Karol Wojtyła

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Karol Wojtyła Fue bautizado por el sacerdote Franciszek Zak el 20 de junio de 1920 en la Iglesia parroquial de Wadowice[1]

Karol Wojtyła nació en Wadowice (Polonia) en 1920. Era el más pequeño de los tres hijos de Karol Wojtyła y Emilia Kaczorowska.[1]

A los 9 años hizo la Primera Comunión, y a los 18 recibió la Confirmación. Terminados los estudios de enseñanza media en la escuela Marcin Wadowita de Wadowice, se matriculó en 1938 en la Universidad Jagellónica de Cracovia donde Estudió Filología.[1]

Compatibilizándolo con su afición por el teatro, pero tuvo que abandonar esta carrera debido a la invasión nazi de Polonia. el joven Karol tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química (Solvay), para ganarse la vida y evitar la deportación a Alemania.

A partir de 1942, al sentir la vocación al sacerdocio, siguió las clases de formación del seminario clandestino de Cracovia, dirigido por el Arzobispo de Cracovia, Cardenal Adam Stefan Sapieha. Al mismo tiempo, fue uno de los promotores del "Teatro Rapsódico", también clandestino.[1]

Se ordenó en 1946 y se trasladó a Roma donde realizó su tesis doctoral en teología sobre San Juan de la Cruz (1948).[2]

En 1948 volvió a Polonia, y fue vicario en diversas parroquias de Cracovia y capellán de los universitarios hasta 1951, cuando reanudó sus estudios filosóficos y teológicos.

En 1953 presentó en la Universidad Católica de Lublin una tesis titulada "Valoración de la posibilidad de fundar una ética católica sobre la base del sistema ético de Max Scheler". Después pasó a ser profesor de Teología Moral y Ética Social en el seminario mayor de Cracovia y en la facultad de Teología de Lublin.[1]

El 13 de enero de 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia por Pablo VI, quien le hizo cardenal el 26 de junio de 1967, con el título de San Cesáreo en Palatio, Diaconía elevada pro illa vice a título presbiteral.[1]

Los cardenales reunidos en Cónclave le eligieron Papa el 16 de octubre de 1978. Tomó el nombre de Juan Pablo II y el 22 de octubre comenzó solemnemente su ministerio petrino como 263 sucesor del Apóstol Pedro. Su pontificado ha sido uno de los más largos de la historia de la Iglesia y ha durado casi 27 años.[1]

Formación y evolución en el pensamiento filosófico de Karol Wojtyła

El primer encuentro de Karol Wojtyła con la filosofía fue singularmente duro y estuvo causado por su decisión de ser sacerdote. Hasta ese momento se había movido casi exclusivamente en el terreno del pensamiento simbólico y literario, como correspondía a un poeta y estudiante de filología polaca que aspiraba a dedicarse al mundo del teatro[3]. Pero los estudios sacerdotales imponían un bienio filosófico, y Karol Wojtyła se encontró frente a frente y sin mediaciones con una versión de la metafísica tomista abstracta, compleja y llena de fórmulas escolásticas. El impacto inicial fue muy arduo, pero después de una dura lucha intelectual por comprender, su valoración final fue muy positiva.

Cuando aprobé el examen, dije al examinador que, a mi juicio, la nueva visión del mundo que había conquistado en aquel cuerpo a cuerpo con mi manual de metafísica era más preciosa que la nota obtenida. Y no exageraba. Aquello que la intuición y la sensibilidad me habían enseñado del mundo hasta entonces, había quedado sólidamente corroborado[4].

A partir de ese momento, intuición, sensibilidad y análisis filosófico estuvieron para siempre unidos en la mente plural de Wojtyła.

Posteriormente, de vuelta en Polonia, su visión tomista se enriquecería con el contacto con las tres corrientes de tomismo que por aquel entonces prevalecían en este país:

  • El tomismo tradicional cuya figura principal era el profesor de metafísica Stanislaw Adamczyk.
  • El tomismo existencial que respondía a un tomismo renovado con las aportaciones de Maritain y Gilson y con aperturas fenomenológicas, cuyo representante principal fue el profesor Swiezawski.
  • Y una versión polaca del tomismo trascendental de Lovaina liderada por Mieszyslaw Krapiec. De todos modos, para una variación significativa en la orientación de su pensamiento, hay que esperar a su tesis de filosofía sobre Max Scheler: Valoración sobre la posibilidad de construir la ética cristiana sobre las bases del sistema de Max Scheler (1954)[5]. Este momento fue central en su evolución intelectual y él mismo lo ha reconocido en diversas ocasiones:

Debo verdaderamente mucho a este trabajo de investigación [la tesis sobre Scheler]. Sobre mi precedente formación aristotélico-tomista se injertaba así el método fenomenológico, lo cual me ha permitido emprender numerosos ensayos creativos en este campo. Pienso especialmente en el libro Persona y acto. De este modo me he introducido en la corriente contemporánea del personalismo filosófico, cuyo estudio ha tenido repercusión en los frutos pastorales[6].

Un ejemplo puede bastar como muestra de esta evolución: su posición sobre el método fenomenológico[7]. Su primer contacto con este método se produjo al realizar la tesis sobre Scheler y su conclusión fue la siguiente: "el papel de este método es secundario y meramente auxiliar"[8]. Wojtyła sostiene aquí la tesis clásica del tomismo respecto a la fenomenología. El método fenomenológico –desprovisto de su impulso idealista– puede ser asumido como un eficaz medio de enriquecer la exploración de la realidad. Pero tal exploración se detiene en el nivel externo y superficial y los datos que aporta deben ser anclados e integrados en la estructura metafísica, que es la esencial. Por eso es secundario. Pero años más tarde, en sus escritos de madurez, el planteamiento es muy diferente. En concreto, en un texto breve de 1978, pero muy importante, La subjetividad y lo irreductible en el hombre, afirma:

Por su naturaleza la experiencia se opone a la reducción, pero esto no significa que se escape de nuestro conocimiento. La experiencia requiere ser conocida de modo diverso, se puede decir con un método, mediante un análisis que sea tal que revele y muestre su esencia. El método del análisis fenomenológico nos permite apoyarnos sobre la experiencia como algo irreductible. Este método no es en absoluto sólo una descripción que registra los fenómenos (fenómenos en sentido kantiano: como los contenidos que caen bajo nuestros sentidos). Apoyándonos sobre la experiencia como algo irreductible nos esforzamos en penetrar cognoscitivamente toda la esencia. De este modo captamos no solo la estructura subjetiva de la experiencia por su naturaleza, sino también su vínculo estructural con la subjetividad del hombre. El análisis fenomenológico, sirve, por consiguiente, para la comprensión transfenoménica y sirve también para revelar la riqueza propia del ser humano en toda la complejidad del compositum humanum»[9].

Así pues, la posición filosófica definitiva de Wojtyła –y el ejemplo lo muestra de manera fehaciente– es un personalismo forjado de una raíz fenomenológica y otra tomista al que accede a través de un largo período de reflexión. A continuación se exponen los contenidos principales de su filosofía siguiendo un orden cronológico puesto que, además de facilitar la comprensión de su itinerario intelectual, guarda una unidad temática bastante consistente. Las áreas-períodos se van agrupar según su pensamiento son cuatro:

  1. La ética.
  2. El amor humano.
  3. La antropología.
  4. La frustrada transición hacia una filosofía interpersonal y social.

Existe también un Wojtyła teólogo que no se considera en el presente escrito y también se deja de lado algunos desarrollos de su pensamiento filosófico que se pueden encontrar en Encíclicas como Familiaris consortio[10] o Laborem exercens[11] porque plantean un problema hermenéutico impropio de un texto introductorio.

La Escuela ética de Lublin

Wojtyła comenzó por la ética entre otras cosas porque fue nombrado profesor de esta materia en la universidad católica de Lublin donde impartió diferentes cursos a lo largo de los años 1954-1961[12]. En sus reflexiones y en las clases que dictaba partía, sobre todo, de su posición tomista, pero la respuesta que ésta daba a muchas cuestiones intelectuales y existenciales le resultaba en parte insatisfactoria. Intuía que debía existir alguna dificultad importante no resuelta, que algún punto no debía estar bien planteado.

Por otra parte, Scheler le había mostrado, precisamente en la ética, que existía otro camino dentro del realismo; que la ética podía evolucionar sin traicionar los principios de la filosofía clásica y del cristianismo, pero también sin ligarse estrictamente a unas posiciones que, en la medida en que no evolucionaban, se tornaban obsoletas, perdiendo el agarre en la vida y la capacidad de motivación. Este es el origen de lo que posteriormente se ha denominado escuela ética de Lublin[13] y cuyo objetivo fundamental fue integrar el tomismo con la fenomenología. El líder de esta escuela fue Karol Wojtyła que reunió en torno suyo un importante grupo de colaboradores entre los que se puede mencionar a Stanislaw Grygiel, Jozef Tischner, Marian Jaworski y Tadeus Styczen, quien le sucedería en la cátedra de ética. Otros docentes que trabajaron en estrecho contacto con él y que merecen ser mencionados son: Jerzy Kalinowski, filósofo del derecho que se trasladó después a Lyon; Marian Kurdzialek, historiador de la filosofía antigua; Feliks Berdnarski, estudioso de ética (que iría más tarde a Roma, como Grygiel) y Stanislaw Kaminski, profesor de epistemología.

Wojtyła no elaboró un texto sintético con los resultados intelectuales de su grupo de investigación por lo que sus aportaciones hay que recolectarlas en los diferentes artículos publicados durante esos años, si bien esa tarea ha sido facilitada por la publicación de diversas colecciones que recogen esos trabajos. En concreto, la colección en español más extensa de sus artículos de ética se ha publicado bajo el título de Mi visión del hombre[14] que se completa con sus estudios de antropología recogidos bajo el título El hombre y su destino[15] y los de ética bajo el de El don del amor[16].

Su producción se puede dividir en tres áreas principales.

Es el análisis y confrontación con las posiciones éticas de sus cuatro autores de referencia en este terreno: Tomás de Aquino, Kant, Hume y Scheler. En estos estudios, muy analíticos y detallados, Wojtyła tiende a reducir al mínimo el aparato crítico aunque es patente que ha frecuentado y meditado asiduamente el pensamiento de los autores sobre los que diserta. No se puede entrar en el detalle de estos estudios, pero resulta especialmente central una observación que realiza a la ética tomista en un texto de 1961, El personalismo tomista, y que constituye el marco de fondo que alimenta su renovación personalista y fenomenológica: la necesidad de incorporar la dimensión subjetiva a la ética asumiendo la transformación conceptual que ello conlleva. Afirma Wojtyła, en concreto, que

La concepción de la persona que encontramos en Santo Tomás es objetivista. Casi da la impresión de que en ella no hay lugar para el análisis de la conciencia y de la autoconciencia como síntomas verdaderamente específicos de la persona-sujeto. Para Santo Tomás, la persona es obviamente un sujeto, un sujeto particularísimo de la existencia y de la acción, ya que posee subsistencia en la naturaleza racional y es capaz de conciencia y de autoconciencia. En cambio, parece que no hay lugar en su visión objetivista de la realidad para el análisis de la conciencia y de la autoconciencia, de las que sobre todo, se ocupan la filosofía y la psicología modernas. (…) Por consiguiente, en Santo Tomás vemos muy bien la persona en su existencia y acción objetivas, pero es difícil vislumbrar allí las experiencias vividas de la persona[17].

Otro gran tema de Wojtyła es la justificación de la ética frente a sus múltiples enemigos: el hedonismo, el empirismo (Hume), o, en un sentido muy diverso, el apriorismo kantiano. Para el empirismo, la ética en cuanto tal, no existe, se reduce propiamente a la consecución del placer y a la instrumentalización de la inteligencia en beneficio de la voluntad; el problema que plantea Kant es el contrario: un rotundo y nítido formalismo moral sin contenidos. Para superar estas objeciones, Wojtyła recurre con profundidad y originalidad a la noción de experiencia moral[18].

La ética, explica, no surge de ninguna estructura externa al sujeto, no es una construcción mental generada por presiones sociológicas, nace de un principio real y originario: la experiencia moral, la experiencia del deber, pero no entendida en modo kantiano, como la estructura formal de la razón práctica, sino en un sentido profundamente realista, como la experiencia que todo sujeto posee –en cada acción ética concreta– de que debe hacer el bien y debe evitar el mal.

  1. 1,0 1,1 1,2 1,3 1,4 1,5 1,6 Oficina de prensa de la Santa Sede (30 de junio de 2005). Su Santidad Juan Pablo II Breve Biografía. Roma: Vaticana. Consultado el 4 de agosto de 2020. 
  2. Burgos Velasco, Juan Manuel (2007). «Karol Wojtyła». Philosophica. ISSN 2035-8326. doi:10.17421/2035_8326_2007_JMB_1-1. Consultado el 4 de agosto de 2020. 
  3. Pilar Ferrer, María (2006). «Intuición y asombro en la obra literaria de Karol Wojtyla». EUNSA, Teología y Vida 48 (2 - 3). ISSN 0049-3449. Consultado el 4 de agosto de 2020. 
  4. Frossard, Andre (1982). No tengais miedo.Andre Frossard dialoga con Juan Pablo II. Plaza Janes. p. 264. ISBN 8401332087. 
  5. Wojtyla, Karol (1982). «Max Scheler y la ética cristiana». BAC. 
  6. Juan Pablo II (27 de octubre de 1995). Don y Misterio. Vaticana. Consultado el 4 de agosto de 2020. 
  7. Guerra Lopéz, Rodrigo (2002). Volver a la persona: el método filosófico de karol wojtyla. SL.Caparros Editores. ISBN 9788487943768. 
  8. Wojtyla, Karol (1982). Persona y acción. Madrid: Palabra. p. 432. 
  9. Wojtyla, K. (1978). «La subjetividad y lo irreductible en el hombre». Conferencia Internacional en París. Consultado el 4 de agosto de 2020. 
  10. Juan Pablo II (22 de noviembre de 1981). Familiaris Consortio. Roma: Vaticana. Consultado el 4 de agosto de 2020. 
  11. Juan Pablo II (14 de septiembre de 1981). Laborem Exercens. Roma: Vaticana. Consultado el 4 de agosto de 2020. 
  12. Weigel, George. Biografía de Juan Pablo II, testigo de esperanza. Barcelona: Plaza & Janes editores. ISBN 9788401376528. 
  13. Palacios, J.M. (1982). La Escuela ética de Lublin y Cracovia. Sillar. p. 55 - 66. 
  14. Wojtyla, Karol (2006). J. M. Burgos y A. Burgos, ed. Mi visión del hombre. Hacia una nueva ética. Madrid: Palabra. ISBN 9788482391823. 
  15. Wojtyla, Karol (2005). J.M. Burgos y A. Burgos, ed. El hombre y su destino. Palabra. ISBN 978-84-8239-295-0. 
  16. Wojtyla, Karol (2006). J. M. Burgos y A. Burgos, ed. El don del amor. Palabra. ISBN 978-84-8239-411-4. 
  17. Wojtyla, Karol (1961). «El personalismo tomista». Editorial Peter Lang. Consultado el 4 de agosto de 2020. 
  18. Styczen, T. (2006). Karol Wojtyla: filósofo-moralista. Madrid: Palabra. p. 117 - 134.