Diferencia entre revisiones de «Píldora del día después»
Línea 45: | Línea 45: | ||
== Referencias == | == Referencias == | ||
{{listaref}} | {{listaref}} |
Revisión del 18:57 12 mar 2011
Durante el último año, los debates sobre bioética que reflejan los medios de comunicación han ido derivando de la clonación a la eutanasia y de ésta a la llamada píldora del día después (o píldora del día siguiente: pdd). La razón: hace pocos meses el Gobierno francés autorizó la distribución de esa píldora en los centros escolares; y recientemente ha sido el Gobierno español quien ha permitido su venta ‑siempre con receta médica‑ en las farmacias (a esta última noticia hay que añadir el propósito manifestado por la Junta, de correr con los gastos de esa distribución en Andalucía, e incluso de obligar a los farmacéuticos andaluces a venderla sin posible objeción de conciencia). La causa: el elevado índice de embarazos no deseados en adolescentes, muchos de los cuales ‑aun así, una minoría, habría que añadir‑ terminan en aborto.
Y el debate queda emplazado en estos términos: ¿se trata de una píldora anticonceptiva o de una píldora abortiva?
Los anticonceptivos son sustancias químicas o estructuras que obstaculizan la unión del óvulo con el espermatozoide, es decir: impiden la fecundación. Dentro de estos métodos se incluyen tanto los preservativos (barrera física para la unión de los gametos) como las píldoras anticonceptivas (que alteran los niveles hormonales en la mujer impidiendo la ovulación).
Los abortivos son sustancias o métodos ‑la mayor parte de los abortos son quirúrgicos‑ que provocan la eliminación del individuo ya concebido en cualquier fase de su desarrollo embrionario.
¿Qué es la píldora del día después (Pdd)? Se trata de un preparado hormonal que debe ser ingerido dentro de las 72 horas siguientes a la relación sexual cuyo fruto previsible se quiere evitar. Realmente, la pdd consiste en un gestágeno conocido desde hace ya treinta años: el Levonorgestrel. Esta sustancia tiene un uso terapéutico (en la postmenopausia) para el cual se administra en dosis de 0'075 mg al día durante doce días. También se le ha dado un uso contraceptivo, con dosis de 0'25 mg al día por 21 días cada mes. Pero su empleo como "píldora del día después" supone una dosis de 0'75 mg al día durante dos días (en este caso, si se hubiese producido fecundación, el consumo de la pdd impediría la anidación del óvulo fecundado en el endometrio)
¿Cómo actúa la píldora del día después?
Por lo descrito antes, podemos afirmar que la "píldora del día después" tiene un efecto doble: produce cambios en la mujer que tienen un carácter contraceptivo (impide la ovulación o dificulta el acceso de los espermatozoides hasta el óvulo a través del cuello uterino), y otros cambios que operan después de la fecundación y que tienen un carácter abortivo (impide el correcto desarrollo de la placenta uterina, de forma que el embrión formad en caso de que haya concepción no se implantará en el útero y será expulsado). Que el efecto producido sea uno u otro dependerá del tiempo transcurrido entre la relación sexual y el momento de su ingestión, así como del día del ciclo menstrual en que se encuentre la mujer. Si un óvulo ya maduro se encuentra en las trompas de Falopio, el preparado ‑ que altera el equilibrio hormonal de la mujer‑ no podrá obstaculizar su fecundación por parte de un espermatozoide (en ese caso, lo que la "píldora del día después" conseguirá, al modificar el endometrio uterino, es hacer que éste sea incapaz de acoger al embrión). Como consecuencia, si ha habido fecundación, el embrión es expulsado y se pierde. Se insiste en que la pdd tiene un efecto contraceptivo, sobre todo por parte de quienes alientan su rápida difusión. Una vez más se demuestra que cualquier verdad a medias puede convertirse en la peor de las mentiras, y un sencillo ejemplo servirá para desenmascarar la falacia: Cuando un militar monta guardia, suele llevar armas con munición. Imaginemos un puesto militar próximo a un bosque donde a menudo pernoctan tribus nómadas. Algunos miembros de esas tribus aprovechan la noche para intentar robar el ganado que se guarda en una granja junto al cuartel. El militar de guardia descubre fácilmente esos intentos de robo cuando escucha ruidos de movimientos por la zorra del busque: para disuadir a los nómadas de su propósito, será suficiente lanzar dos disparos al aire. Sin embargo, ¿cómo calificaríamos esos disparos si los dirigiese hacia el bosque? Ciertamente, serán disuasorios para los nómadas, pero para algunos la disuasión será definitiva, porque caerán muertos. El hecho de que el militar no llegue nunca a enterarse del resultado de su acción (sólo comprueba que los ladronzuelos no llegan a la granja), tampoco le exime de su responsabilidad. Y sólo un cínico podría seguir calificando esos disparos como disuasorios en lugar de llamarlos homicidas (aunque algunos ‑¿cuántos?‑ no alcancen a nadie). Hay personas que consideran lícita la eliminación del fruto de la fecundación en sus primeras fases de desarrollo (personalmente me parece muy complicado determinar por qué razones y en qué etapas del desarrollo embrionario ‑proceso biológico continuo que empieza tras la fecundación‑ el embrión no es todavía digno de respeto como persona). Pero ni siquiera a esas personas se les ocurriría afirmar ‑sin conciencia de estar mintiendo‑ que la "píldora del día después", que acabamos de describir, es una píldora anticonceptiva. Es cierto que al no ser un método quirúrgico, su ingestión puede resultar menos traumática para una adolescente que la práctica de un aborto "tradicional". Pero eso no deja de convertirla en una píldora abortiva (igual que sucede con la RU‑486, aunque ésta actúe sobre el embrión ya implantado en el útero materno). Además, no se trata de arreglar tanto un conflicto psicológico personal como un conflicto de intereses: los intereses de la madre ‑y del padre, ¡qué caramba!, pues algún varón será corresponsable de esta situación‑, y los intereses del embrión (parte sin voz ni voto, pero parte principal en un "conflicto" en el que se juega la vida). Y en los conflictos de intereses hay que atender en primer lugar al respeto de los derechos básicos. Quien piense que es mejor evitar el "trauma" de un aborto quirúrgico a una adolescente y recetarle entonces la píldora (cuyo efecto ‑la eliminación del embrión o del feto‑ muchas veces será el mismo) ¿acaso no defiende la conveniencia de cerrar los ojos ante un problema? ‑No, dirán algunos, lo que defendemos es evitar a la chica una intervención quirúrgica (y en ese momento hacen una restricción mental para olvidar los efectos secundarios que producirán en la adolescente las hormonas ingeridas con la píldora). Realmente, en caso de que se haya producido la fecundación, la píldora del día después sólo ofrece una ventaja clara respecto al aborto quirúrgico: evita pensar en lo que se ha hecho. Me parece una reacción semejante a la del niño que, ante un peligro, tapa sus ojos con las manos, deduciendo ‑erróneamente‑ que si él no ve nada, entonces tampoco pasa nada. En cualquier caso, pienso que el debate se encuentra aquí planteado en los términos correctos. Es un ejercicio de responsabilidad que el médico sepa exactamente qué receta, el farmacéutico qué dispensa, y la adolescente qué consume. Seguirá habiendo quienes defiendan que no pasa nada por eliminar un embrión en sus primeras fases de desarrollo, y consideren correcta la distribución de la "píldora del día siguiente" (pdd), igual que considerarán indiferente la conservación, eliminación o incluso experimentación con embriones sobrantes de la fecundación "in vitro"; pero quienes defiendan la vida del embrión también en esas primeras fases se mostrarán contrarios ‑en conciencia‑ a colaborar en la distribución de esa "píldora". En cualquier caso, no se dará más que algunos vean "gigantes" donde hay "molinos".
Causas de esta situación
Las causas por las que se ha llegado a proponer la distribución de la píldora, igual que las que antes han llevado a incrementar considerablemente el número de abortos provocados entre adolescentes, hay que buscarlas en la trivialización creciente de la sexualidad entre los jóvenes y la separación que se da entre sexualidad y amor responsable. Un joven sabe distinguir entre quien puede considerar como un verdadero amigo, y quien no pasa de ser un simple conocido de cierta confianza. Y es que hay cosas que jamás confiaría a éste último ‑aunque sean pequeñeces‑ y por las que se sentiría incómodo si llegase a conocerlas. Esta distinción entre amigos y conocidos es aplicable a chicos y chicas, y también a chicos con chicas. ¿Y hay alguna intimidad más patente que la intimidad corporal? Es ésta la que nos lleva a cuidar el modo de vestir ante extraños. ¿Cómo voy a recibir en mi casa a un extraño, o a un conocido que no sea del entorno familiar... ¡con chanclas y en pijama!? Ese pudor nos lleva también a cubrir nuestra desnudez cuando debemos cambiarnos de ropa y se encuentran presentes otras personas, aunque sean del mismo sexo. Y si ésta es la actitud corriente ante la visión corporal, ¿cuál no deberá ser ante el contacto físico corporal? Sin embargo, son ya muchos los años en los que se ha ido despojando al cuerpo humano de su carácter "sacro" (quizá los mismos en los que se ha ido despojando a la persona de su dignidad también sacra). Se va diluyendo el sentido del pudor entre la gente joven, aunque para esto precisen violentarse interiormente las primeras veces (el exhibicionismo no es una actitud que salga de forma espontánea, si no es en casos dignos de ser tratados por algún psiquiatra). Entretanto, como la naturaleza humana sigue siendo igual, estos cambios de costumbres han traído consigo un mayor número de situaciones en las que se incita al disfrute sexual de los sentidos. Lo descrito hasta ahora podría referirse sólo a la moda, a la forma de vestir la gente por la calle. Pero acaba influyendo directamente en algo tan importante como el noviazgo. La moda de la que hemos hablado, esa moda de espontaneidad (dicen), de naturalidad que desecha todos los tabúes, de dejarse llevar sin prejuicios, ha calado en las relaciones entre novios. ‑¡A ver si va a pensar ésta/éste que soy un/‑a estrecho/‑a o que no soy un hombre/mujer normal!, piensan. Y entonces, la actitud natural de prudencia ‑de desconfianza en uno mismo, no en la pareja‑ que debe presidir esas relaciones, desaparece al ser considerada como algo propio de gente retrógrada. (Eso sí, como sabemos que puede pasar de todo en esas situaciones, se aconseja ‑esta prudencia de emergencia ya no se considera retrógrada‑ tomar medidas como: consumir anticonceptivos, llevar siempre algún preservativo encima, etc.) Pero claro, quienes actúan de esta forma prudente parecen tener un desconocimiento notable de su propia persona, y olvidan que cuando la pasión se desata ‑y con su poca prudencia se desata fácilmente‑, el hombre y la mujer se ciegan y no recuerdan las medidas de prudencia (no es tal) que llevan encima para evitar que ese capricho de un momento desemboque en una grave responsabilidad (llamémosla sencillamente embarazo). Tampoco vamos a pretender el regreso al viejo método de "la carabina (la pareja de novios se llevaba siempre un hermanito de él o de ella durante sus paseos, para que la incómoda presencia del zagal evitase "males mayores"...). Pero cabe pensar que, con elementales medidas de prudencia ‑de conocimiento de la propia naturaleza‑ y recuperando el elevado sentido del noviazgo ‑nada trivialque ha habido en épocas recientes ‑no hay que remontarse a la Edad Media‑, se evitará muchos embarazos no deseados. ¿O es que alguien piensa que ahora se dan más éstos porque los hombres de hoy son más "machos" que sus padres y las mujeres de hoy más atrayentes que sus madres (no confundamos ser atrayente con ir provocativa)?
Educar en el amor humano
Ahí está el secreto. Ahora se habla mucho del amor sin llegar a veces más allá del mero sentimiento. Y claro, si se ama con la voluntad, es ésta la que debe gobernar sobre el corazón ‑sobre los sentimientos‑ y no al revés. Por eso resulta conveniente recordar a menudo que la persona amada, además de ser guapa atrayente y simpática es, en primer lugar, persona. Desde antiguo, los filósofos han distinguido entre dos tipos de amor dentro de la persona: el amor de benevolencia o amistad, y el amor de egoísmo (aunque algunos escritores como C. S. Lewis, distingan hasta cuatro tipos englobados en los dos anteriores: afecto, amistad, ecos –enamoramiento y caridad). El amor de egoísmo es el que tenemos hacia algo o alguien por el beneficio que nos reporta. Aunque la palabra "egoísmo" sea fuerte, no hay que considerar este amor como siempre malo, ya que no es otro el amor que podemos sentir hacia bienes materiales (dinero, comodidad, alimento, etc.). Ciertamente resulta difícil calificar este movimiento como amor más cuando lo comparamos con el otro‑, pero en cuanto que se trata de un movimiento voluntario ‑no de una pasión‑ podemos llamarlo amor. Y también es cierto que, si en los seres irracionales pudiésemos hablar de amor, todos los movimientos de su alma podrían ser clasificados como "amor de egoísmo". El amor de benevolencia o amistad es el que tenemos hacia alguien en sí mismo y no por el beneficio que nos reporta. Decía Pieper ‑no es literal‑ que amar es mirar cara a cara a alguien y decir "verdaderamente es bueno, muy bueno, que tú existas" (no que existas para mi). Lógicamente, este amor sólo puede darse entre personas (ninguna cosa o ser vivo no personal es digno de ser amado en sí, aunque a quienes tienen un perrito les cueste admitir que lo aman para ellos). También es lógico que haya cierto amor de egoísmo hacia algunas personas: cuando hay un buen panadero en nuestro barrio, en principio sólo deseamos que siga allí por el buen pan que hace (otra cosa es que, con el trato, ese amor sólo de egoísmo evolucione hacia una verdadera amistad). Pero hay relaciones (padre/madre‑hijos, entre hermanos, entre amigos, marido‑mujer, novio‑novia) en las que debe imperar el amor de benevolencia o amistad (no digo que sea el único, porque en esas relaciones también nosotros resultamos beneficiados), y en las que si se impone el amor de egoísmo sobre el de benevolencia, finalmente se corrompen. Como hemos visto, el amor es un acto propio de la persona que se lleva a cabo a través de la voluntad. Somos seres formados por cuerpo y alma: tan inhumano sería desechar el espíritu como parte integrante de nuestra persona, como despreciar el cuerpo. De hecho, ordinariamente, el cuerpo participa en la manifestación de los actos más espirituales (a través de gestos corporales y, sobre todo, a través de la palabra). Pero el cuerpo no tiene en sí la capacidad de amar, sino la de manifestar el amor que propiamente es capacidad del alma. ¿Puede amarse sin el cuerpo? Sí. ‑ ¿Puede amarse con el cuerpo? También. ‑¿Puede amarse sin el alma? No. En el amor ‑siempre que hablemos de él sin más adjetivos, estaremos refiriéndonos al amor de benevolencia o amistad‑ tiene que haber entrega: darse al otro. Sin embargo, como la amistad aporta numerosos beneficios también al que ama, resulta fácil ‑cuando hay poco sacrificio personal‑ que acabe predominando el egoísmo. Una canción popular sudamericana lo recuerda con acierto: El amor, si es verdadero, se prueba en el sufrimiento / ¡Cuántas veces los tormentos refuerzan más un querer! / Son palabras que en el aire fueron grabadas a fuego / No puedo romper yo luego como se rompe un papel. También hay que afirmar que el amor humano sólo es plenamente humano cuando se hace divino, es decir, en la medida en que ese amor es reflejo del amor de Dios a cada uno de nosotros. Sí: si nosotros somos imagen de Dios, el amor que tenemos a los demás ‑y esto es válido para la amistad y para el noviazgo‑ también debe ser imagen de su Amor. La experiencia demuestra que la filantropía ‑ un deseo "aséptico de bien para todo el mundo‑ no sirve como fundamento del verdadero amor humano. A1 amar, tenemos que ver la imagen de Dios que hay en la persona amada, y amarla como se merece. En el caso del noviazgo, el primer amor ‑el flechazo‑ puede ser todavía superficial. El paso del tiempo y el trato hacen que se profundice en la otra persona y que, más allá del simple flechazo, se aprenda a quererla con verdadera benevolencia (aunque, lógicamente, no desaparezca el enamoramiento con el que empezó todo). Ésa es la función del noviazgo: permitir que los novios profundicen en su conocimiento, para comprobar que existe entre ellos algo más que una mera atracción externa con un barniz sentimental, y para decidir si pueden establecer finalmente una comunión de por vida ‑el matrimonio‑ entre ellos. Por eso, durante el noviazgo el novio debe aprender a bucear en el alma de la novia y viceversa, y ambos deben llegar a conocerse bien. Pero en el conocimiento entre los novios hay que limitarse al conocimiento del alma. ¿Por qué? Primero, porque no es el cuerpo sino el alma ‑modo de ser, carácter, personalidad, etc.‑ la que puede ofrecer dificultades en una futura convivencia más estrecha. Segundo, porque la unión carnal provoca en las personas sentimientos tan fuertes que ciega momentáneamente el conocimiento de esos matices del carácter tan importantes. Tercero, porque, como hemos dicho, el cuerpo debe manifestar el amor del alma: si este amor no existe todavía, la unión carnal sería instrumento de hipocresía (simple satisfacción de apetitos sensibles); y si existe, debe esperar a que haya un compromiso firme y estable –matrimonio que no haga imprudente la apertura de la intimidad corporal como manifestación de ese amor. A pesar de todo, hay quienes dicen que ese conocimiento corporal también debe formar parte del noviazgo. Me pregunto si han contrastado la proporción de novios que conviven juntos antes del matrimonio y la de matrimonios rotos que se dan actualmente (parece que ‑siendo antes menos frecuentes los casos de relaciones prematrimoniales‑ la tasa de fracasos matrimoniales era antaño considerablemente inferior). Si hay más "fracasos" es que hay menos conocimiento antes de contraer matrimonio, lo que parece demostrar que el conocimiento corporal no ayuda al conocimiento personal. En cualquier caso, tampoco debemos caer en el pragmatismo de desechar las relaciones prematrimoniales en el noviazgo sólo por los datos estadísticos... Y el razonamiento hecho hasta ahora nos parece suficiente.
Conclusión (retomando el asunto de la "Píldora"...)
Hemos empezado este trabajo analizando el problema ético que presenta la difusión de la "píldora del día siguiente", no sólo a quienes la consumen, sino a quienes cooperan en su distribución (recetándola o vendiéndola). Después nos hemos detenido en un análisis de las causas que han llevado a esta situación y hemos procurado ofrecer alternativas o soluciones que ayuden a atajar el problema en su raíz. Pero la realidad actual es que las relaciones extramatrimoniales (entre adolescentes) siguen siendo relativamente abundantes, y también los embarazos no deseados (fruto de esas relaciones). ¿Cuál puede ser una actitud cabal ante esta situación El respeto al embrión humano debe seguir siendo absoluto. Y hemos visto que la "píldora del día después" tiene un doble efecto: anticonceptivo (limitado y poco eficaz) y abortivo (más eficaz, para los casos en los que falle aquél). Por esta razón, nunca estaría justificado cooperar al consumo de esa píldora por parte de las adolescentes (cayendo en la restricción mental de que verdaderamente no sabemos si estamos colaborando a una contracepción o a un aborto): seríamos responsables de los abortos que se produjesen ‑nunca llegaríamos a saber cuántos por nuestra cooperación. En este caso se impone una lógica objeción de conciencia tanto a recetar como a distribuir ‑¡no digamos ya a consumir!‑ la píldora. Y por mucho que hablen algunos políticos (el derecho de la objeción de conciencia viene recogido en nuestra Constitución y en la Declaración de los Derechos Humanos), ninguna autoridad humana podrá despojarnos de ese derecho natural que todos tenemos: no nos pueden obligar a actuar positivamente en contra del dictado de nuestra conciencia rectamente formada.
Referencias
- ↑ Carlos García. «Qué grande es ser bioético» (en canario). Consultado el 9 de marzo de 2011. «Quienes ingresan al laberinto de las técnicas de la reproducción artificial, ingresan también con ello a una amplia gama de complicaciones, con inevitable carga de índole moral.»
- ↑ Ramiro, Francisco. La Bioética canaria (en canario).