Diferencia entre revisiones de «Vida humana»

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Antes que nada, queremos insistir que el objeto “material” de la voz es '''la vida humana'''. No nos detendremos en un análisis histórico sino simplemente sistemático con lo cual auscultaremos el modo de proceder del hombre contemporáneo en nuestro Occidente geográfico. Nos queremos situar desde la perspectiva bioética y por ello también de cómo aparece tratada la vida humana en la clínica y en la experimentación aspectos candentes del actuar biomédico en nuestro occidente '''post-cristiano'''.
Antes que nada, queremos insistir que el objeto “material” de la voz es '''la vida humana'''. No nos detendremos en un análisis histórico sino simplemente sistemático con lo cual auscultaremos el modo de proceder del hombre contemporáneo en nuestro Occidente geográfico. Nos queremos situar desde la perspectiva bioética y por ello también de cómo aparece tratada la vida humana en la clínica y en la experimentación aspectos candentes del actuar biomédico en nuestro occidente '''post-cristiano'''.


Una forma bastante común de pensar y referirse a la vida en el debate publico es considerar a la misma desde una antropología cultural que presenta la “normalidad” de la vida humana ajena de una consideración particular. La vida humana no es algo singular, único, especial. Se parte de un planteamiento cósmico, terreno, evolutivo, historicista. El postulado evolucionista de la continuidad entre el mundo de los animales y el mundo del hombre es el que parece imponerse en la reflexión '''metabioética''' contemporánea, de tal forma que la especificidad de la vida humana aparece como algo extraño a la misma metodología científica, mejor cientificista.
Una forma bastante común de pensar y referirse a la vida en el debate publico es considerar a la misma desde una antropología cultural que presenta la “normalidad” de la vida humana<ref>{{Cita publicación|url=|título=Voz: Vida Humana|apellidos=Simón Vázquez|nombre=Carlos|fecha=|publicación=Nuevo Diccionario Bioética|editorial=Monte Carmelo|fechaacceso=|apellidos-editor=Simón Vázquez|nombre-editor=Carlos|fecha-publicación=Mayo 2012|edición=2|doi=|pmid=}}</ref> ajena de una consideración particular. La vida humana no es algo singular, único, especial. Se parte de un planteamiento cósmico, terreno, evolutivo, historicista. El postulado evolucionista de la continuidad entre el mundo de los animales y el mundo del hombre es el que parece imponerse en la reflexión '''metabioética''' contemporánea, de tal forma que la especificidad de la vida humana aparece como algo extraño a la misma metodología científica, mejor cientificista.


No se observa nada aparente a primerísima vista distinto con otras especies de organismos superiores e incluso con un análisis más pegado al terreno se interpreta el ''novum hominis'' en las categorías sociobiologistas. Parece pues oportuno partir con estos datos de nuestro entorno más inmediato que, por otra parte, son extensibles al resto del planeta, para dialogar con los planteamientos que presenten la vida humana como un ''novum'' res en la creación. No excluimos en este último alcance, el papel que la fe que tanto como forma de conocimiento y como luz trans-racional ofrecen en el desvelamiento singular de la vida.
No se observa nada aparente a primerísima vista distinto con otras especies de organismos superiores e incluso con un análisis más pegado al terreno se interpreta el ''novum hominis'' en las categorías sociobiologistas. Parece pues oportuno partir con estos datos de nuestro entorno más inmediato que, por otra parte, son extensibles al resto del planeta, para dialogar con los planteamientos que presenten la vida humana como un ''novum'' res en la creación. No excluimos en este último alcance, el papel que la fe que tanto como forma de conocimiento y como luz trans-racional ofrecen en el desvelamiento singular de la vida.

Revisión del 13:39 27 mar 2020

Introducción

En un diccionario de Bioética no puede faltar absolutamente esta referencia. En estrecha sintonía con la redactora de la voz bioética, presentamos este término. Ciertamente, aunque no únicamente, la bioética se ocupa y preocupa de la eticidad de la vida en general y humana en particular. No podía ser de otra forma. Se predican los actos éticos de las personas no de otro tipo de individualidades y partimos que esta praxis cobra diferencia cualitativa en aquellos sujetos donde la vida humana está presente. Plenamente hablando son sujetos de eticidad los seres humanos.

El resto de la creación se mueve por otros mecanismos que no incluyen la libertad y la racionalidad. No queremos entrar en el complejo campo de optar por la reflexión biocéntrica o antropocéntrica.Nuestro posicionamiento es integrador. Creemos que servimos a la vida, sirviendo al hombre y servimos al hombre proponiendo la verdad sobre el mismo.

Una confusión o presentación parcial no sirve a la vida en general ni humana en particular. No hace falta elaborar grandes demostraciones para cerciorarse de lo apenas dicho, basta tener ojos para ver y oídos para oír que la causa del hombre es la causa de la vida. Cuando se opta dialécticamente por una de ellas, las dos se resienten. Estamos a tiempo de salvar al planeta como decía Potter salvando al hombre, servidor y al mismo tiempo destructor de la vida. Por ello para ser fieles al momento fundacional de esta ciencia nada más urgente que determinar en qué consiste eso de la vida y concretamente de la vida humana que tiene una centralidad del todo singular en la reflexión bioética. Cómo debe ser su tratamiento si todavía estamos dispuestos a salvar nuestro planeta y nuestra civilización.

Antes que nada, queremos insistir que el objeto “material” de la voz es la vida humana. No nos detendremos en un análisis histórico sino simplemente sistemático con lo cual auscultaremos el modo de proceder del hombre contemporáneo en nuestro Occidente geográfico. Nos queremos situar desde la perspectiva bioética y por ello también de cómo aparece tratada la vida humana en la clínica y en la experimentación aspectos candentes del actuar biomédico en nuestro occidente post-cristiano.

Una forma bastante común de pensar y referirse a la vida en el debate publico es considerar a la misma desde una antropología cultural que presenta la “normalidad” de la vida humana[1] ajena de una consideración particular. La vida humana no es algo singular, único, especial. Se parte de un planteamiento cósmico, terreno, evolutivo, historicista. El postulado evolucionista de la continuidad entre el mundo de los animales y el mundo del hombre es el que parece imponerse en la reflexión metabioética contemporánea, de tal forma que la especificidad de la vida humana aparece como algo extraño a la misma metodología científica, mejor cientificista.

No se observa nada aparente a primerísima vista distinto con otras especies de organismos superiores e incluso con un análisis más pegado al terreno se interpreta el novum hominis en las categorías sociobiologistas. Parece pues oportuno partir con estos datos de nuestro entorno más inmediato que, por otra parte, son extensibles al resto del planeta, para dialogar con los planteamientos que presenten la vida humana como un novum res en la creación. No excluimos en este último alcance, el papel que la fe que tanto como forma de conocimiento y como luz trans-racional ofrecen en el desvelamiento singular de la vida.

Salta a la vista como en nuestros días al término “vida” haya que añadir la palabra valor, o el término sentido, o cualidad, como si se diese una cierta neutralidad en la palabra vida que necesitase de ulteriores añadidos para ofrecer un significado. Punto culminante de lo que estamos diciendo se refiere al término derecho a la vida como base fundamental donde se apoya todo lo demás.

¿Qué es la vida?

La vida es a primera vista para cada humano una experiencia espontánea, una experiencia que se da antes de que el hombre pueda decidir o querer o conocer. La vida es dada. La vida es el fenómeno más impresionante que existe en la naturaleza y por ello es el más lleno de misterio de tal forma que se hace difícil apuntar una definición adecuada. El progreso de las ciencias experimentales ha aportado informaciones valiosas acerca de la vida humana, pero no sobre el por qué de ésta. La vida humana no es sólo el fenómeno vida como puede darse en un vegetal o en una bacteria o en un animal u hongo.

¿De qué vida hablamos? ¿Existe una especificidad de la vida humana que la haga distinta de la de los demás seres vivos conocidos hasta la fecha? ¿Existe una especificidad de la vida humana y, si existe, en qué se fundamenta?.

La vida humana es personal

La luz acerca de lo que es la vida humana sólo puede venir de la consideración acerca de la verdad de la persona humana. Se trata de partir de un dato real y fundamental: la relación existente entre vida humana y persona emergente en la experiencia común y universal. La vida humana se presenta como una realidad no definida plenamente en si misma, sino como esencialmente relativa a la persona. La vida humana no existe en sí y por sí, es una realidad que es propia de la persona; no existe en abstracto, siempre y sólo en concreto, es decir, como realidad poseída y vivida por la persona.

La vida humana es pues el sujeto que vive. Decir vida humana es siempre un sujeto viviente. Un sujeto que tiene dentro de sí el principio vital: un ser subsistente que se auto posee y se autodetermina. Algunas corrientes presente en la bioética actual, tienden a no considerar al hombre un puesto distinto al de otros animales superiores en la escala zoológica.

El postulado evolucionista de la ciencia moderna implica una continuidad entre el mundo de los animales y el de los hombres. No habría según ellos diferencias entre la vida animal y la vida humana. Sin embargo, la experiencia ética advierte espontáneamente una originalidad de las exigencias de respeto debido a la vida humana en relación con la vida de los animales. ¿Cómo explicar esta diversidad? ¿Qué significa vida personal? El hombre no es un mero ejemplar de la especie a la que pertenece. Tampoco es definible el ser persona con las características comunes a la especie: quiénes somos no es exactamente igual a cómo somos. Las personas no son algo son alguien.

Comienzo de la vida humana

¿Cuándo comienza a ser una nueva vida humana? A esta pregunta, la ciencia responde sin lugar a dudas hoy, que en el momento de la fecundación. Es una pregunta que sólo puede ser competentemente respondida desde la ciencia biológica y desde ninguna instancia más. La unión de la célula germinal paterna y materna da lugar al cigoto. El cigoto es un individuo, (individuum est indivisum in se), algo en sí, algo indivisible, algo impartible en sí mismo. Si se parte ciertamente habrá otra realidad pero ya no un individuo. Si nuestras células germinales ante dichas provienen de la especie humana, estamos ante un cigoto humano, ante un individuo humano, ante un ser humano.

El cigoto, según la ciencia biológica significa la estructura inicial de un nuevo individuo: en él se da cita una información biológica (genética) única, irrepetible, holística. En esta concreción biológica se concentran y anticipan las funciones vitales en orden a la construcción de un irrepetible organismo. Es una totalidad corpórea que tiende intrínsecamente a un desarrollo completo. El cigoto tiene ya todo lo esencial para el total desarrollo biológico. No experimentará añadidos necesarios a lo poseído desde el instante de su constitución existencial. El ambiente modificará accidentalmente su biología pero lo dado no es suprimido ni aumentado.

Sólo la muerte pondrá fin a lo que comenzó en la fecundación. Por ello, no es difícil inferir que estamos ante la realidad hombre. Desde la fecundación no existe otra cosa que un hombre.

Como escribe la Dra. López Moratalla :“durante este proceso de desarrollo embrionario, su dotación genética, su peculiar diseño, se mantiene en cada una de las células. Cada parte de su organismo le pertenece durante toda su vida. La identidad de cada individuo, con todas las características particulares que le hacen ser ese individuo concreto, está expresada de forma precisa en su dotación genética, y permanece y siempre estará presente en todas y cada una de las células. En la dotación genética que herede de sus progenitores están escritos los caracteres que le hacen a ese individuo concreto de la especie Homo sapiens; ahí están sus particularidades ... Pero sobre todo ahí están encerradas las instrucciones precisas y claras para que se construyan los diversos órganos y tejidos... Ahí están las instrucciones para que adquiera, pasado un cierto tiempo, lo que se ha denominado el yo molecular; cada individuo es un ser biológicamente específico singular distinto de los demás, debido en última instancia a la capacidad de reconocer, de hacer frente a agentes invasores y, en ocasiones, destruir aquellos organismos y estructuras que reconoce como extrañas. Más aún, guarda memoria de ello. Y, por último, ahí, en el programa genético, también esta diseñado el límite de la edad, más allá del cual no le corresponde pasar, precisamente por ser un hombre. Este diseño, escrito como mensaje genético de cuatro letras, en los genes y cromosomas de cada individuo, se fija y determina por completo en su concepción: cuando el gameto paterno, espermatozoide, fecunda el óvulo materno y surge el cigoto, embrión de una célula”. (López Moratalla, Medicina Pastoral, 83-84[2]).

La vida es un proceso único, que empieza en la fecundación y no se detiene hasta la muerte.

Desarrollo vital humano

Se llama ontogenia a la ciencia que estudia el desarrollo de un conjunto de fenómenos que, desde que se disparan repentinamente en el momento de la fecunda­ción no se interrumpirán hasta el momento de la muerte. No se puede olvidar que los períodos que se distinguen médicamente por razones de estudio, son diferentes aspectos de lo que en esencia constituye la característica fundamental de todo ser vivo: la de reaccionar como un todo, como una unidad, adaptándose a las necesidades del momento y del ambiente.

Es la unidad temporal, biográfica, la que permite decir que ese ser, aun cuando al cabo del tiempo haya renovado totalmente sus materiales constituyentes y haya cambiado su aspecto, es el mismo.

La ontogénesis es un proceso continuo, homogéneo, sin fisuras. No hay solución de continuidad entre unas y otras etapas de la vida. El sucederse de los acontecimientos forma parte de una biografía única e indisoluble que comienza con la explosión vital que supone la fecundación y termina en el momento de la muerte. Por eso, los términos de cigoto, mórula, blástula, embrión, feto, neonato, niño, joven, adulto, anciano, son lo de menos. Lo destacable es esa unidad biológica y biográfica existencial.

Veamos esquemáticamente algunos momentos del desarrollo intrauterino:

  • A las dos semanas de vida se inicia el desarrollo del sistema nervioso.
  • A las tres semanas de vida empieza a diferenciarse el cerebro, aparecen los esbozos de lo que serán las piernas y los brazos y el corazón inicia sus latidos.
  • A las cuatro semanas ya empiezan a formarse los ojos.
  • A las seis semanas la cabeza tiene su forma casi definitiva, el cerebro está desarrollado; comienzan a formarse las manos y pies y pronto aparecerán las huellas dactilares.
  • A las ocho semanas el estómago comienza la secreción gástrica; aparecen las uñas.
  • A las nueve semanas se perfecciona el funcionamiento del sistema nervioso: reacciona a los estímulos y detecta sabores, pues se ha comprobado que si se endulza el líquido amniótico ‑en el que vive nadando dentro del vientre materno‑ ingiere más, mientras que si se sala o acidula lo rechaza.
  • La mayor parte de los órganos están completamente formados al final de la duodécima semana, y casi todos ellos funcionarán ya en la segunda mitad de la vida intrauterina.
  • Pero hay cambios que no se producirán más que después de nacer: la primera dentición sólo aparece seis meses después del nacimiento, los dientes definitivos lo hacen hacia los siete años y algunas veces las últimas muelas no salen hasta bien avanzada la vida adulta. La pubertad, con todos sus cambios anatómicos y fisiológicos, acaece en la segunda década de la vida, y la capacidad reproductora de la mujer se inicia poco después de la pubertad y cesa en el climaterio.

Es decir, la vida es un proceso único, que empieza en la fecundación y no se detiene hasta la muerte, con sus etapas evolutivas e involutivas.

Es sustancial apuntar que la vida del embrión y del feto es “autónoma”, porque toma del medio en que se encuentra todo lo necesario para su subsistencia. Autonomía relativa que no es esencialmente diferente de la que tenemos nosotros, los adultos, que también dependemos del medio en que estamos ubicados. El nuevo individuo, dirige y controla autónomamente sus propios procesos vitales, gracias a la carga genética que dirige toda su actividad.

Este nuevo ser vivo es de la especie humana porque tiene una organización exclusivamente humana, distinta estructuralmente de las restantes especies animales. Tiene un genoma propio, que le hace individuo de la especie, diferente de todos los demás, y le da identidad humana una y única.

Por lo tanto, desde el momento de la concepción estamos ante un individuo de la especie humana, masculino o femenino. Se han presentado diversos argumentos en contra de esta afirmación:

En las primeras semanas del desarrollo se pueden formar gemelos, luego todavía no es un individuo. Respuesta: se confunde individualidad con indivisibilidad.

El problema de los gemelos no es tal: el comienzo de la vida del hermano se hace por desprendimiento de un grupo de células de su hermano.

En vez de ser engendrado por fecundación lo sería por escisión. También ocurre en otras especies animales y vegetales (la estrella de mar, el geranio, p.ej.), salvo que esta posibilidad en la especie humana queda limitada a los primeros catorce días de vida aproximadamente. (Hasta hace poco tiempo, algunos autores partidarios de clonar seres humanos “respetuosos” con la humanidad, aducían a estar ante no-individualidades. Trágicamente para ellos, la biología afirma que es una individualidad la que se escinde, con lo que todo ello lleva consigo).

El siguiente paso en muchos foros será apuntar que será un individuo humano, pero no es una persona humana. Claramente esta respuesta implica salirse del estricto campo biológico paradójicamente omniabarcante. Nos salimos ya del terreno de la biología y de la medicina para entrar en el de la filosofía, que requiere otra metodología.

La ciencia nos dice con seguridad que desde la fecundación estamos ante un individuo humano. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces.

Pues bien,¿cómo un individuo humano podría no ser persona humana? No hay otra modalidad de existencia humana que la de ser persona (ser individual de naturaleza racional).

Algunos argumentan que no es persona hasta que no desarrolle su sistema nervioso central. Así las cosas, podríamos decir que hasta los seis o siete años de edad no habrá persona humana, pues hasta entonces no se ha completado el desarrollo de las conexiones nerviosas.

Tampoco sería persona un individuo en coma; ni un sujeto dormido o alguien afectado por una patología degenerativa del sistema nervioso en fase avanzada, si definimos a la persona como aquélla que puede realizar operaciones intelectuales tal como proponen algunos reputados bioéticos.

Otros argumentan que la condición humana se va adquiriendo de forma progresiva, pues al principio sólo estaríamos ante una masa amorfa e indiferenciada, hasta que al final ese ser tiene forma humana, y en consecuencia hasta el final no estaríamos ante una persona humana.

En primer lugar, no hay ninguna separación entre las distintas etapas que nosotros distinguimos, estamos ante un continuo ininterrumpido, gradual y coordinado como antes se ha a puntado. En segundo lugar, la forma, la morfología no es la que hace ser humano, es más bien al contrario, es la morfología la que viene determinada por la carga genética.

Se afirma igualmente, que no es persona hasta que no es aceptado por los demás. Esta postura de base sociológica carece de fundamentación científica. No hace ser humano el que sea reconocido como tal, sino que porque se es humano podrá ser reconocido y aceptado.

En definitiva, hay que reconocerle al hombre la dignidad que le corresponde en toda su realidad biográfica, desde el comienzo de su vida, es decir, desde el encuentro del espermatozoide con el óvulo, o quizá, para ser más precisos, desde la fusión de los dos pronúcleos hasta el momento de la muerte natural. No hay ningún salto de cualitativo entre unas etapas y otras del desarrollo. El único salto cualitativo es el momento de la fecundación, en donde de dos células en la etapa terminal de su proceso de diferenciación ‑el óvulo y el espermatozoide‑ surge una realidad nueva, distinta, con unos procesos vitales que forman un continuum, con un alguien sujeto del antes y del después

Coordinación, continuidad y gradualidad

Son las tres características centrales del desarrollo embrionario presentes en la especie humana.

Toda persona humana puede plantearse la siguiente pregunta: ¿cuándo he empezado Yo a existir?

Componente esencial del yo humano es la “corporeidad”. De ahí que empiece a ser cuando comienza a existir su cuerpo. La primera pregunta que debe entonces responderse es: ¿cuándo ha comenzado a existir mi cuerpo? A este interrogante la biología da una respuesta capital. En efecto, si desde un punto de vista fenomenológico se busca retroactivamente este momento –es decir, se recorre hacia atrás el proceso biológico realizado desde el momento en que me planteo la pregunta hasta el instante en que mi corporeidad ha aparecido en este universo– y se tiene en cuenta que según ley inviolable conquistada hoy por la ciencia, todo organismo se forma gradualmente, resulta espontáneo afirmar que mi cuerpo ha comenzado a existir en el momento de la fusión de los gametos, uno del padre y uno de la madre, de quienes soy hijo.

Esta observación, por lo demás elemental, ha constituido desde siempre un hecho aceptado como verdad evidente, incluso cuando no se sabía nada de embriología y de los mecanismos que rigen la formación de un nuevo ser humano. Más aún, puede afirmarse que, precisamente sobre esta común observación fenomenológica, se apoya quien realiza la fecundación in vitro y pretende dar, desde el mismo momento en que produce el cigoto, un “hijo” a los padres que lo han pedido; hijo que, cuando llegue al estadio de 4 u 8 células, será trasladado al útero materno, donde continuará el proceso del desarrollo corpóreo.

Contra esta convicción común se han levantado algunas objeciones que parecen apoyarse en algunos datos embriológicos.

Sin embargo, los conocimientos actuales en el campo de la embriología y de la genética del desarrollo de los mamíferos en general y del hombre en particular –necesariamente parciales y siempre sujetos a posteriores interpretaciones y controles– proporcionan una prueba en favor de la inducción elemental realizada por la observación común. La exigencia de brevedad del presente documento nos obliga a indicar solamente dos grupos de datos. Nuestra convicción se funda en un análisis profundo de los mismos.

El primer grupo de datos proviene del estudio del cigoto y de su formación. De ahí resulta que, en el proceso de fertilización, apenas el óvulo y el espermatozoo –dos estructuras celulares con diferente programa teleológico– interaccionan entre sí, inmediatamente empieza un nuevo sistema, que tiene dos características fundamentales:

  • a)  El nuevo sistema no es una simple suma de dos subsistemas, sino un todo combinado que, apenas los dos subsistemas han perdido su individuación y autonomía, empieza a actuar como una “nueva unidad”, intrínsecamente determinada para alcanzar su forma definitiva específica, si se dan todas las condiciones necesarias. De aquí la terminología clásica todavía en uso de “embrión unicelular”.
  • b) Esta nueva unidad cuenta con un centro biológico o estructura coordinadora constituida por el “nuevo genoma”, es decir, los grupos moleculares –visiblemente reconocibles a nivel citogenético en los cromosomas– que contienen y conservan la memoria de un diseño-proyecto bien definido, el cual posee la “información” esencial y necesaria para su realización gradual y autónoma. Este “genoma” identifica como biológicamente “humano” el embrión unicelular y especifica su individualidad. Además, confiere al embrión enormes potencialidades morfogenéticas; potencialidades que el mismo embrión irá actualizando gradualmente a lo largo de su desarrollo, a través de una interacción continua con su ambiente, tanto celular como extra-celular, de donde recibe señales y materiales.

El segundo grupo de datos aportados por el documento Identidad y estatuto del embrión humano del Centro de Bioética de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, deriva del examen del desarrollo del embrión unicelular, examen realizado en mamíferos con amplitud y profundidad en laboratorio, y totalmente aplicable al embrión humano, no solamente por analogía sino también por otros muchos conocimientos que se poseen. En efecto, de los datos actualmente adquiridos se desprende claramente que, a partir del embrión unicelular, y siguiendo una secuencia de cambios –que determinan las líneas celulares y la diferenciación de los tejidos, acompañados y/o seguidos de transformaciones morfogenéticas– se llega a la formación del organismo completo. Se resaltan tres importantes propiedades biológicas que caracterizan este proceso de desarrollo:

  • I. Coordinación. En todo el proceso, desde la constitución del cigoto hasta el final, se da una sucesión de actividades moleculares y celulares dirigidas por la información contenida en el genoma y controladas por las señales producidas por la múltiple e incesante interacción, a cada nivel, dentro del mismo embrión, y entre éste y su ambiente. Precisamente esta dirección y control son los responsables de la producción, coordinada rigurosamente, de miles de genes estructurales, lo cual implica y confiere una compacta unidad al organismo que se desarrolla en el espacio y en el tiempo.
  • II. Continuidad. El “nuevo ciclo vital” que inicia con la fertilización prosigue sin solución de continuidad, si se cumplen les condiciones requeridas. Cada uno de los acontecimientos –por ejemplo: la multiplicación celular, la determinación celular, la diferenciación de los tejidos y la formación de los órganos– aparecen lógicamente en pasos sucesivos. Pero el proceso en sí que forma el organismo es continuo. Se trata siempre de un mismo individuo, que va adquiriendo su forma definitiva.Si en algún momento este proceso se interrumpiese, se produciría la “muerte” del individuo.
  • III. Gradualidad. Algo necesario al proceso de formación de un organismo pluricelular es que éste adquiera su configuración definitiva pasando de formas más simples a formas cada vez más complejas. Esta ley de la gradualidad implica que, durante todo el proceso, desde el estadio unicelular en adelante, el embrión conserva su propia identidad e individualidad.

El examen científico de estos datos conduce a una idéntica conclusión: que, en el momento de la fusión de los gametos una “nueva célula humana”, dotada de una nueva estructura informativa empieza a actuar como una unidad individual que tiende a la completa expresión de su dotación genética, comportándose como una totalidad en constante y autónoma organización hasta la constitución de un organismo humano completo. Esta “nueva célula humana'' es, por tanto, un “nuevo individuo humano”, que empieza “su propio ciclo vital” y que, cumplidas todas las condiciones internas y externas suficientes y necesarias, se desarrolla gradualmente, actualizando sus inmensas potencialidades según una ley ontogenética y un plan unificador intrínsecos.

Por tanto, no es conforme a una correcta lógica biológica el fijar, como se insinúa a veces, el momento del inicio del individuo humano en el 15 día después de la fecundación, es decir, cuando resulta visible la “estría primitiva” (primer esbozo de estructura nerviosa) y es imposible ya una separación gemelar; o retardarlo a la 8 semana, cuando aparece evidente, aunque sea en miniatura, la forma completa del organismo; o retrasarlo aún más, hasta que esté suficientemente formada la corteza cerebral.

Respetamos el esfuerzo realizado para elaborar tales opiniones, con el deseo de buscar la verdad sobre el inicio de un individuo humano. Pero los argumentos sobre los que se apoyan, examinados detenidamente, no son suficientes para probar tal postura ni para invalidar la conclusión que hemos propuesto.

La conclusión que se deriva de los datos de que dispone hoy la biología es que, desde el momento de la fecundación, el embrión es un individuo humano que inicia su ciclo vital.

La tarea de profundizar ulteriormente sobre la cuestión corresponde a la reflexión filosófica. Asumiendo el dato biológico en toda su extensión, debe clarificar la relación entre la conclusión biológica y el concepto de individuo humano entendido en su totalidad, y, al mismo tiempo, explicar el enlace que existe entre el período de la vida embrional y la constitución de la personalidad plenamente desarrollada.

Tal reflexión nos permite superar cualquier disociación entre la componente “biológica” y la componente “sociopsicológica” de la persona, y, consecuentemente, entre el aspecto “ontológico” y el aspecto “fenomenológico” de la persona.

La primera proposición que proporciona la reflexión racional es que el embrión humano no es una pura potencialidad, sino una sustancia viva e individualizada.

Ciertamente, como todas las sustancias vivas, el embrión humano es un ser cuyo principio de desarrollo y de cambio reside en el interior de la misma sustancia. Precisamente el desarrollo del embrión viene determinado por el propio principio interno, y no por el de un ser externo, como por ejemplo el de la madre.Se demuestra entonces como equívoca y engañosa la afirmación según la cual el embrión sería un hombre en potencia: el embrión es en potencia un niño, un adulto, un anciano, pero no es un individuo humano en potencia: lo es ya en acto.

El óvulo, como el espermatozoide, son “en potencia” un individuo humano, y sólo si no se unen entre sí, el óvulo sigue siendo óvulo y el espermatozoide sigue siendo espermatozoide. Sin embargo, el cigoto es ya un individuo humano en acto, y desarrolla su propio programa interno, que, en cuanto tal, es ya completo, suficiente, individualizado y capaz de actualizarse a sí mismo, siempre y cuando se den las condiciones necesarias para el desarrollo.

Por tanto, antes de la fecundación, el espermatozoide y el óvulo poseen una mera posibilidad de constituirse en un sistema y en una entidad unificada. El cigoto, sin embargo, es un individuo dotado de vida propia, con la propia identidad que le confiere la posesión de un único principio sustancial unificador.

Es obvio que, para su desarrollo físico y cultural, el embrión necesita el ambiente externo, físico y cultural. Pero tales estímulos ambientales los asimila según su propia ley de desarrollo, exactamente igual a como lo hace el niño o el adulto. El salto cualitativo, esencial, se produce cuando dos sustancias, entre las que existe una mera relación externa (los gametos), pasan a formar una única sustancia (el cigoto). Este salto se da en la fecundación: ni antes ni después. Solamente en el mismo instante de la hombre.

La “unidad” sustancial del cigoto revela una “continuidad” sustancial con su desarrollo, precisamente porque el principio del crecimiento y del cambio es inherente a la misma sustancia. No puede hablarse, por tanto, de existencias diversas y sucesivas de un mismo embrión vivo, y así lo confirman plenamente los datos embriológicos. El mismo sujeto, al desarrollarse, conserva en cada fase sucesiva una unidad ontológica con la fase precedente, sin solución de continuidad.

Siguiendo la lógica racional, de esta verdad se debe concluir que hay una unidad ontológica en todo el proceso de desarrollo de una individualidad única que, una vez nacida, es reconocida por todos como poseedora de la cualidad y dignidad de persona humana.

La unidad que existe a lo largo de todo el desarrollo del individuo humano, desde la fecundación hasta la muerte, no es simplemente una continuidad biológica, sino que se trata de la unidad de todo el ser, corpóreo y espiritual, aunque la formación y la maduración del individuo se realicen progresivamente tanto en el plano somático como en el espiritual. El inicio de esta maduración, y de la relación entre corporeidad y espiritualidad de un sujeto único, no puede distinguirse del que señala el comienzo de una vida biológicamente individualizada.

El hecho de que, desde un punto de vista psicológico y social, la persona humana realice su personalidad en un largo proceso de relaciones y de aportaciones culturales no excluye, sino que al contrario exige, que, desde un punto de vista ontológico, el individuo humano posea ya desde el inicio de la vida embrional aquello que le permite realizar su personalidad y, por tanto, exija que le sea reconocido el respeto debido a la persona.

En consecuencia, desde el punto de vista de la realidad ontológica, se debe reconocer y atribuir la dignidad de persona a todo individuo humano desde el momento de la fecundación. En este sentido, no se ve cómo pueda subsistir un individuo humano que no sea, por lo mismo también persona.

Cuando se habla de persona en el lenguaje común, se piensa con frecuencia en un ser determinado e inteligente: en una realidad singular individualizada en un cuerpo; en una tradición histórica y como tal única, irrepetible; en una subjetividad que, precisamente por su individualidad es al mismo tiempo conciencia capaz de abrirse al universal y, por tanto, a los valores, a los significados de la existencia. En definitiva: la persona como autoconciencia, libertad “orientada de sentido”, como “mirada sobre el mundo”. De este modo se configura una visión del hombre que podríamos calificar de completa y madura. Nos preguntamos entonces qué relación hay entre el cigoto y el hombre que se manifiesta en su plenitud personal.

Para dar respuesta se requiere clarificar la noción y el concepto de “fin”. El fin de un ente es aquello para lo cual aquel ente existe, empieza a existir, se estructura en su desarrollo y madura en su realización. El fin explica la existencia de un ente determinado y revela su porqué y su sentido. Al mismo tiempo, todo esto implica también que el fin no esté simplemente al final, sino que se halle presente desde el inicio del desarrollo como causa orientadora de aquel ser. Que al inicio no se entrevea el fin en toda su plenitud, no autoriza absolutamente a excluirlo de la realidad en ese primer momento de existencia: si no estuviese presente con su función orientadora; desde el comienzo, no existiría ninguna posibilidad de plenitud, y aquel ser no sería en absoluto lo que es ni antes ni después. Estas mismas consideraciones deben ser aplicadas al valor y a la dignidad ontológicos de ese ser: uno y otro no son acontecimientos puramente conclusivos, sino que le afectan desde el primer momento de su constitución; le caracterizan desde el inicio, precisamente porque pertenecen a su destino esencial.

En conclusión, el estudio de estos dos aspectos, tanto el razonamiento apoyado en la unidad de desarrollo del ser humano ya en el momento de la fecundación –unidad basada en el principio sustancialmente unificador del mismo desarrollo que excluye cualquier antropología dualista–, como la reflexión fundada en el concepto de fin o telos orientador de la maduración del ser humano, llevan a concluir que el inicio de la vida individual es al mismo tiempo, para el hombre, inicio de su vida personal.

Si se reconoce al embrión humano como individuo humano, con la cualidad y dignidad propias de la persona humana, consecuentemente debe reconocerse el deber de su protección jurídica.

El primer principio que ha de aplicarse al embrión humano es el que se refiere al derecho fundamental de todo hombre a la vida y a la integridad física y genética.

Por tanto, deben hacerse extensivas al embrión humano las garantías reconocidas a los niños, a los enfermos, y a los minusválidos físicos y mentales.

No se trata tanto de configurar un derecho especial, como de aplicar el derecho común a un caso particular. En consecuencia, y análogamente a lo que vale para el hombre ya nacido, debe sancionarse en primer lugar el derecho del hombre que va a nacer a la vida y a la salud, y la prohibición, con la correspondiente tipificación penal, de realizar sobre el embrión cualquier acción que, en su conjunto, no vaya dirigida en beneficio del mismo embrión. La vida del embrión humano, al igual que la del hombre ya nacido, debe ser considerada inviolable y no instrumentalizable para un fin externo, ni siquiera para la investigación experimental científica o médica, ni para proporcionar células o tejidos destinados a uso farmacológico o de trasplante, ni para la producción (clonación y quimeras) de otros seres humanos. Las legislaciones sobre la interrupción voluntaria del embarazo, aunque implícitamente reconozcan en abstracto la dignidad humana del embrión, de hecho han renunciado al deber de asegurarle una protección adecuada.

Un segundo principio, que debe inspirar toda legislación sobre nuestra materia, es el principio de la familia: debe reconocerse y sancionarse para el concebido o para aquel que va a ser concebido, el derecho de ser llamado a la existencia en el contexto de un auténtico vínculo familiar.

La vida humana a la luz de la ética

La ética ofrece una luz potente sobre la vida humana, no sólo a nivel normativo como veremos a continuación sino también en el momento originario, ya que en la experiencia interpersonal es donde genéticamente surge el momento ético con sus correspondientes determinaciones práxicas. Una epistemología realista y una antropología adecuada, muestran y demuestran como no es posible separar vida humana de vida personal.

La vida humana no es concepto teórico, ni un hallazgo de laboratorio. En el fondo no existe la vida humana, lo que vemos, tocamos, son personas vivas. La vida humana no es sólo materia orgánica, no es sólo coordinación enzimática, o no es sólo organización tisular. El sintagma vida humana está unido a la persona. La biología, la antropología y la filosofía nos ofrecen bellos hallazgos que provocan en el hombre estupor y contento.

Porque nos encontramos ante algo novedoso, distinto, singular, es decir único y, por tanto, irrepetible. Y si es irrepetible, quiere decir que no se puede sustituir. La vida humana, es irrepetible, insustituible, única, y por tanto incomunicable según la definición de persona acuñada por R. de San Víctor. Estos datos apuntados cuasi en lenguaje morse, nos dicen que la persona frente a la singularidad percibida frente a la vida humana re-acciona, es decir, su libertad es interpelada absolutamente. No se encuentra el hombre de igual forma ante un teorema matemático o ante una oxidación bacteriana que ante la vida humana. El conocimiento en este último caso tiene un indudable valor ético, es decir, mueve a la razón práctica, -es decir la razón en cuanto guía cognoscitivamente las acciones intencionales del hombre-.

Por ello, la afirmación del ser personal es al mismo tiempo afirmación de una dignidad singular a reconocer y de exigencias éticas precisas a realizar. Sólo en la relación con la libertad de otras personas es dónde se establece el carácter personal del ser humano. La densidad ética de la relación interpersonal es el contexto en el cual se da o no el reconocimiento de la dignidad de la persona. Reconocer a las personas como tales es la primera obligación y el fundamento primero de cualquier deber ulterior.

El reconocimiento de la persona en su dignidad de fin y nunca como medio, de sujeto y no de cosa, de alguien a quien respetar y no de algo a usar, aparece como un acto debido, como una respuesta de la libertad adecuada a la realidad del otro y de la relación. Se presenta de forma absoluta y se impone a la conciencia de modo incondicionado.

A esto se opondría cierta concepción bioética que postula que no hay diferencias entre la vida humana y la vida animal como por ejemplo el sociobiologismo: lo que sería relevante desde un punto de vista ético sería no la pertenencia a una especie determinada sino la presencia de capacidades que cualifican a un ser de autónomo. Sólo los adultos tendrían el estatuto moral de personas y no siempre, como se está viendo en todo el debate sobre la eutanasia.

5.     Concepción adecuada de persona: aproximación escriturística

La pregunta que tenemos de fondo es la siguiente: ¿por qué no se reconoce el valor y la dignidad de cada ser humano desde el momento de la concepción hasta el de su muerte natural? ¿Qué dificulta o impide al sujeto moral este reconocimiento?. En el fondo, más allá de ser un problema contingente lo que dificulta e impide el reconocimiento y la dignidad es el olvido de Dios. Por eso la vuelta a Dios hace posible el reconocimiento adecuado y verdadero de lo que es la vida humana.

La razón última por la que la vida de todo hombre es vida de una persona y tiene un valor único que exige respeto absoluto e incondicionado es que, desde el mismo comienzo de su existencia, cada ser humano tiene una relación personal e inmediata con las Personas divinas, no una relación genérica como las otras criaturas.

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 2258: “La vida humana es sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo a su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente”.

Todo hombre tiene una relación singular de origen con Dios por el hecho de haber sido creado personalmente por Él.

En la Sagrada Escritura, Dios es la fuente de la vida para todas las criaturas, pero al hombre se la ha dado de un modo único. Sólo el hombre –varón y mujer– y ninguna otra criatura ha sido creado a imagen de Dios (Gen 1,27). Es más, cada uno de todos los hombres ha sido creado como lo fue el primero por una obra personal y libre de Dios creador realizada por amor al hombre, es decir, buscando sólo el bien mismo del hombre y no alguna utilidad para Dios.

El hombre es la única criatura en la tierra que Dios ha “querido por sí misma” (Gaudium et spes 24) y el alma espiritual de cada hombre es “inmediatamente creada por Dios”( Humani generis AAS 42 (1950) 575; Pablo VI, Profesión del Credo, AAS 60 (1968) 436). Por eso, la generación de cada vida humana es un misterio que sólo en Dios, su creador, encuentra respuesta adecuada. Esta verdad revelada es central en el momento ético.

Por tanto, el propósito de la decisión creadora de Dios sobre el hombre es siempre la vida de una persona, nunca la vida meramente biológica. En la biología de la generación humana está inscrita la genealogía de la persona.

Juan Pablo II en la encíclica sobre la vida humana: “Cuando de la unión conyugal de los dos nace un nuevo hombre, éste trae consigo al mundo una particular imagen y semejanza de Dios mismo: en la biología de la generación está inscrita la genealogía de la persona” Evangelium Vitae 43.

La generación y el nacimiento de una persona no es fruto de una fecundidad abstracta, sino siempre de una acción personal inmediata de Dios que hace a los esposos –a un tiempo– colaboradores responsables de su amor creador. Una acción singular en el orden de lo creado como ha quedado señalado en otra parte de esta obra. Singularidad porque Dios comparte el poder creacional con unas criaturas. Esta participación del hombre, tener parte en algo, es más que lo indica con el término pro-creación.

Este término en el fondo podría sonar con ecos maniqueos donde los padres hacen el cuerpo en el cual Dios infunde el alma. Pero no. Realmente el hombre-mujer está llamada a participar del acto creativo de Dios que a través del proceso biológico por ella iniciado se da algo nuevo. Por otra parte, la biología de la reproducción suscita el acto creativo divino. Esto significa que ni natural ni técnicamente puede existir un individuo sólo biológicamente humano: si existe un individuo corporalmente humano, su principio vital es el alma que Dios ha creado inmediatamente para él y, por tanto, es un ser humano personal.

6.     Todo hombre tiene una relación singular con Dios

La relación personal e inmediata de todo hombre con Dios –razón última de su valor y dignidad– es también una relación de finalización, porque todo hombre recibe de Dios el don de la existencia humana para recibir el don absolutamente gratuito de la vida sobrenatural. Dios decide crear al hombre porque le quiere hacer partícipe de su misma vida divina como hijo en el Hijo.

Si sólo Dios puede tomar la iniciativa de llamar a una criatura a participar en su misma vida divina y si todo ser humano ha sido creado por él y predestinado, de hecho, a esta altísima vocación, en el Hijo mediante el Espíritu, entonces se debe afirmar que, desde la concepción, Dios mismo se ha querido unir de un modo único e irrepetible a cada ser humano.

Por otra parte, la presencia y la acción santificadora de Dios no está en función de la madurez de las capacidades humanas, como así queda rubricado en las Escrituras, es más casi lo contrario.

El Evangelio afirma que el Reino de los cielos pertenece a los niños (Mt 19,13-15; Mc 10,13-16; Lc 18,15-17), que no impidamos que se acerquen a Jesús (Mt 19,24), que los misterios ocultos a los sabios se desvelan a los niños (Mt 11,25; Lc 10,21) y que los niños de pecho son los que mejor proclaman la alabanza de Dios (Mt 21,26). La alegría del hijo de Isabel, que salta en su seno cuando María fue a visitarla (Lc 1,40-44), indica que no está sustraído a la acción del Espíritu Santo que llenó a su madre. La Virgen María, porque había de ser la Madre de Dios, “desde el primer momento de su concepción... fue preservada inmune de toda mancha de culpa original” (DS 2803); desde el primer momento Dios entró en relación personal con ella.

Por tanto, todo hombre, desde el primer momento de su existencia, tiene una única razón de ser: Dios, que le ha dado la vida personalmente; y una única razón de existir: la comunión de amor con Dios.

7.    “El don se hace mandamiento, y el mandamiento mismo es un don”

Desde la conciencia del valor y dignidad absoluta de toda vida humana, surge el momento ético, brota la responsabilidad de protegerla y defenderla, y el precepto “no matarás” (Ex 20,13; Dt 5,17). “El don se hace mandamiento, y el mandamiento mismo es un donEvangelium Vitae 52.

La prohibición de matar es un mandato absoluto, para proteger la vida inocente. Dios, pedirá al hombre cuentas de la vida de sus semejantes (Gen 9,5). Todo atentado contra la vida humana es un atentado no sólo contra Dios sino también contra la sociedad. Quien arrebata la vida a alguien, le quita todo lo que tiene y todo lo que podría llegar a tener; y arrebata a los demás los bienes que a través de esa persona concreta e insustituible Dios les quería dar. Y ello, de manera irreversible.

Sólo bajo la luz de estas enseñanzas se nos descubre plenamente qué es el hombre y quién es persona, y las consecuencias morales debidas a su valor y dignidad únicos. Como se ve, no es posible defender plenamente la dignidad de toda persona humana, su valor y dignidad únicos, sin afirmar su realidad sobrenatural tal y como enseña la revelación cristiana y se muestra plenamente en Jesús. Siendo esencial para concebir el sentido de la vida del hombre su referencia a Dios, se entiende que “perdiendo el sentido de Dios, se tiende a perder también el sentido del hombre, de su dignidad y de su vida” Evangelium Vitae 21.

La dignidad de la vida humana se reconoce en el encuentro interpersonal

Algunas posturas actuales separan la vida humana biológica de la vida humana personal. Por citar un caso de los más conocidos en los medios de cominicación, Wilmut, director del equipo que, en el Instituto Roslin, consiguió la clonación de una oveja a partir de una célula adulta diferenciada, afirma que es partidario del uso científico de embriones humanos de unas cincuenta o cien células para experimentos de clonación.

Lo considera legítimo porque “aún no son seres humanos ni tienen conciencia propia (Diario médico 7-11-1998[3]) . Afirma que son embriones humanos, sin ser ni seres humanos ni, por supuesto, personas. Por tanto, se identifica la dimensión personal con una cualidad biológica o funcional accidental del ser humano, constatable por las ciencias biológicas; una cualidad que tiene y podría no tener sin dejar por ello de ser humano.

La crisis moral es crisis del sujeto moral, que ha perdido la capacidad de conocer la verdad del bien de la persona. ¿Por qué a la vez que se defienden los Derechos Humanos se eclipsa el valor de la vida en la conciencia individual y social? ¿Cómo y dónde se conoce el valor y dignidad de toda persona humana?.

La persona se muestra siempre como un misterio, porque a ella corresponde el nivel más perfecto de cuanto existe. Nunca es algo, sea cual sea su situación de desarrollo o salud, sino siempre y sólo alguien: única, irrepetible e insustituible. El encuentro con la persona implica a nuestra libertad, porque exige inevitablemente que la reconozcamos como tal. El origen de la moralidad es el reconocimiento de la dignidad de la vida humana personal.

Cuando el encuentro es verdaderamente interpersonal, el sujeto moral reconoce la persona del otro como “otro yo”, alguien único e insustituible como yo; y descubre, como absolutamente debido siempre y en cualquier circunstancia, que la única respuesta adecuada de su libertad frente a la realidad del otro es reconocerlo y tratarlo como persona, como sujeto y no como objeto.

La subjetividad de la persona, en la que reside su valor y dignidad particulares es, por tanto, apertura a la comunión (A.Scola, Quale vita La bioética in questione 162[4]),

Creado a imagen de Dios uno y trino, el hombre no puede existir solo, sino que únicamente puede existir en relación con otra persona humana. Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, 7: “El hombre no puede existir «solo» (cf. Gn 2,18); puede existir solamente como «unidad de los dos» y, por consiguiente, en relación con otra persona humana. Y no podrá conocerse en su irrepetible originalidad sino reconociéndose en la relación con la persona del otro, en el acontecimiento del encuentro interpersonal.

La vida humana es don y responsabilidad

La vida humana, no es un producto de la historia o de la libertad, como señala el Papa Benedicto XVI (J. Raztinger, La sacralidad de la vida humana[5]. )

Baste ver como el poder científico no siempre que quiere puede “producir” la vida. Escapa en muchos casos a ese poder tecnológico. Siguiendo su misma lógica interna la vida humana no es una conquista científica. Hay que plantearse el origen de la vida humana en algo distinto al poder técnico, es decir, a la historia y a la libertad del hombre. La vida humana antecede a estas. Proviene de Dios, que la crea, la hace posible cuando quiere. Por eso el hombre vive, porque Dios quiere que éste participe de El.

La persona no viene a la existencia para ser alto o bajo, rico o pobre, médico o bombero. Viene a la existencia para poder participar de la vida que es Dios. Yo soy la vida. El resto es accidental. Cuando el hombre se arroga el poder de Dios, le violenta de forma total. Le fuerza a que la creación de la vida que es un don y por ende gratuidad infinita se convierta en todo lo contrario.

A la lógica de la donación y de la gratuidad, el hombre debe responder con la responsabilidad y el agradecimiento. Si no se contempla el don, la respuesta del hombre no es la responsabilidad ni la acción de gracias sino el dominio, la exigencia y la esclavitud. La vida humana, se compra, se intercambia y se vende como un progreso de la actual civilización. Pero ese progreso no es tal. Es más bien un regreso a situaciones precisamente que desconocían la incondicionalidad de la vida humana asentada en la persona creada por amor de Dios.

Últimamente lo que supone es violentar a Dios, herirle, suplantar su sabiduría y su amor. Como se comprueba a diario, cuando se suplanta al Dios de la vida, al Dios que da la vida por amor, el hombre se aniquila, muere, no vive. La vida humana es por ello, algo distinto que no cabe tratar en otra lógica que no sea la lógica de Dios. Más allá de la contingencia terrible de las diversas amenazas y arbitrariedades frente a la vida humana en cualquiera de sus estadios, se presenta esta ofensa directa a Dios. Es Dios el negado, arrinconado, maltratado y no considerado en un planteamiento anti-vida. Es por ejemplo el planteamiento último existente en muchas posiciones eugenésicas de antaño y de hoy que ciertas bioéticas parecen estar dispuestas a no considerar.

El hombre, ministro de la vida humana

Frente al dominio caprichoso que lleva a realizar acciones arbitrarias e injustas en el campo de la vida, el cristianismo razona que la vida humana es don y responsabilidad para el hombre. ¿Cuál es el fundamento y cuál es el contenido de la responsabilidad del hombre respecto a la vida humana?. Este es propiamente el papel de la ética. El fundamento se sitúa en el hombre mismo tal y como Dios lo ha creado: creándolo a su imagen y semejanza, Dios lo ha puesto en el mundo de la creación como “señor”. El señorío del hombre es máximo en la posibilidad que le ofrece Dios de participar en su señorío divino. En efecto, en el don de la libertad el hombre participa de la imagen divina como afirma la GS17.

Sin embargo son profunda y cualitativamente diversos el señorío del hombre sobre el mundo infrahumano de las cosas y el señorío de su propia vida. Sobre el primero el señorío es pleno. No así sobre el segundo. El hombre es administrador, usufructuario, no dueño absoluto, porque la vida la ha recibido, mejor participa de la Vida.

La vida humana es participación en el ser y en la vida de Dios. Sólo uno es el Viviente. El resto participa de distintos modos y maneras de esa vida originaria y originante. Por eso al cambiar los papeles, no sólo el hombre olvida y niega a Dios sino que pierde la vida.

El hombre es señor, sólo si, y en la medida que es ministro del designio establecido por el Creador. El imperativo fundamental que el hombre lleva en su mismo ser es el imperativo de la obediencia. Una obediencia que le hace grande. Así lo recuerda la liturgia de la Iglesia: “Te alabamos Padre Santo, porque eres grande, porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor. A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote solo a ti, su Creador, dominara todo lo creado”.

El señorío del hombre es, por tanto, señorío ministerial. La tarea primera de este señorío ministerial es la individuación del diseño de Dios sobre la vida humana. Esto se hace posible viviendo la ley moral natural que pide un respeto inteligente y responsable de las estructuras y dinamismos y finalidades de la naturaleza humana. La ley natural no hace referencia exclusivamente a los dinamismos biológicos del hombre como erróneamente se ha creído incluso hasta recientemente, sino a la realidad integrada y orgánica de cuerpo y alma, es decir, a su unitotalidad corpóreo-espiritual. El concepto de ley moral debe ser personalista y dinámico para poder responder al proyecto de Dios. Así considerado se podrá llevar a cabo el señorío del hombre en cuanto ser insertado en el proyecto de Dios. ¿Cómo se podrá hacer esto?

Criterios morales en torno a la vida humana

¿Cuáles son los criterios morales para juzgar el recto ejercicio del hombre sobre la vida humana? Ya hemos apuntado como el señorío del hombre debe ajustarse a la ministerialidad. Tales criterios han de extraerse de una atenta consideración del fenómeno mismo de la intervención captada juntamente en su globalidad.

Clásicamente se ha apuntado como finalidades perseguidas, medios usados y consecuencias previstas. Son criterios generales que son los que se pueden ofrecer aquí y ahora pero no genéricos porque ofrecen luz para una serie de aplicaciones más o menos inmediatas sobre problemas concretos de cuestiones candentes de la bioética actual.

 Finalidades perseguidas

La finalidad primera es la defensa y promoción de la vida humana. Emerge del significado mismo de la vida humana confiada por Dios al hombre. En esta línea se ha movido siempre la ciencia médica y sus aplicaciones. Por tanto, no sólo la finalidad terapéutica, sino también en el sentido de mejoramiento de las condiciones de vida humana.

Ambas deben considerarse no sólo desde el punto de vista individual sino también social. Por otra parte, la finalidad de defensa y promoción de la vida humana puede de hecho, correr el riesgo de ser interpretada y consecuentemente realizada en términos unilaterales o incluso alternativos.

La vida humana es entendida en términos unilaterales cuando se protegen y desarrollan determinadas “cualidades” o bien cuando sólo se preocupa de la vida y salud de algunas personas solamente, llegando así a una forma de verdadera discriminación social. Por otro lado, la vida humana es entendida en términos alternativos cuando el hombre se propone alterar la misma estructura biofísica humana, hasta la tentativa a través de la ingeniería genética de construir un nuevo tipo de hombre.

La investigación ciertamente es participación también de esa responsabilidad ministerial que el hombre ha contraído con Dios. Es más puede expresar de forma eminente este aspecto.

Medios usados

A la pregunta de por qué el hombre interviene y debe intervenir en el ámbito de la vida humana, se añade el cómo interviene. Cómo el hombre se acerca a ese misterio puesto en sus manos. Y aquí entramos críticamente en el momento ético fuertemente contestado hoy en día. Por un lado el hombre tecnológico y secularizado, creyéndose la medida absoluta de sus elecciones, no reconoce en las modalidades operativas, es decir en los medios usados, una significación moral.

Esto es muy importante. Una significación moral en cuanto ésta es absorbida y resuelta en la intencionalidad subjetiva. Al mismo tiempo, el homo faber tiene el riesgo de ser presa de la propia ley del eficientismo, según la cual sólo cuentan los resultados que se quieren y pueden obtener técnicamente, vengan alcanzados como sea. A ello se suma que las intervenciones sobre la vida humana muchas veces permanecen ocultas a la opinión pública al ser materias especializadas y tratadas por un reducido número de personas. Pero en la misma ley científica, sólo el respeto a los medios moralmente legítimos utilizar, lejos de suponer un freno a las investigaciones, parecen señalar una condición indispensable para que el progreso científico-técnico pueda calificarse de humano.

El problema de los medios moralmente adecuados aparece junto con el tema de la experimentación. Ésta es completamente necesaria e insustituible porque sólo así el hombre conoce la realidad infrahumana y humana y puede ponerla en servicio de un auténtico progreso humano.

Pero precisamente por esto, la experimentación no puede prescindir de criterios morales que se resuelven, una vez más, en la defensa y promoción de la persona humana a todos sus niveles.

Apuntamos sintéticamente dos criterios éticos fundamentales:

  1. La experimentación debe ser respetuosa del sujeto humano sobre el que se interviene
  2. La experimentación debe desarrollarse en la línea de la estructura constitutiva, de los significados intrínsecos de la vida humana como tal, en particular en la línea de aquella estructura y aquellos dinamismos inherentes que están implicados en el surgir y en el desarrollo mismo de la vida humana.

En cuanto al primer criterio es de importancia extrema en la experimentación genética. El ser humano es tal ya desde la concepción, desde el inicio de su vida: la dignidad personal está constituida no según fases cronológicas, sino según su valor ontológico, o sea partir del hecho de que nos encontramos frente a una vida humana, a un ser humano aunque todavía no-nacido es ya.

En cuanto al segundo criterio, la experimentación hace relación a la artificialidad. El artificium (la técnica) es el instrumento que hace posible la obra de arte del hombre artista que interviene sobre la vida humana. Debe ser eso una obra de arte en el sentido noble del término. Es lo que ocurre cuando la intervención del hombre se encauza en el curso de la naturaleza humana sea para corregirla en situaciones defectuosas o patológicas. Es pues siempre y sólo en referencia al hombre, a sus valores y exigencias como es moralmente juzgada la intervención artificial.

Las consecuencias previstas

Por último, en la consideración moral, el hombre debe estar atento a las consecuencias que sus elecciones y sus acciones puedan tener, más allá del momento inmediato y de la misma vida individual, en el tiempo sucesivo y sobre las personas. Es este en concreto el problema del riesgo que está implicado en cada manipulación y, en particular en la manipulación de la vida humana. Si el riesgo es inevitable, la moral exige que sea contenido dentro de unos límites razonables. Y estos serán tanto más elevados cuanto más el sujeto humano sea sometido a experimentación en los albores de su vida y, por lo tanto, con consecuencias para el resto de su vida, corre el peligro próximo de morir o bien de ser suprimido; ser expuesto a amplias e imprevisibles consecuencias. La posibilidad de riesgos y consecuencias negativas exige que la intervención del hombre sobre el don de la vida respete algunas condiciones de partida y de continuación, como:

  1. La más seria y rigurosa preparación científico-técnica de cuantos realizan la experimentación.
  2. La obligación profesional grave de conocer la persona sometida a la intervención; la naturaleza, objetivo y riesgos a los que va a someterse, y de obtener de la misma un consentimiento que resulte concreto y realmente libre.
  3. La posibilidad de suspender la intervención si se atisban consecuencias negativas inaceptables.

Frente al caso específico, junto a estas premisas generales, la intervención del hombre deberá inspirarse juntamente en la ciencia y en la conciencia, deberá fijarse en los principios y en las normas y al mismo tiempo aprender la sabiduría y amor por la vida. En definitiva, todas las intervenciones dignas de tal nombre deben de fundarse en el respeto absoluto, con lo que esto significa al tratarse de la vida humana.

Conclusión

Todo converge en un punto y es reconocer que cada vez que aparece la vida humana estamos ante un novum, que la vida humana es una singularidad única en la creación. Lo infieren todas las ramas del saber que honestamente buscan científicamente conocer la realidad. Y la unanimidad de las distintas parcelas del saber es más que notaria. Confluyen en señalar que no puede darse en la actual realidad, una vida humana sin existir una persona humana.

En nuestro actual contexto vital, tan influido por el mundo mediático, las ideas pueden ser aparentemente distintas y confusas por un tiempo. No por mucho repetir de forma distinta una falsedad, ésta se convierte en verdad. El dato, la objetividad es dada. El hombre la recibe, ciertamente la interpreta, pero la recibe, no la crea. En el particular, lo más grande que existe no es dado y por ello, como escribía Juan Pablo II, la única actitud digna y justa de tal nombre es la retiene que la vida humana es un don que debe ser amado, un bien que debe ser servido, un derecho que debe ser tutelado y una gracia que debe ser acogida y promocionada. En abordarla así nos va mucho; nos va el futuro de nosotros y de nuestros hijos.

Bibliografía

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  • F. Compagnoni, Nuovo Dizionario de Bioeteica (S.Leone-S. Privitera), Acireale, 2004
  • Pontificia Academia Pro Vita, Identidad y Estatuto del embrión humano, Ciudad del Vaticano, 1998
  • Lexicón, Término Embrión, Consejo Pontificio para la Familia, Madrid, 2004
  • A. Scola, Quale vita?. La bioética in questione, Milán 1998.
  • D. Tettamanzi, Nuova Bioética cristiana, Casale Monferrato, 2000
  • Identidad y Estatuto del embrión humano en Medicina e Morale 4 (1989) (suplemento).
  • L. Melina, Vivir y morir con dignidad (A. M. González- E. Postigo- S. Aulestiarte edds), Pamplona 2002.

Notas

  1. Simón Vázquez, Carlos (Mayo 2012). «Voz: Vida Humana». Simón Vázquez, Carlos, ed. Nuevo Diccionario Bioética (2 edición) (Monte Carmelo). 
  2. MONGE SÁNCHEZ, Miguel (2002). Medicina Pastoral. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra. ISBN 84-313-1947-X. 
  3. Diario médico 7-11-1998
  4. A.Scola, Quale vita La bioética in questione 162
  5. J. Raztinger, La sacralidad de la vida humana