir de una serie de observaciones que muestren las similitudes y diferencias entre el hombre y otros animales; en este sentido, ofrece una descripción razonable el capítulo 2 de Fox, MA. The Case for Animal Experimentation. An Evolutionary and Ethical Perspective. University of California Press, Berkeley y Los Angeles, 1986, 31-46. Ese valor intrínseco, que tiene por el mero hecho de ser hombre, es lo que se denomina dignidad. Ésta hace al hombre un ser inviolable, siempre digno de respeto por los demás hombres.

Sin embargo, la vida del hombre no es estática, sino dinámica: el hombre se «completa», se perfecciona hasta alcanzar su acabamiento, mediante su actuación. Unas actuaciones correctas dejan en el hombre un poso que denominamos virtudes, y que hacen a un hombre algo más perfecto; dicho de otro modo, le hacen alcanzar una dignidad añadida a aquella que ya tiene por el mero hecho de ser hombre. Por esta razón, podemos hablar de una dignidad humana básica o esencial, igual para todos, y otra dignidad accidental, distinta según las personas. Cuando se oye la expresión «dignidad humana», habitualmente se refiere a la dignidad esencial, que nadie puede perder.

Si el hombre es un valor máximo, es decir, si es un ser que tiene dignidad, su crecimiento humano por medio de la conducta ordenada, del cultivo correcto de la persona, participa de esa dignidad máxima y, por tanto, es lo mejor que puede suceder. Y, a la inversa, la acción humana que apunte a degradar esa dignidad humana que se puede obtener como complemento a la básica es lo peor que puede existir, el peor mal.

Entre las cualidades que el hombre debe cultivar para alcanzar esa dignidad accesoria que puede alcanzar con su acción está una adecuada sensibilidad con respecto al mundo que le rodea. La crueldad, la brutalidad y la insensibilidad al dolor ajeno (sea de personas o animales) es una degradación de lo que debe ser el hombre. Por tanto, el trato cruel con animales, cuando no se hace por razones serias, o permite su sufrimiento inútil, produce el mayor mal que existe, la degradación del hombre mismo.

Ésta es, por tanto, la causa principal por la que el hombre debe tratar «humanamente» a los animales: por el respeto que se debe a sí mismo. El hombre no puede degradar su dignidad con una conducta que no tenga en cuenta el sufrimiento animal; y, si lo permite o lo produce, ha de ser por razones sufi cientemente serias, a su pesar.

Obviamente, esta conducta que respeta la dignidad humana, implica que el hombre capta adecuadamente el valor de los seres vivos y de la naturaleza, y la necesidad de legar a los hombres de generaciones futuras un mundo en buenas condiciones, sin una degradación excesiva producida por su deseo egoísta de aprovechar lo presente sin previsión ni respeto adecuado a sus hijos y nietos. Pero el punto clave por el que el hombre debe hacer todo esto es el mantenimiento de su propia dignidad. La crueldad inútil con los animales es contraria a la dignidad humana (de quien actúa así).

La regla de las 3R

La experimentación con animales debe ser afrontada intentando minimizar los daños y sufrimientos que se infligen a los animales, y producir estos daños sólo cuando hay una causa proporcionada. En concreto, siempre es posible realizar dicha investigación si el objetivo final que se persigue es el bien humano.

Por analizar desde el punto de vista ético cómo se llega a esta consecuencia, tendríamos que la acción pretende un fin bueno (la ayuda al hombre), realiza algo que es correcto (la investigación) pero con el efecto indeseable de producir daño a los animales de experimentación (que no es querido directamente, sino sólo tolerado). Dado que este efecto tolerado es proporcionado con lo que se intenta, la actuación sería éticamente correcta.

Aunque pueda estar justificado producir algún daño a los animales, siempre será preferible que este daño no exista o sea el menor posible, pues, a fin de cuentas, se produce voluntariamente (aunque no sea la intención que se pretende). De aquí se deriva la regla de las tres erres, que es un tema obligado en la ética de la experimentación animal, que pretende reducir esos daños colaterales a los animales. Afortunadamente, esas tres erres, que son iniciales de palabras inglesas, se traducen al castellano sin forzar demasiado el significado de los términos: reemplazar, reducir y refinar.

Reemplazar

La primera R se refiere a reemplazar, es decir, sustituir los animales de laboratorio por equivalentes que no empleen animales de ningún tipo: cambiar los animales por otras cosas.

Este campo es probablemente el más activo en los últimos tiempos. Por una parte, la presión de los grupos contrarios al empleo de animales en experimentación (ALF, PETA) ha forzado a la búsqueda de dichos procedimientos. Por otra parte, también ha influido la negativa científica a aceptar la fiabilidad para el hombre de los resultados obtenidos en animales. Por último, el crecimiento del alumnado en las Facultades de Ciencias y Medicina ha hecho necesario buscar métodos de prácticas que familiaricen a los alumnos con los animales, su anatomía, fisiología, etc., sin verse obligados a emplear gran número de ellos.

El número de ejemplos que se podrían aducir de alternativas válidas y comprobadas sería inacabable. Pueden consultarse en las bases de datos NORINA (A Norwegian Inventory of Alternatives), el ICCVAM (The Interagency Coordinating Committee on the Validation of Alternative Methods) organismo que depende del gobierno estadounidense y que trabaja activamente en la validación de alternativas a procedimientos de empleo común; el ECVAM (European Centre for the Validation of Alternative Methods), que elabora este mismo tipo de procedimientos en el ámbito europeo, y cuyas recomendaciones influyen decisivamente en la normativa europea; y, de tipo un poco más técnico, la revista ATLA (Alternatives To Laboratory Animals), que se dedica a la publicación de artículos de investigación en esta misma área.

Una propuesta bastante nueva dentro de las alternativas al empleo de animales de experimentación es la predicción con ordenador. Del mismo modo que actualmente ya se desarrollan nuevas moléculas mediante predicción informática de su interacción con el receptor sobre el que se desea que actúen[6], del mismo modo se está estudiando la posibilidad, ciertamente más compleja, de predecir mediante modelos informáticos la toxicidad de los medicamentos, esquivando así el empleo de animales de experimentación[7].

Reducir

En segundo lugar, se trataría de reducir el número de animales empleados en la investigación. Para este objetivo, conviene que colabore con el investigador un experto en estadística, pues muchas veces se escoge el número de animales para cada grupo de experimentación de modo más o menos arbitrario (6, 10 ...) sin que se sepa justificar el porqué de esa cifra.

Es necesario hacer un cálculo inverso: partir del número de resultados que precisamos, lo cual depende del tipo de cálculo estadístico que queremos realizar; teniendo en cuenta la mortalidad que implica el procedimiento por nuestra experiencia anterior, podremos averiguar el número de animales de los que hemos de partir.

Existen paquetes de software especializados en este tipo de cálculo inverso, que permiten averiguar de antemano el número de animales que debe tener cada muestra o grupo. Uno de ellos es nQuery Advisor, un programa que actualmente está en la versión estabilizada número 8.2, producido por Statistical Solutions, firma irlandesa.

En la reducción del número de animales entran también consideraciones de carácter pragmático: emplear el número adecuado (no menor posible) de animales es más barato (no empleamos animales de más), el trabajo se reduce al mínimo, y tenemos seguridad —al menos, en lo que depende del número de animales— de que vamos a obtener resultados (independientemente de que verifiquen o no nuestra hipótesis).


Refinar

Por último, la tercera R se refiere a refinar. Con este término, se engloban los procedimientos que pretenden minimizar el sufrimiento o la ansiedad (o distress en inglés) de los animales empleados en la experimentación, o los que cambian una especie por otra con menor capacidad sensitiva. Aunque la causa principal del respeto a los animales radica en el respeto a la dignidad humana del experimentador, conviene aquí hacer una reflexión ulterior.

Esta reflexión parte de considerar la naturaleza del animal de experimentación: los animales tienen sensibilidad y un mundo interior hecho de sensaciones; en ese mundo se agota su existencia: viven para seguir viviendo y sentir. Por tanto, lo peor que puede suceder a un animal es el sufrimiento físico o la presión psicológica (que, de todos modos, es un mal infinitamente menor a cualquier daño humano, dada la dignidad muy superior del hombre).

Por tanto, aunque esté justificado infligir un daño a algún animal por el bien del hombre, este daño es algo completamente contra natura para el animal, y, por tanto, debería ser minimizado. Esa labor de minimizar el sufrimiento o la angustia animal es la tarea de refinar la experimentación.

Por enumerar unos pocos puntos que se deben tener en cuenta al respecto sobre estrategias de refinado[8]:

  • Empleo de equipamiento adecuado (que no someta al animal a molestias innecesarias) y entrenamiento y experiencia correctos de los experimentadores (que sepan reconocer y paliar

los efectos adversos del experimento que observen en los animales).

  • Empleo de animales más bajos en la escala filogenética, que puedan experimentar menos el dolor o las molestias, es decir, que tengan una sensibilidad más primitiva (así se pueden emplear

insectos en vez de mamíferos).

  • Empleo de animales expresamente criados en cautividad para experimentación29: cabe suponer que estos animales experimentan menos molestia psicológica al verse en cautividad, pues no han vivido en su medio silvestre. Si no es posible emplear estos animales criados expresamente, deberá intentarse que se trate de especies fáciles de obtener y que no necesiten largos transportes o verse sometidos a cuarentena.
  • Procedimientos de estabulación adecuados a cada especie animal, que permitan un comportamiento como el que suele observarse espontáneamente en su especie: espacio, temperatura, objetos, etc.
  • Examinar críticamente los procedimientos elegidos y, dentro del empleo de animales que se haya visto imprescindible, seleccionar las alternativas que causen menos dolor, molestias o ansiedad.
  • Procurar que la muerte espontánea del animal no sea el punto fi nal del experimento;antes bien, establecer una serie de signos de deterioro de su estado de salud y prever un procedimiento indoloro de eutanasia.
  • Disminuir los efectos secundarios de los procedimientos empleados mediante anestesia, analgesia postoperatoria, por ej., si es posible dada la naturaleza del experimento.

Tener en cuenta todos estos extremos aumenta la complejidad de la experimentación. Esta mayor complejidad se parece a la que se introdujo en sanidad con la aparición de la antisepsia y la asepsia en los hospitales: complica el método de trabajo, pero los resultados son mejores; esto sucede indudablemente desde el punto de vista ético; pero también desde el punto de vista del resultado de la investigación: la optimización del número de animales ahorra trabajo y dinero, y ofrece más garantías de resultados; además, al tener a los animales libres de estímulos dolorosos o ansiógenos, permiten tener más seguridad de que los resultados que hemos obtenido se deben al procedimiento experimental investigado, y no a una reacción a dichos estímulos.

Normativas

Las ideas de fondo expuestas han sido recogidas por la normativa sobre experimentación durante la segunda mitad del siglo XX, y especialmente en los últimos 20 años. Por lo que a nosotros respecta, aunque cualquier normativa puede ser orientativa desde el punto de vista ético, nos afecta directamente la normativa europea y la española, tanto nacional como autonómica.

Normativa europea

En Europa, existe un Convenio Europeo para la protección de vertebrados empleados para experimentación y otros propósitos científicos, de 18 de marzo de 1986, enmendado por un Protocolo de 22 de junio de 1998. España ha ratificado este Convenio, y tiene vigor de ley en todo el Estado desde 1991; la enmienda, aunque también ratificada, aún no ha entrado en vigor debido a que es bastante posterior.

En Europa, la primera legislación comunitaria es la Directiva 86/609/CEE del Consejo de Europa, de 24 de noviembre de 1986, que se complementa con la Resolución 86/C 331/02, de la misma fecha.

En estos documentos legales, se recogen los principios siguientes: los experimentos deben tener como objetivo el bien del hombre o de la naturaleza, deben estabularse los animales de manera adecuada, e intentar evitarles todo sufrimiento o ansiedad, o paliar el que obligadamente se pueda producir, los experimentadores deben estar adecuadamente capacitados para la investigación, no deben existir alternativas al empleo de los animales, se prohibe el empleo de animales silvestres, y se establece la obligación de métodos indoloros de eutanasia o la liberación del animal y sus condiciones.

Además, introduce requisitos de tipo administrativo para la realización de experimentación con animales, así como para su cría y estabulación, para los registros de los animales, para la identificación, para las condiciones de los establecimientos donde se efectuará la investigación, para evitar duplicación de experimentos, y establece que debe fomentarse la búsqueda de técnicas alternativas al empleo de animales de experimentación.

Esta normativa europea deja a los países miembros la posibilidad de promulgar normas más exigentes, como las que de hecho existen en otros países europeos.

La normativa vigente actualmente es la Directiva 2010/63/UE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 22 de septiembre de 2010 relativa a la protección de los animales utilizados para fines científicos. Cuyo contenido incluye las Tres Erres mencionadas y regula también la cría y el cuidado de animales garantizando el refinamiento durante el alojamiento, la cría y el cuidado, incluso aunque el animal no sea objeto de ningún objeto científico[9].

Ley española

En España, el legislador se limitó inicialmente a trasladar las exigencias europeas a la ley nacional, el Real Decreto 223/1988, sin añadir unas exigencias más estrictas, simplemente transponiendo la Directiva.

Dado que la normativa europea y esta ley nacional no obligan a que los protocolos de investigación con animales sean supervisados por un Comité de Ética de Experimentación Animal, se daba una curiosa paradoja: las convocatorias de proyectos de investigación que realizaba el Gobierno solicitaban, entre la documentación del proyecto que financiarían, la aprobación del protocolo que emplee animales por un Comité de Ética de Experimentación Animal, pero la ley no preveía cómo deben estar constituidos, sus funciones, etc. Ante este vacío, cada institución ha ido constituyendo su propio comité, generalmente con una mirada puesta en los que funcionan hace tiempo en Estados Unidos o en otros países de Europa.

Aparte de estos comités cada vez más difundidos, ante este vacío, el Colegio de Biólogos ha establecido unos Comités de Evaluación36, distintos de los Comités de Ética colegiales, que se encargan, a petición de los investigadores, de evaluar si un procedimiento de investigación se adecua o no a lo establecido por la ley española. Dichos Comités de Evaluación se regulan con una normativa del Colegio que se refiere simultáneamente a la experimentación sobre seres humanos y sobre animales.

De hecho, en algunos lugares, el formulario que debe rellenar el investigador para experimentar sobre hombres o animales es el mismo, y sólo debe marcar la casilla de la especie para establecer la diferencia.

En cuanto a la disposiciones aplicables según la legislación vigente se encuentran las siguientes:

En legislación básica, la 32/2007, de 7 de noviembre, para el cuidado de los animales, en su explotación, transporte, experimentación y sacrificio. En legislación específica, el Real Decreto 53/2013, de 1 de febrero, por el que se establecen las normas básicas aplicables para la protección de los animales utilizados en experimentación y otros fines científicos, incluyendo la docencia. De fuente ministerial, la Orden ECC/566/2015, de 20 de marzo. Requisitos de capacitación que debe cumplir el personal que maneja animales utilizados, criados o suministrados con fines de experimentación y otros fines científicos, incluyendo la docencia.

Normas PBL

Capítulo aparte lo constituyen las normas de Buenas Prácticas de Laboratorio. Se trata de un conjunto de normativas denominadas Compliance Monitoring Proceedings for Good Laboratory Practice (GPL o, en castellano, BPL), de origen suizo, que llevan actualizándose desde hace más de 20 años, en colaboración con otros grupos de trabajo, entre los que juega un papel primordial la OCDE.

Entre sus funciones, podríamos destacar dos. En primer lugar, acreditan a los laboratorios que cumplen una serie de características para poder llevar a cabo en ellos la experimentación de productos químicos o farmacéuticos según las normas BPL47. Y, en segundo lugar, especifican cómo se han de realizar dichas pruebas de productos químicos o farmacéuticos; estas especificaciones están extraordinariamente detalladas, de modo que no dejan lugar a la improvisación. Probablemente, un protocolo realizado según la normativa BPL sea lo más sencillo de revisar por un Comité de Ética de Experimentación Animal, aunque obliga a bastante trabajo por sus requisitos de calibración, limpieza, etc., de los equipos.

Pueden encontrarse las normativas concretas para la realización de la experimentación en las páginas de Internet de la OCDE. Por mencionar las de empleo más frecuente lesivo para animales, la Guideline 420: Acute Oral Toxicity — Fixed Dose Procedure48, la Guideline 423: Acute Oral Toxicity - Acute Toxic Class Method49, y la Guideline 425: Acute Oral Toxicity: Up-and-Down Procedure50, que sustituyó a la Guideline 401, ya superada, que establecía el modo de estudio de la DL5051.

Las revisiones de estas guías son constantes, y tienden a afinar progresivamente en los principios éticos mencionados anteriormente: minimizar el sufrimiento de los animales, disminuir el número empleado y emplear sistemas alternativos igualmente fiables.

Problemas prácticos

Aunque desde el punto de vista teórico están claros los principios éticos y las normativas, no dejan de existir problemas prácticos a la hora de su aplicación. Lo normal es que estos problemas se manifiesten en los primeros momentos de existencia de los Comités de Ética de Experimentación animal.

Se mencionarán solamente tres de las quejas que suelen manifestar los investigadores, normalmente no de modo abierto sino más o menos subliminal.

Trabas y papeleos

Una primera queja suele ser la del papeleo añadido que supone exponer al Comité la investigación que van a realizar, para obtener su visto bueno. En sí mismo, no es demasiado, pero se viene a sumar a todos los demás papeleos que han debido realizar para poner de acuerdo a otros investigadores, y solicitar becas o financiación. No se les puede quitar la parte de razón que hay tras esta queja.

En los Comités, esta queja no debe ser menospreciada: el diseño del formulario que debe rellenar el investigador debe de hacerse de modo que sea sencillo aportar todos los datos necesarios que precisa el Comité. Asombra, en nuestro medio, ver los formularios de algunos comités estadounidenses, de casi 1 cm de grosor, que se acompañan de un documento de doble extensión que explica cómo rellenar el extensísimo formulario.

De todos modos, la rutina termina venciendo esta traba: los jóvenes investigadores, que han desarrollado su trabajo siempre con el Comité de Ética existiendo, no tienen el punto de comparación de su no existencia, de modo que ven como normal que, además de las cuestiones técnicas y crematísticas, haya que resolver los extremos éticos de su experimentación.

El comité de ética y la ética del investigador

Otra segunda dificultad del Comité de Ética de Experimentación Animal, especialmente también en sus comienzos en una entidad, es la sensación del investigador de que la supervisión del Comité es una cierta desconfianza en su trabajo, o en sus criterios éticos a la hora de trabajar con animales.

Normalmente, aunque hay investigadores eternamente reacios al Comité, este recelo lo deshace la vida misma, cuando ven que las indicaciones o consejos que reciben son sensatos, y les aportan detalles que ellos no habían analizado anteriormente, que son realmente constructivos para los aspectos éticos de su investigación.

De todos modos, la labor del Comité exige paciencia, charlar personalmente con los investigadores, aclarar lo que se quiere de ellos, sabiendo que esa actitud conseguirá mucho más que la mera exigencia fría de los impresos adecuadamente rellenos.

La realidad: ayuda a optimizar la investigación

Otra impresión que con frecuencia tienen los investigadores es que el Comité está sistemáticamente en contra del empleo de animales, y que intentará siempre reducir su número o plantear una técnica alternativa. Con este esquema en mente, es frecuente que planteen un número incorrecto (normalmente demasiado pequeño) de animales pensando que el Comité intenta siempre por norma reducir su uso.

Esta impresión se deshace completamente cuando, como comentario a un protocolo, el Comité sugiere aumentar el número de animales, dada la mortalidad previsible, por ejemplo. O cuando se sugiere la simplificación de un experimento obteniendo los mismos resultados.

En suma, la revisión del protocolo de investigación por el Comité de Ética, en muchas ocasiones, hará que la experimentación se pueda realizar con menos recursos tanto materiales como humanos, con más fiabilidad de los resultados y, por tanto, obteniendo un mayor rendimiento de la inversión económica. Y hacer llegar este mensaje optimista a los investigadores es una de las labores de los Comités, especialmente a sus comienzos.

Supervisión

Uno de los problemas que los Comités deberán afrontar en el futuro es la supervisión de la experimentación. No se trata sólo de aprobar un protocolo. Se trata de que la investigación se realice de modo correcto. El equipo investigador puede solicitar el visto bueno para un determinado experimento, pero luego, por diversas circunstancias, la vida puede ir por otro lado, y realizarse algo bastante o muy distinto de lo que se solicitaba en el momento inicial.

La solución a este problema puede ir por dos caminos; por una parte, con la agilidad del Comité para tramitar modificaciones a protocolos previamente aprobados; por otra parte, mediante la supervisión de lo que están haciendo realmente los investigadores.


Bibliografía

Pardo Caballos, Antonio (2005). «Ética de la experimentación animal. Directrices legales y éticas contemporáneas». Cuadernos de Bioética 3ª (XVI): 293-417.

Referencias

  1. Reportajes de acciones directas de liberación animal,consultado el 15 de agosto de 2018
  2. ´Mártir en defensa de los animales´, El País, 6 de noviembre de 2001,consultado el 15 de agosto de 2018
  3. Croce, P. Vivisection or science?: an investigation into testing drugs and safeguard health. (1999 edición). London-New York: Zed Books. p. 209. Consultado el 15 de agosto de 2018. 
  4. 4,0 4,1 4,2 «Catecismo de la Iglesia Católica, El respeto de la integridad de la Creación». Consultado el 15 de agosto de 2018. 
  5. Jonas, H. «The Imperative of Responsability In Search of an Ethics for the Technological Age». The University of Chicago Press (1984): 253. Consultado el 15 de agosto de 2018. 
  6. Terstappen, Reggiani, G., A., (2002). «In silico research in drug discovery»». Trends in Pharmacological Science 22: 23-26. Consultado el 15 de agosto de 2018. 
  7. Barrat, Rodford, M., R., (2001). «The computational prediction of toxicity». Current Opinion in Chemical Biology 5: 383-388. Consultado el 15 de agosto de 2018. 
  8. Smith, Boyd, J., K., (1991). «Lives in the Balance: The Ethics of Using Animals in Biomedical Research». Oxford University Press (117). doi:10.1016/0307-4412(93)90065-8. 
  9. «Preocupándonos de los animales hacia una ciencia mejor». Consultado el 15 de agosto de 2018.