Relativismo

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Introducción[editar | editar código]

El término relativismo es un término polisémico. Es en general aquella actitud del sujeto frente a la realidad, la verdad y el bien donde se experimenta una actitud variable. Distintos niveles se pueden predicar del relativismo.

- El relativismo metafísico sería, según el DRAE: “aquella doctrina según la cual la realidad carece de substrato permanente y consiste en la relación con los fenómenos”.

- El relativismo gnoseológico, según el mismo diccionario, sería la “doctrina según la cual el conocimiento humano solo tiene por objeto relaciones, sin llegar nunca a lo absoluto”.

- El relativismo moral es la posición que niega la existencia de cualquier norma moral.

Todo relativismo niega que el hombre pueda acceder a la realidad en sí de las cosas y a la eticidad de las acciones: ante la verdad y el bien, la persona no puede ir más allá de sus apreciaciones subjetivas y por tanto limitadas y relativas. En el fondo del relativismo subyace un profundo pero nefasto pesimismo antropológico, donde el hombre no se encuentra condicionado sino determinado. Esa determinada coyuntura será para él fuente de conocimiento y de acción, y por tanto dependiente de la historia.

Origen del relativismo gnoseológico y ético[editar | editar código]

En el relativismo la razón no es determinante, central; es auxiliar, periférica

La relación del hombre con la verdad y el bien no es rectilínea ni clara. Basta pensar que gran parte de lo conocido ha sido no solamente de forma activa y positiva sino a través de muchos desengaños de errores y males que el hombre ha sufrido a lo largo de la historia.

Algunas posturas radicales del relativismo, como el escepticismo, se han repetido durante la historia y han llegado hasta la actualidad. Un ejemplo se encuentra en el campo bioético donde se ha concretizado en el no-cognitivismo que niega la existencia y posibilidad de conocer los valores éticos en torno a la vida.

Distintas soluciones frente al relativismo han sido aportadas a lo largo de la historia, como la dada por Aristóteles frente a Protágoras o como la de Kant frente a Hume en la Crítica de la Razón Pura. La solución entre la verdad y el relativismo es que conocer es aprehender la realidad que se da.

Aunque todo conocimiento tiene algo de relativo, esta relatividad no tiene la capacidad de modificar la cosa. Todo lo que se conoce, se conoce según el modo concreto del sujeto, como dice Dionisio. La razón humana no tiene la capacidad de modificar la realidad de lo conocido, sino que lo adorna con su personalidad. Lo que sí tiene la razón es la capacidad de conocer la realidad de las cosas.

Notas del relativismo actual[editar | editar código]

Apoya su base en la gnoseología relativista que sostiene que si la verdad es relativa, la verdad en el fondo no existe. No hay certezas de ningún tipo. Según el relativismo, a nivel ético, el bien y el mal son categorías subjetivas y culturales. Lo determinante es coyuntural, variable con el tiempo y la época.

Este relativismo permea toda la realidad cultural, desde la historia, la sociología, el derecho, y se apoya en la crisis metafísica y en el reduccionismo de la teoría del conocimiento. A lo sumo, las certezas son las que ofrecen el método científico-técnico. El saber se reduce al plano físico y no se puede deducir nada que se salga de estos límites.

No es momento ahora de rebatir estos postulados reduccionistas que son descalificados rotundamente por hombres de ciencia experimental de prestigio mundial como Heissenberg o De Broglie, Grasser, etc., reclamando desde la Física una búsqueda en los fundamentos últimos de la realidad, es decir, en la metafísica y por ende en la metaética. De aquí la esperanza alumbrada por estos prestigiosos científicos que reivindican esta vuelta al fundamento.

Lo decisivo del relativismo ético normativo es que en la práctica no se contemplan normas morales que orienten una misma actuación en un tiempo histórico diferente y en lugar distinto.

La recuperación de la metafísica es imprescindible y necesaria para superar tanto el relativismo gnoseológico y el ético. Así se superará el escepticismo y el no-cognitivismo que sustentan algunas bioéticas en la actualidad. El problema es que realidades como la dignidad humana, el bien, etc., son sencillamente superadas cuando no eliminadas. Por el contrario, si se recupera el sentido común y se señala cómo la razón puede conocer la verdad y cómo la razón practica hacer el bien, los juicios emitidos ante acciones y actitudes serán buenos o malos, perfeccionarán o afearán al sujeto moral.

El relativismo moral niega la existencia de cualquier norma moral. Quien defiende este posicionamiento ético le es indiferente que se actúe de un modo o el contrario, ya que las fórmulas que se emplean para expresar la bondad o la maldad de una acción carecen sencillamente de sentido. Este relativismo absoluto puede presentarse a diversos niveles:

  1. Descriptivo.
  2. Normativo.
  3. Metaético.

El relativismo ético-descriptivo señala la multiplicidad de sistemas normativos distintos que se encuentran en las distintas sociedades, de tal manera que se puede llegar a agrupar a cierto número de personas o no y a señalar que se describen tantos sistemas morales como personas existen.

El relativismo ético-normativo es el realmente importante, ya que niega la existencia de normas morales, pero sobre todo la posibilidad de llegar a formularlas y de que estas sean válidas siempre y en cualquier circunstancia.

El plano metaético es el que sostiene la imposibilidad de fundar en algo objetivo y universal (relativismo metaético).

El relativismo ético también ha penetrado en la ética teológica. Se encuentran valores morales objetivos y valores premorales que dependerían en el fondo de la situación y del sujeto en cuestión. No entra solo este relativismo ético en teología, sino que va acompañado de visiones inadecuadas de tipo antropológico como el dualismo y el historicismo que impiden descubrir claramente la verdad sobre el bien.

Esta teoría moral no está conforme con la verdad sobre el hombre y sobre su libertad. Contradice las enseñanzas de la Iglesia sobre la unidad del ser huma no, cuya alma racional es por sí misma y esencialmente la forma del cuerpo. El alma espiritual e inmortal es el principio de unidad del ser humano, es aquello por lo cual este existe como un todo cuerpo y alma uno. Desde el momento en que la persona humana no puede reducirse a una libertad que se autoproyecta, sino que comporta una determinada estructura espiritual y corpórea, la exigencia moral originaria de amar y respetar a la persona como fin y nunca como simple medio, implica también, intrínsecamente, el respeto de algunos bienes fundamentales, sin el cual se caería en el relativismo y en el arbitrio[1].

Relativismo y universalidad de los juicios morales[editar | editar código]

El juicio moral acude al objeto que se verá siempre reforzado en cuanto a la imputabilidad subjetiva por las consecuencias previsibles.

Los juicios morales o son universales o no son. Y esto vale para cada acción singular que la persona realiza en cualquier situación. Si las circunstancias son idénticas, se tendrá la misma acción, y si las circunstancias son parecidas, las acciones pueden ser clasificadas bajo un aspecto común que será susceptible de recibir un idéntico juicio moral. Por tanto, realizar juicios morales en el conjunto de acciones con parecidas circunstancias también significa pronunciarse de forma positiva o negativa.

La variabilidad de las circunstancias no paraliza el juicio moral. Es más, no solo se pueden realizar juicios morales sobre acciones singulares concretas, sino valorar cierto tipo de conductas que pueden o no llegar a la concretización práxica. Los juicios morales negativos no se pueden justificar por las consecuencias ulteriores que se deriven de las acciones (ver Proporcionalismo), ya que el juicio moral afecta también y sobre todo a la previsión de lo que naturalmente ocurrirá; en términos más técnicos, el juicio moral es ante todo un juicio sobre el objeto moral, es decir, sobre la intención próxima intrínseca de la acción, que obviamente ya puede en mayor o menor medida prever las consecuencias ulteriores de la acción.

A estas alturas, es posible entender más o menos claramente lo peligroso que se plantea una fundación relativista en bioética. Debido a que en este ámbito del actuar humano se presenta qué hacer con el bien vida y en bienes como la salud, la enfermedad, etc., el sostener este tipo de planteamiento significará no solamente contemplar la licitud e ilicitud de cualquier conducta en torno al tema, sino que, además, señalará la imposibilidad radical de expresar un juicio moral sobre las cuestiones en torno a la vida.

Se debería extraer y purificar de las acciones biomédicas, las influencias que provienen de la ética, se dice desde numerosas instancias. En el fondo, el problema ético no es sino la traducción práxica y final de problemas anteriores, como se ha visto, que solo tendrán solución cuando se reconozca la objetividad de la realidad y cuando la racionalidad no se limite a la empírico-científica. El problema de unir legalidad a moralidad hace que la situación se complique más.

3. Implicaciones bioéticas

Si la bioética es fundamentalmente un saber práctico, hay que preguntarse en qué se fundamenta, cuáles su fundación. Escribe L. Palazzani: “todo discurso ético, en cuanto pertenece a la esfera del deber ser, necesita de una justificación: justificar la moral significa explicar las razones del deber ser y  la obligación de determinadas conductas para evitar que estas se impongan arbitrariamente” (L. Palazzani, 1992).

En general hay dos grandes áreas que luego se explicitan a su vez en varias. Estas dos áreas se diferencian en que mientras una subraya un papel central a la razón a la hora de justificar el momento ético, la otra pone a la razón como un elemento más a tener en cuenta. Esta es la posición del relativismo en su concretización no -cognitivista que pretende fundar la bioética. El pilar constitutivo  está centrado en la ya mencionada ley de Hume[2] planteada por el filósofo escocés David Hume en su obra Tratado sobre la naturaleza humana[3], y repropuesta por filósofos anglosajones como G.M. Moore: no se puede pasar de juicios de hecho a juicios de valor, es decir de proposiciones descriptivas (ser) a proposiciones prescriptivas (deber ser).

El problema de fondo es previo, qué concepción de ser se tiene. Es la concepción de ser empirista radicalmente reduccionista. Aquellos que piensan que es válida la ley de Hume abogan por el más radical de los escepticismos en el campo ético, ya que es imposible conocer los valores éticos y por tanto es imposible juzgar si son buenos o malos.

Conclusión[editar | editar código]

El planteamiento relativista en bioética es lesivo, ya que los fundamentos antropológicos son falsos. El hombre no es así. Puede conocer, es capaz de descubrir la verdad con su razón y puede hacer la verdad a través de la razón práctica. Puede desde su propia dinamicidad intelectual y volitiva contar con el elemento virtuoso que le hará más humano y, por tanto, más racional y libre. Si puede llegar a conocer y hacer la ver dad es que no todo depende de él, es decir, el bien y la verdad se le dan.

La dignidad y singularidad del hombre es que este puede, si quiere, hacer propia esa verdad y bien que se le ofrece y salir de su apatía para encaminarse al encuentro de la plenitud que es el fin de toda ética. Un planteamiento que no se base en la objetividad antes que nada, es inhumano, y por tanto no adecuado para el hombre. Es innecesario apuntar en el campo bioético las consecuencias que la in-humanidad acarrean a diario para infinidad de hombres y mujeres de estos tiempos.

Otras voces[editar | editar código]

Texto de referencia[editar | editar código]

  • Vázquez, Carlos Simón (Mayo 2012). «Voz:Relativismo». Pardo, Antonio, ed. Nuevo Diccionario de Bióetica (2° edición) (Monte Carmelo). ISBN 978-84-8353-475-5.

Bibliografía[editar | editar código]

  • Rodríguez Duplá, Leonardo (2001). Ética. España: Biblioteca de autores cristianos. p. 320. ISBN 84-7914-595-1. 
  • Fernández, Aurelio (1 de enero de 2000). Ética filosófica y teología moral: La cuestión sobre el fundamento. Barcelona: Ediciones Palabra, S.A. p. 224. ISBN 8460703967. 
  • Abbá, Giuseppe (1995). Quale impostazione per la filosofia morale. Roma: Libreria Ateneo Salesiano. p. 329. ISBN 88-213-0314-4. 
  • Sgreccia, Elio (1996). Manual de Bioética. México: Diana. Consultado el 14 de julio de 2020. 

Referencias[editar | editar código]

  1. Juan Pablo II (6 de agosto de 19993). Carta encíclica, Veritatis Splendor. Roma: Libreria Editrice Vaticana. Consultado el 13 de julio de 2020. 
  2. Sgreccia, Palma (2006). «La ley de Hume y la falacia naturalista». Medicina y ética: Revista internacional de bioética, deontología y ética médica 17 (4). ISSN 0188-5022. Consultado el 14 de julio de 020. 
  3. Hume, David (2001). Tratado de la naturaleza humana. Libros en la red. Consultado el 14 de julio de 2020.