Florence Nightingale

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Su labor como enfermera en la guerra de Crimea, ensalzada por la prensa de la época, hizo de Florence Nightingale un mito viviente en la Inglaterra victoriana

Nace en: Florencia, Gran Ducado de Toscana, el 12 de mayo de 1820.

Florence Nightingale reconfortaba a los enfermos hablando con ellos, escribiendo cartas a sus familias o quedándose a su lado toda una noche.

Muere en: Londres, 13 de agosto de 1910.

Nació en un palacio florentino dentro de una familia británica aristocrática, políticamente influyente, moderna y rica y se educó de acuerdo a su época y sociedad en la Inglaterra hannoveriana, es decir, para ser esposa y madre, además de dama cultivada para brillar en la corte… solo que, aparte de literatura, música y danza, que tanto lucían en los salones victorianos, Florence se enamoró de las matemáticas, las ciencias y los nuevos estudios de estadística. Al tiempo, experimentó una fuerte inquietud espiritual que la hizo pensar en recluirse en un convento aunque, conmovida por los marginados sociales del país, optó por formarse como enfermera, un trabajo que se consideraba propio de la clase trabajadora o de instituciones religiosas, por lo que tropezó con una fuerte oposición familiar. Finalmente, superando el enfado de su entorno, se formó en lo que por entonces se enseñaba a las enfermeras –administrar unos pocos fármacos, alimentar y consolar a los enfermos– y, tras rechazar varias proposiciones matrimoniales, entre ellos el culto heredero Richard Monckton Milnes, que estaría siempre a su lado y se convirtió en miembro de la Fundación Nightingale. Realizó un largo viaje por Francia, Suiza, Italia, Grecia y Egipto buscando tanto definir su vocación cómo mejorar sus conocimientos: observa los avances médicos, las técnicas innovadoras y los cuidados postoperatorias, la higiene de los enfermos, la limpieza de las instituciones pudientes y la compara con la miseria de los hospitales de la beneficencia, y anota sus observaciones, conmoviéndose ante la situación de los enfermos pobres.

Florence Nightingale decidió a los 24 años dedicarse a cuidar de los más desfavorecidos. Con esa idea entró a trabajar en una clínica privada de Londres donde empezó a transformar el oficio de enfermera y mejorar la atención de los enfermos.

Pasó medio año cuidando a enfermos pobres y aprendiendo las técnicas médicas y sanitarias practicadas allí, siempre en la base de su programa de formación de enfermeras. Un notable impulso para su obra fue su designación como directora de una institución para enfermas en Londres, en el verano de 1843, donde puso en marcha el embrión de una escuela de enfermeras.

Hallándose en Lúxor (Egipto) define su vocación: "Dios me llamó por la mañana y me preguntó si haría el bien en su nombre sin buscar fama". Momento decisivo en su formación fue su experiencia en 1850, en una institución benéfica de Düsseldorf, regida por un pastor protestante y atendida por médicos y enfermeras voluntarias.

Un cuerpo de 100.000 soldados

Mientras organizaba la enseñanza y práctica de la profesión estalló la Guerra de Crimea, a la que Gran Bretaña envió un cuerpo expedicionario de cien mil soldados. Como en la retaguardia solo se podían practicar las curas más urgentes, los heridos de los diversos aliados otomanos eran trasladados a hospitales organizados en Estambul; los británicos, en concreto, a una instalación dentro de su base enclavada en el distrito de Scutari.

Al llegar el verano de 1854, una de las preocupaciones del secretario de Guerra, Sidney Herbert, era la pésima situación sanitaria de sus tropas, en la que se combinaban:

  • Los efectos de la lucha.
  • La deficiencia de las instalaciones.
  • La pobreza de medios.
  • Los efectos del calor veraniego; a resolver su problema llegó la solicitud de su amiga, Florence Nightingale, de emplearse con sus enfermeras en un hospital de guerra.

El 4 de noviembre de 1854, Florence llegó a Scutari (Üsküdar), hoy un barrio de Estambul, junto con 38 voluntarias católicas y protestantes. Tras un año de combates, los soldados se encontraban al límite de sus fuerzas y, además, eran víctimas de una epidemia de cólera. Al principio, la relación de Florence con los médicos no fue fácil, ya que éstos se negaban a reconocer la autoridad de una mujer que era una simple enfermera.

Nightingale impuso unas simples reglas de higiene, como airear y limpiar a fondo las salas de hospitalización, lavar a los pacientes, cambiar las sábanas y preparar mejores comidas, contrató a un cocinero francés, Alexis Soyer, para que preparase comidas saludables para los enfermos, Florence pidió también que se aislasen con una cortina las camas en las que se llevaban a cabo intervenciones, con el fin de evitar traumas psicológicos y para respetar la intimidad de los pacientes. Logró que se abriera una lavandería y una cocina hospitalarias y de inmediato se advirtieron las mejoras dando paso a uno de los nuevos lemas sanitarios: aire, sol, agua y jabón. Los resultados respaldaron su trabajo e incluso logró abrir un laboratorio de patología para el personal médico.

En el siguiente semestre perecieron cuatro mil ingresados, el 42% del total, en su mayoría de infecciones, tifus o disentería. Pero, en el epicentro de la enfermedad y la muerte, las enfermeras iluminaban la desolación, sobre todo, Florence Nightingale: nace la leyenda de "La dama de la lámpara":

"Cuando todos los oficiales médicos se han retirado ya y el silencio y la oscuridad descienden sobre tantos postrados dolientes, puede observársela sola, con una pequeña lámpara en su mano, efectuando sus solitarias rondas" (The Times)

Sin embargo, los jefes médicos, cuya negligencia denunciaba, la llamaban «Flo el diablo». Finalmente, recopiló datos estadísticos y observaciones que publicó en un texto fundamental: Notas sobre enfermería (1859).

A pesar de que trataba de eludir la fama, Florence rápidamente se convirtió en una celebridad. Los periódicos hablaban de ella como de una heroína y la gente se apasionaba por su dedicación. (Portada del Illustrated Times el 2 de febrero de 1856).

El éxito de Crimea le franqueó muchas puertas y sus experiencias dieron lugar a un informe, elevado a la Comisión Real para la salud en el Ejército, demostrando que gran parte de las muerte de soldados heridos o enfermos se debía a causas ajenas a sus dolencias: inapropiada ubicación del centro, pésima situación higiénica, alimentación inadecuada… Su camino se despejó e, incluso, su prestigio le proporcionó un importante fondo económico que le serviría para fundar una escuela de enfermería, cuya primera promoción saldría en 1865, y que aún existe bajo el nombre de Escuela Florence Nightingale de Enfermería y Partería[1], estructurada dentro del King’s College de Londres[2].

Siguió trabajando sin descanso: de día velaba por la curación de los enfermos y pasaba la noche a su cabecera para confortarlos y escribir cartas a sus parientes.

De regreso a Inglaterra, la acogida de Florence fue triunfal. Aunque ella se negaba a mostrarse en público –"Para ser una digna sierva de Dios, la primera tentación que hay que vencer es el deseo de brillar en sociedad", afirmaba–, el pueblo y los reyes la aclamaban, e incluso se exhibió una estatua suya de cera en el museo de Madame Tussaud.

Gracias a su infatigable labor, la reina Victoria la condecoró con la Royal Red Cross[3] en 1883, y el fundador de la Cruz Roja, Henri Dunant, le rindió homenaje afirmando que Florence Nightingale fue la persona que más le había influido:

"A pesar de que soy conocido como el fundador de la Cruz Roja y el promotor de la Convención de Ginebra, es a una dama a la que se debe todo el honor de esa convención. Lo que me inspiró a viajar a Italia durante la guerra, fue el trabajo de Miss Florence Nightingale en Crimea"

Florence participó en numerosas fundaciones e instituciones dedicadas a la sanidad y se vio colmada de honores y reconocimiento en su larga vida aunque estuvo ciega 15 años y postrada en una cama los diez últimos, pero nunca dejó de trabajar, de concebir mejoras e innovaciones en el campo sanitario.

Florence Nightingale murió el 13 de agosto de 1910, a los 90 años. Unos días después de su fallecimiento, en la iglesia de Saint Margaret, en el East Wellow, una multitud de nobles, funcionarios, enfermeras y gente corriente acudió a saludar por última vez a la mujer que, con orgullo, humildad y tenacidad, había convencido a la sociedad para que admirase una labor indispensable y altruista.

Bibliografía

Referencias