Personalismo

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El Personalismo es un movimiento filosófico que comienza a finales del siglo XIX, y que adquiere fuerza a partir de 1930. Posteriormente, en la década de los 60 y 70 del siglo XX, sufrirá un arrinconamiento por el predominio de corrientes de pensamiento como el marxismo o la revolución sexual, para volver a recuperar presencia en la sociedad a partir de la década de los 80[1].

(1905-1950)Fundador del movimiento personalista y de la revista Esprit.

Orígenes

Para entender el personalismo es importante conocer el contexto en que surgió. Los factores culturales y sociales más relevantes de la Europa de la primera mitad del siglo XX[2].

El positivismo y el cientificismo

Los logros numerosos de la ciencia llevaron a una enorme valoración del método experimental, del conocimiento científico y de las realidades físicas. que quizá se podría denominar materialismo intelectual. La causa próxima de esta mentalidad la podemos encontrar en el tremendo éxito alcanzado por la ciencia experimental. Frente a las oscuridades que presentaban las ciencias humanas, las jergas ininteligibles de los filósofos idealistas y la continua puesta en discusión de lo que ya parecía sólidamente establecido, la ciencia experimental aparecía como un modo de saber seguro, preciso, acumulativo y con unas repercusiones prácticas increíbles e inesperadas (teléfono, luz eléctrica, automóvil, aviación, etc.).

Todo esto llevó a muchos a pensar que el método científico era el único método de conocimiento válido y que las únicas dimensiones que realmente existían eran las físicas y materiales, aquellas que se podían controlar mediante ese método de conocimiento. Se empezó a considerar que los aspectos de la realidad que quedaban fuera del alcance de este método eran entidades ficticias, inventadas por la inteligencia del hombre, y que no tenían una existencia auténtica.

La teoría de la evolución supuso un apoyo importante para esta visión puesto que -en su versión radical- afirmaba que el hombre no era más que un producto de la evolución a partir de elementos materiales simples de carácter físico. No había en el hombre, por tanto, una dimensión espiritual ni capacidades espirituales, sino habilidades con origen en una realidad material más evolucionada que en las plantas y animales.

Esta versión radical de la teoría de la evolución condujo, por otro lado, a un descrédito de la religión, puesto que «explicaba» de modo científico realidades que para la religión tenían un origen sagrado. La religión aparecía así como un intento por parte del hombre de justificar su propia ignorancia. Se pensaba: no sabíamos cuál era el origen del hombre, y la religión se inventó una explicación acerca de ello, pero ahora la ciencia nos ha dicho la verdad sobre este asunto y la religión ha quedado desenmascarada. El paso siguiente era fácil de dar: las demás explicaciones que proporcionaba la religión sobre otros asuntos oscuros no eran más que invenciones que se sostenían porque la ciencia no había logrado explicarlas todavía. Era cuestión de esperar que ésta avanzase lo suficiente y caerían por su propio peso.

El resultado de esta mentalidad supuso un descrédito importante de las ciencias humanas, un replegamiento y complejo de inferioridad de la religión y también un rechazo a considerar desde el punto de vista intelectual las dimensiones trascendentes de la persona y, consecuentemente, a aceptar y creer en valores trascendentes. Los saberes que adquirieron prestigio fueron los que más se acercaban a las ciencias matemáticas y experimentales, acercamiento que pretendieron realizar muchos de ellos. En esta línea se sitúa, por ejemplo, la teoría de los tres estados de Comte, fundador del positivismo: el primero, que correspondía a la fase más oscura de la humanidad, era el religioso, a éste seguía el metafísico y, por último, llegaba el realmente válido, el científico. Surgió así, por ejemplo, el auge de la lógica en el interior del círculo positivista de Viena, proyectos como la famosa búsqueda de un lenguaje universal más cercano a la matemática, el declive de la antropología filosófica y, con mas motivo, de la metafísica, etc.


El auge del individualismo y de los colectivismos

El colectivismo y el individualismo son las dos formas de pensar en la primera mitad del siglo XX [2]

El individualismo

Es una mentalidad difícil de definir puesto que sus rasgos ideológicos son difusos. No es una corriente teórica como el marxismo o el fascismo ni tiene ningún pensador que sea el punto de referencia. Se puede decir que se caracteriza por tres rasgos:

  • Ética utilitarista: maximización del placer y minimización del dolor. Una acción es válida si maximiza o minimiza el placer o el dolor del mundo.
  • Defensa de los derechos del indivíduo por encima de cualquier colectivo. Autonomía soberana del individuo solo limitable por el daño a terceros.
  • El capitalismo. No intervención del estado en la economía, sino sólo el mercado, ya que éste es capaz de autoregularse a través de una “mano invisible” que actúa oculta pero eficazmente en el sistema. La búsqueda del beneficio individual genera, a través de estos mecanismos invisibles, el bien de la colectividad.

Los colectivismos

Frente al individuo, la colectividad, frente al individualismo el colectivismo. El individuo, debía olvidarse de sus derechos y unirse con otras fuerzas para salvar a su clase o a la patria, entregándose a un destino que le superaba pero que le daba más sentido que la búsqueda de su beneficio. Hegel había teorizado la prioridad del sistema sobre el individuo y, dentro del sistema, la preeminencia del Estado como forma perfecta y moderna de organización política. Pero Hegel postulaba un estado de derecho, mientras que, en los colectivismos los derechos de los individuos quedaban sometidos totalmente al poder de la colectividad en la forma que esta adoptara: raza, pueblo, nación, etc.

El marxismo

Surgió en parte como respuesta a esta situación de explotación del individuo por el capital. Marx propuso una teoría para explicarlo y para resolverlo: el marxismo. Marx proponía un paraíso en la tierra al que se llegaba mediante la lucha contra el mal (el capitalismo). El comunismo era como una nueva mística, una nueva religión que partía de una verdad: la situación miserable de muchos obreros en la Europa de aquella época. Frente a las vaguedades y oscuridades de algunas propuestas filosóficas, Marx proclamaba que la filosofía no debía comprender el mundo sino transformarlo. De este modo atraía a aquellos intelectuales que no querían permanecer en la mera teoría, sino utilizar su inteligencia para transformar en lo posible la sociedad. Lamentablemente el marxismo estaba cerrado completamente a la trascendencia y a la religión (a la que, como es sabido, denominaba como el opio del pueblo). Ese impulso utópico de liberación inicial desembocó pronto en una cruel maquinaria que instaló un régimen del terror en Rusia que aniquiló a todos sus opositores. Por tanto, si inicialmente se podían detectar elementos morales constructivos en la lucha por establecer el comunismo, pronto sólo quedó el ansia de poder y de dominio, y el deseo de extender este control al mayor número de países utilizando el marxismo como arma ideológica para crear inestabilidad y subversión.

El fascismo y nazismo

Junto al marxismo aparecieron en el siglo XX otros dos movimientos totalitariosen este caso de derechas: el nazismo y el fascismo. A diferencia del marxismo, que era un movimiento universal, éstos eran locales. El nazismo propugnaba la supremacía de la raza aria sobre todas las demás. Y de ahí deducía su derecho a dominar sobre todos los pueblos. Aunque por muy enfrentados que acabaran el marxismo y el nazismo, ambos compartían una matriz totalitaria que condujo, como es sabido, a resultados nefastos para la humanidad. Esta raíz tiene una matriz teórica común en Hegel.

Tanto para el marxismo como para el nazismo el individuo no es más que una entidad pasajera que debe ponerse al servicio de algo más grande para encontrar su justificación y su sentido: la revolución, en el caso del marxismo, o el Imperio de la raza aria, en el nazismo. La necesidad de una respuesta El inicio del siglo XX presentaba dos grandes movimientos de signo opuesto, pero ambos indiferentes a la persona concreta: el individualismo liberal y los totalitarismos. Eran movimientos no sólo teóricos, sino importantes movimientos sociales que implicaban a millones de personas. Esa tensión social condujo a sucesos como las dos Guerras Mundiales. Se comprende, por tanto, que, ante esta angustiosa realidad, diversos pensadores sintieran la necesidad de elaborar una respuesta intelectual que pudiera contribuir a resolver las cuestiones tan graves que estaban en juego.Sin rechazar el legado tradicional, resultaba evidente que era necesario algo más. Había que recoger de la modernidad todos los elementos positivos que fuera posible encontrar y proponer un nuevo proyecto cultural e intelectual capaz de abrirse un hueco en la cultura europea. La presión del liberalismo y del marxismo no dejaba espacio para una teoría meramente especulativa. La sociedad necesitaba una teoría con una estructura interna tal que permitiese la elaboración de un proyecto social alternativo al individualismo y al colectivismo. Poco a poco se haría patente que esa alternativa genuina se podía encontrar en la noción de persona, lo que daría lugar al nacimiento del pensamiento personalista.

La noción de persona

La persona es una noción antigua de origen cristiano. Pero tomar a la persona, a la experiencia de ser persona y de encontrarse con otras personas, como punto de partida del pensamiento filosófico era un camino nuevo que todavía no se había recorrido. Y era un camino, además, que parecía ofrecer las respuestas que se buscaban. La persona, por un lado, era un término esencialmente moderno y cercano a otros conceptos modernos como la subjetividad o la libertad. Además, entendida, como ser subsistente y autónomo pero esencialmente social, se presentaba como un posible punto de salida a la tenaza que formaban el individualismo y el colectivismo. La persona, por otra parte, no era el individuo aislado del liberalismo, sino un ser eminentemente social y comunitario y, si se aceptaba, su trascendencia, se convertía en un valor en sí mismo, con lo que se colocaba por encima de cualquier colectivismo. Era, además, una noción práctica en el sentido de que tampoco hay un camino excesivamente largo entre la persona y la teoría social o política ya que la sociedad no es otra cosa que un conjunto de personas en acción. Diversos pensadores vieron en la noción de persona la clave para elaborar la respuesta que se necesitaba a la compleja situación cultural y social en la que se encontraban. El resultado fue la corriente filosófica conocida con el nombre de personalismo. La primera formulación profunda y sistemática se realizó en Francia gracias al trabajo de personalidades como Maritain, Nédoncelle, G. Marcel y, sobre todo, Emmanuel Mounier.

Emmanuel Mounier

El Personalismo comienza básicamente con Emmanuel Mounier[1]. En su breve pero intensísimo recorrido vital, de 1905 a 1950, este filósofo francés fue capaz de crear, desarrollar e impulsar, en torno a la revista Esprit, la filosofía y el movimiento personalista que tan amplia repercusión tuvo en los círculos culturales, sociales e incluso políticos de su tiempo. De su proyecto filosófico cabe destacar lo siguiente:

  1. Mounier planteó, estableció y desarrolló las bases de la corriente doctrinal y filosófica del personalismo
  2. Modeló un tipo de personalista socialmente activo, comprometido con la transformación concreta de la sociedad y de filiación política de orientación izquierdista[2]
  3. Dio lugar a una corriente ideológica que generó un importante conjunto de autores y textos, entre los que cabe citar fundamentalmente a Lacroix y Domenach, pero que finalmente perdió fuerza como movimiento con identidad propia y, sobre todo, como movimiento creativo desde el punto de vista intelectual.

La primacía que Mounier otorgó a la acción cultural sobre la reflexión de corte más académico le dificultó la elaboración de una reflexión filosófica detallada y sistemática. Y, aunque fue siendo cada vez más consciente de este problema, y en sus últimas obras, especialmente en El personalismo, intentó paliar este déficit, no dispuso de tiempo suficiente para lograrlo de manera satisfactoria. Qué hubiera sucedido si la muerte no hubiera interrumpido precozmente su itinerario vital e intelectual es una pregunta ciertamente apasionante pero que, lamentablemente, no tiene respuesta. Lo que sabemos, de hecho, es que su aportación especulativa en forma de una filosofía fuerte y sistemática fue insuficiente.

Pero, en realidad, el personalismo de Mounier, si bien carece de sistematización formal, fue filosóficamente muy fuerte desde el punto de vista de la intuición y del proyecto, y buena prueba de ello fue su grado de influencia. Mounier vio los problemas, vio las soluciones, intuyó el camino que había que recorrer y dio los primeros pasos. Es cierto que ni él ni sus seguidores desarrollaron a fondo estas intuiciones con el grado de sistematicidad que se puede encontrar en otras filosofías y que, cuando lo intentaron, como pretendió Mounier con su Tratado del carácter, los resultados tampoco fueron especialmente satisfactorios, pero eso no quita para que en sus escritos se encuentre toda una filosofía en ciernes.

Personalistas posteriores

Para algunos el Personalismo murió con Mounier. Ricoeur sería probablemente de esta opinión ya que en su famoso artículo: “Muere el personalismo, vuelve la persona”[3], pronunció el epitafio del personalismo. La razón fundamental que esgrimió es que “no fue lo bastante competitivo para ganar la batalla del concepto”, no fue capaz de forjar armas suficientemente sofisticadas para enfrentarse contra sus enemigos de entonces, el estructuralismo, el marxismo y el existencialismo, y lo pagó con su derrota y su desaparición. Eso no quiere decir que no aportara activos sugerentes. Lo hizo; pero sus aportaciones no tuvieron la calidad y complejidad necesaria para forjar una filosofía fuerte. Por eso, una vez asumidas por el contexto social y cultural, su atractivo decayó y, con él, su fuerza, hasta acabar desapareciendo. Consecuentemente, para Ricoeur no tendría sentido continuar ni con el término ni con el proyecto del personalismo. Es cierto que tuvo el gran mérito de introducir sólidamente en la sociedad europea la noción de persona. Pues bien, concluye, asumamos su aportación, la noción moderna de persona, consignémosla entre sus logros históricos, pero olvidémonos del personalismo.

Supuestamente el marxismo y el estructuralismo acabarían con el Personalismo. Unos años más tarde, y agotadas estas corrientes filosóficas nos encontramos con una vía filosófica plenamente personalista aunque no ligada estrictamente a Mounier y a la revista Esprit.

Para dibujar un cuadro completo hay que ampliar la corriente francesa con pensadores como Jacques Maritain, Gabriel Marcel y Nédoncelle, el personalista metafísico. Y además y sobre todo hay que extenderlo a otros países y matrices especulativas que vayan más allá del personalismo comunitario. La matriz dialógica aporta pensadores de la talla de Buber, Ebner, Rosenzweig y, más recientemente, Lévinas. En la matriz fenomenológica encontramos, entre otros, a Scheler, von Hildebrand y Stein. Karol Wojtyla es el principal representante de la numerosa escuela polaca. En Italia, entre otros podemos mencionar a Carlini, Luigi Pareyson y Luigi Stefanini. Ya hemos hablado de Romano Guardini, pero se puede señalar también a Seifert, Crosby y, en España, a Zubiri, López Quintás, Laín Entralgo, Díaz, Manzana, Burgos y, en un sentido que habría que determinar, Polo[6].

El Personalismo, definido a partir de este conjunto de autores, no sólo no ha desaparecido sino que continúa vigente y posee una consistente solidez especulativa.

Contenido

¿Cuáles rasgos lo caracterizan, independientemente de los desarrollos que puede hace cada autor calificado de personalista?

Es una filosofía

El personalismo es, ante todo, una filosofía en el sentido estricto del término. No veo qué justificación pueda tener dudar de ello. Es cierto que nació, en parte, y como puso de relieve Lacroix, como una anti-ideología, como una vía de escape ante la presión intolerable del individualismo y del colectivismo de la Europa de entreguerras [3]. Y es cierto que pensadores de la talla y de la orientación de Maritain tuvieron dudas sobre la identidad del personalismo [4]. Pero Lacroix se encuadra directamente en el grupo de Esprit y Maritain nunca quiso abandonar su filiación tomista. Fue un pensador de transición. Son críticas, pues, que ya están respondidas. El hecho es que esa anti-ideología fructificó, arraigó y se transformó en una filosofía fresca y sugerente como afirma, con mucha claridad, el mismo Mounier en una obra madura: “el personalismo es una filosofía, no solamente una actitud. Es una filosofía, no un sistema. No rehuye la sistematización, pues el orden es indispensable en los pensamientos: conceptos, lógica, esquemas de unificación no son útiles solamente para fijar y comunicar un pensamiento que sin ellos se disolvería en intuiciones opacas y solitarias: sirven para sondear esas intuiciones en sus profundidades: son instrumentos de descubrimiento al mismo tiempo que de exposición. Porque determina estructuras, el personalismo es una filosofía y no solamente una actitud”[9].

A pesar de todo, sigue habiendo críticos que niegan de manera muy radical el carácter filosófico del personalismo, incluso considerado en toda su amplitud. A mi juicio, tales críticas no requieren mayor respuesta que una mención a sus filósofos más representativos y a sus obras. Si semejantes textos no se consideran filosóficos es que se posee una idea muy peregrina de la filosofía o bien, simplemente, que se critica desde la idea preconcebida y no contrastada, desde la ignorancia o desde la comodidad. O quizá, también, desde una estrategia no muy bien intencionada. Colocar al personalismo la etiqueta de pensamiento no filosófico puede ser, ciertamente, el mejor modo de evitar el engorroso enfrentamiento con un pensamiento que se vislumbra como un posible competidor. Pero, como decía, una mínima referencia al plantel de filósofos que componen esta corriente y a sus obras resulta suficiente para desbaratar esta objeción hasta el punto de que, en algunos casos, habría que plantear sinceramente a esas personas si hablan de autores a los que han leído o se trata solo de una crítica por correspondencia.

Cuestión muy diversa es la unidad. ¿Personalismo o personalismos? ¿Hay un solo personalismo o hay varios según el autor al que se haga referencia? Esa sí que es una cuestión interesante y de entidad[10]. A mi juicio, existen motivos fundados para optar por la unidad, y lo intentaré probar describiendo justamente los rasgos que lo definen como una filosofía unitaria. Para ello seguiré un método que ya he utilizado en otra ocasión, y que consiste en determinar los elementos que permiten identificar al personalismo, en primer lugar, como una filosofía realista y, en segundo lugar, como una filosofía original[11]. Diversos autores se pueden citar como inspiradores de esta corriente –E. Kant, S. Kierkegaard, J. Maritain–, pero su principal impulsor fue el francés Emmanuel Mounier (1905-1950). A este se pueden añadir también M. Nedoncelle, G. Marcel, K. Wojtyla, M. Buber, R. Guardini, P. Ricoeur, E. Lévinas y Carlos Díaz. También se pueden considerar cercanos al Personalismo E. Husserl, M. Scheler, D. von Hildebrand, Edith Stein, J. Marías y otros muchos.

Se habla de movimiento filosófico, aunque agrupa a filósofos que tratan de temáticas distintas y adoptan enfoques diversos. Debido a esta diversidad, algunos pensadores han negado al Personalismo no sólo que constituya una escuela, sino incluso que se pueda hablar de cierta unidad de los filósofos que se enmarcan en esta corriente.

En cualquier caso, hay un punto en el que coinciden todos los personalistas: la recuperación de la centralidad de la persona en el discurso de la razón. Estamos ante una reacción que se produce en la primera mitad del siglo XX por parte de intelectuales que se enfrentan a las ideologías y totalitarismos dominantes: positivismo y cientifismo, capitalismo, marxismo, nazismo y fascismo.

Todas estas ideologías estaban marcadas por una visión fuertemente materialista del ser humano y, por otra parte, se había perdido el equilibrio entre la persona individual y el colectivo social: o se encerraba a la persona en su propia autonomía, o se la disolvía en el cuerpo social.

Ante esta situación, van surgiendo autores que sitúan a la persona como primer valor real. Es cierto que, en la filosofía clásica, muchos filósofos habían tratado a la persona como algo valioso, pero se la contemplaba en relación con categorías –sustancia, naturaleza– propias del mundo animal . La novedad de los personalistas es considerar a la persona como categoría de partida y asumir las aportaciones de la modernidad: conciencia, yo, sujeto, libertad, realización en la acción, etc. Todo este planteamiento nace en el seno de una filosofía realista y abierta a la trascendencia.

El Personalismo ha llegado a construir una visión de la persona cuyas características podemos resumir:

  1. La persona es un ser digno en sí mismo, pero que necesita relacionarse con los demás para lograr su perfección; esta relación sólo puede ser de amor.
  2. Es un ser dinámico y activo, y en la transformación de la realidad vive su eticidad.
  3. Es capaz de alcanzar la verdad.
  4. Es espiritual y al mismo tiempo corporal, poseedor de una libertad que le permite autodeterminarse y decidir, en parte, no sólo su futuro, sino su modo de ser.
  5. La afectividad, más que hacerle semejante a los animales, forma parte de su libertad.
  6. Es portador de una capacidad de abrirse a la trascendencia y está destinado a un fin trascendente.

Esta visión de la persona ha traspasado los límites del mundo académico y, sobre la base de la modernidad, se halla presente de un modo importante en nuestra cultura occidental.

En el marco de la Bioética, se puede hablar de una Bioética de corte personalista, en la que se concreta la visión anterior. No se trata de una Bioética de soluciones cerradas y homogéneas entre los que la cultivan, pero suele aceptar como válidos los principios siguientes:

  • La vida física es un valor fundamental, condición de cualquier valor. Esto implica el reconocimiento del valor personal de la vida corporal, y la exigencia del respeto a esa vida desde su concepción hasta su término natural.
  • El respeto a la dignidad de la persona, que podemos llamar principio terapéutico. Se trata de la prohibición absoluta de instrumentalizar a la persona humana utilizándola como medio para conseguir un bien para otros. Un comportamiento tal supondría tratar a esa persona como objeto y no como persona. En la práctica, se puede decir que sólo se puede aplicar un tratamiento terapéutico a un ser humano cuando es para su propia curación.
  • El principio de libertad y responsabilidad. Debe procurarse que todos los que participan en una acción puedan ejercer conscientemente su libertad. Se trata de un concepto de libertad que no es simple libre arbitrio, sino que asume las consecuencias que lleva consigo la elección hecha. El valor moral no atenderá sólo a la autonomía con la que se ha realizado la acción, sino también a la realización de la persona en esa elección.
  • El principio de totalidad. Por el bien de la totalidad del individuo, es lícito privarse de alguna parte como único camino para obtener el bien de la totalidad. Por ejemplo, hay que privar a la persona de un miembro cancerígeno para lograr que su salud sea mejor. Además, se suele exigir que la relación “todo-parte” sea restringida al individuo y no se aplique a la relación individuo-sociedad. Así, por ejemplo, no sería lícito acabar con la vida de una persona inocente para salvar a la sociedad de un peligro.

Para muchos autores, la Bioética personalista –tal como se explica en este vocablo– se ha desarrollado gracias al Personalismo, pero también hay un extenso grupo de seguidores de la Bioética personalista que fundamentan esta disciplina con otras corrientes filosóficas: el Realismo, la Fenomenología, etc.

Referencia bibliográfica


Notas

  1. Burgos, Juan Manuel (2012). Introducción al personalismo. Palabra. ISBN 978-84-9840-646-7. 
  2. 2,0 2,1 Landsberg, Paul Luis (2006). Para entender el personalismo. Fundación Emanuel Mounier. ISBN 9788495334954. 
  3. Lacroix, Jean (1972). Le personnalisme comme anti-idéologie,. 
  4. Maritain, Jacques (1947). La personne et le bien commun. Desclée de Brouwer. 

Bibliografía

  • Urdanoz T., Historia de la Filosofía IV, Ed. B.A.C., Madrid 1991.
  • Coreth, E., ¿Qué es el hombre?, Ed. Herder, 6ª ed., Barcerlona 1991. ISBN 978-84-254-1038-3
  • Cruz Prados, A., Historia de la Filosofía Contemporánea, Ed. Eunsa, España 1991. ISBN 978-84-313-0987-9
  • Lucas, Ramón. Bioética para todos. Editorial Trillas. México 2003.
  • Burgos, Juan Manuel. El Personalismo. Biblioteca Palabra, Madrid 2000. ISBN 978-84-8239-440-4
  • F. Ebner, La palabra y las realidades espirituales, Caparrós, Madrid 1995.

Enlaces externos