Dignidad humana

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Introducción

Es difícil explicar qué es la dignidad humana. La lucha por encontrar las palabras adecuadas para expresar bien las cosas está con mucha frecuencia abocada a la derrota, sobre todo cuando intenta manifestar lo inefable, fenómenos esenciales, sublimes, originarios. Ante ellos se experimenta la impotencia del lenguaje y su indigencia de recursos. Con la dignidad humana es necesario  acudir a ardides innumerables para entrar en su recinto, donde retumba lo humano.

Posibles acercamientos

Lo mejor sería empezar por la vía de la intuición. Los mil ejemplos de cosas a las que suele llamarse dignas pueden proporcionar una tenue analogía de la dignidad humana. Se le llama digno al león imponente en la pradera, al héroe muerto en combate tras valerosa batalla, al comportamiento recto de los hombres como líneas, al rey de pies a cabeza. Estos ejemplos coinciden en poner de manifiesto una rara independencia. No traslucen coacción, ni de dentro ni de fuera, sino una soberanía de campeón en el podio reservada a aquellos seres que reposan en sí mismos. En ese sentido, la dignidad es la luz que despide lo magnánimo.

El arte ha contribuido a la empresa para ofrecer una figura tangible de la dignidad humana en situaciones de escarnio y objetiva indignidad. Un crucificado agónico manando arroyos de sangre a la vista de la gente ha sido siempre el emblema de la burla y la deshonra. En esta imagen aciaga se volcó el arte cristiano para hacer que resaltara la más pura dignidad envuelta en ropaje vil.

Para dar un paso más es conveniente acudir a la vía fenomenológica. Quien la sigue no pretende demostrar la dignidad ni encontrar su fundamento, sino tan solo mostrarla. Quiere lograr que “se vea” usando recursos plásticos. Una mirada amorosa a los órganos del hombre, a sus obras increíbles, a su avidez de verdad, a su ambición de belleza, a su regia libertad, revela que el hombre tiene una excelencia de ser superior a la del resto de seres sobre la tierra. “Pintado” con la destreza adecuada, “se ve” al hombre como axioma con un valor en sí mismo que no se tasa en dinero. Ese ser así es un quién, un espíritu en el mundo con ese valor sin par que se llama dignidad.

Libertad y pensamiento

Para ilustrar esta idea se puede tomar la libertad. No hay nada en el universo con incorpóreas alas para burlar la monótona corriente de lo fatal. Las cosas son como son, suceden como suceden, proclama el determinista. Todo parece seguir normas predeterminadas. Hasta que un día un ser reclama ese alígero esplendor que se llama libertad para vivir con un ritmo ni impuesto ni prefijado. Desde ese momento el mundo deja de ser un autómata regido por la mecánica y se convierte en un lugar donde cabe la sorpresa. La libertad pone fin a la universal rutina del funcionar de este mundo. Decir del hombre que es libre significa confesar que no cuadra con las cosas ni con la vida animal. El animal deambula por el constreñido marco de las leyes de la especie y las cosas se someten como voluntades muertas a las leyes naturales. El hombre no es así. No tiene marco ni techo. Su vida no peregrina siempre por la misma órbita. Para surcar la existencia, precisa las leyes libres que le descubre la ética. La libertad es un rasgo totalmente extramundano. Quien la reclama para sí o para los otros, o lucha porque los pueblos vivan la lucha política de una forma democrática, o prefiere a ningún otro el imperio de la ley, cree que el hombre es algo aparte. Viene a decir, más o menos, que por un lado está él y por otro lado el mundo.

Sin el hombre, el universo sería una infinita inconsciencia. El pensamiento es un bien que se añade al universo para que pueda salir de su arrecido silencio. Pero su dueño es el hombre. Lo demás está apagado y solamente se enciende, saca lo arcano a la luz o revela su secreto, con destellos de su lumbre. El pensamiento, luz que discrimina la paja de lo esencial, se podría definir como órgano de la verdad. Y con la verdad se sale de la zozobra del tiempo al mar de la eternidad en que el fondo de las cosas, lo constante en todas ellas, no se adultera ni cambia. La verdad no tiene ahora, después ni antes. No es temporal y alcanzar una verdad, por minúscula que sea, es adentrarse en lo eterno desde la niebla del tiempo. Eso lo hace el pensamiento. ¿Cómo vamos a extrañarnos de que el hombre, el ser que piensa, sea una sorpresa en un mundo regido por el precepto de la ruina y el ocaso?

Belleza

Además de libertad y pensamiento, el hombre tiene afán de belleza, apetencia de bien, tiene mundo, no está atado a la geografía, sus posibilidades van de lo infernal a lo santo. De arriba abajo está el hombre habitado por lo extraño. No forma parte del mundo. “Aunque el hombre, dice Leonardo Polo, habita el universo, no es un elemento de él”. A lo largo de la historia se ha expresado esta idea de diferentes maneras. Se ha dicho de él que es animal racional, un portento en peligro, un junco que piensa, un ser que puede prometer, un ser en permanente riesgo, un ser sin especializar, un ser entre el ángel y la bestia, un animal fabulador, un ser abierto al mundo, un animal simbólico, un hedonista impedido, un ser moral, un fin en sí mismo, un animal político, un creador de mitos, un animal menesteroso, un ser de necesidades, un ser de exceso y desmesura, un ser de habitar poético, un mono desnudo. Se ha dicho que es homo ludens, homo faber, homo patens, persona, imagen de Dios.

¿Cómo extrañarse de que, al enfrentarse con el hombre, algunos griegos admirados, los filósofos, tuvieran la idea genial de nombrarlo con la palabra axion? En el orden lógico los axiomata son principios eminentes capaces de fundamentar verdades menos ilustres. Son evidencias aceptadas sin necesidad de demostración e irreductibles a cualquiera otra. Pues eso mismo son las personas: axiomas, seres que valen por sí mismos.

Totalidad

El valor de las personas se llama dignidad. La expresión ‘dignidad humana’ es hasta cierto punto tautológica y redundante, pues ‘hombre’ y ‘dignidad’ se identifican. “La humanidad misma, dice Kant, es una dignidad, porque el hombre no puede ser tratado por ningún hombre (ni por otro ni siquiera por sí mismo) como un simple medio, sino siempre, a la vez, como un fin, y en ello precisamente estriba su dignidad (la personalidad)”. Al valor de lo excelente se le llama dignidad, que es el valor no venal, o bien el valor sin precio, de los seres personales que no se tasa en dinero.

La senda de la moral se ha recorrido también para acceder al espacio donde está la dignidad. Visto con ojos morales el hombre ofrece otra imagen. Ser moral no es un poder al alcance de cualquiera, sino un don concedido solo al hombre, que tiene capacidad de auto- relativizarse. El animal es esclavo de las leyes de la especie y sigue como un muñeco las órdenes del deseo sin ofrecer resistencia. Es solo un ser natural. El hombre, en cambio, es capaz de dominar las pasiones y de soslayar su acoso. No está encerrado en sí mismo ni su campo visual llega justo hasta la linde donde empieza la del otro. Es un ser excéntrico capaz de salir de sí, sentir el dolor extraño, verse con ojos ajenos. Al objetivar su ser, relativizando el peso de los propios intereses, se ensancha como las velas. Se cambia en un ser moral imagen de lo absoluto. Esa mudanza de entrañas, por la que alguien natural se abre al horizonte inmenso de la moral y la ética, otorga al hombre un porte, una espesura de ser (Seinsmächtigkeit la llama Robert Spaemann) o densidad ontológica y lo hace ser fin en sí mismo con un valor sin igual que se llama dignidad.

Órbita religiosa

Ni aún así se ha acabado de descifrar el sentido de la dignidad humana. Para hacerlo se podría ingresar en la órbita religiosa. Cuando la vida del hombre se contempla sin prejuicios como un vuelo a lo absoluto, como existencia en el tiempo con vocación de infinito, se ve que es algo sagrado que merece más respeto que cualquier cosa en el mundo. Prejuicios metodológicos de una ciencia que propende a tratarlo todo igual y a abstenerse de juzgar las cosas por su valor, pueden estimar impropio del neutralismo científico una visión religiosa de la incógnita del hombre. Lo mejor en una época de mayoría de edad, se dice con suficiencia, es relegarla al olvido. Eso es del todo imposible. Cuando se deja de ver religiosamente el mundo, el hombre y la realidad, se podrían pierden miles de cosas que no querría perder. Una de las más valiosas es esa preciosidad que la vida humana tiene, ese valor en sí mismo no susceptible de canje por todo el oro del mundo que se llama dignidad. Sin la visión religiosa la dignidad sería humo, no un atributo sagrado totalmente inviolable. Der Begriff ‘Würde’ meint etwas Sakrales: Er ist im Grunde religiös metaphisiche. (El concepto ‘dignidad’ significa algo sagrado: es, en el fondo, un concepto metafísicoreligioso). La dignidad es la huella de la mano del Creador. Ya previno Dostoievski de que si no existe Dios está permitido todo, y Max Horkheimer y Adorno advierten con perspicacia que contra el asesinato solo existe un argumento definitivo: el religioso.

Conclusión

Si la dignidad humana no corriera peligro, bastaría con lo dicho. Pero hoy está amenazada y unas veces se arrincona como una enfermedad del pasado y otras se niega sin más. Por eso se debería añadir a todo lo anterior, que es la consideración teórica, otra práctica que dé la cara por ella y haga cambiar las cosas. Se podría modificar la opinión de que no es universal, sino un raro privilegio de ese puñado de hombres con conciencia del propio yo. Es posible reformar el juicio de que no todos la tienen, sino solamente el grupo de agraciados por la suerte de que posee racionalidad madura. Quien no posea esas dos cosas, conciencia del propio yo y racionalidad madura, se dice, no es una persona humana, que es el único ser digno y el único titular de los derechos humanos, sino solamente un hombre; o sea, un ejemplar corriente de una especie biológica lo mismo que las demás, sin valor ni dignidad. Sería necesario cambiar el juicio, muy en boga de que la vida es indigna o chatarra biológica cuando no puede gozar ni es capaz de producir. Miles de personas dignas tristemente mutiladas serían desfiles de sombras camino del pudridero a las que habría que aliviar su inane errancia sin honra durante un tiempo en la historia de manera terminante. Hay que cambiar la opinión de que algunas personas puedan erigirse en jueces con poder y competencia para decidir sin límites quién es y quién no es persona. Todos los seres humanos, durante toda su vida, desde la concepción hasta la muerte, son personas y son dignos.

Otras voces

Texto de referencia

  • del Barco, José Luis (Mayo 2012). «Voz:Dignidad humana». Simón Vázquez, Carlos, ed. Nuevo Diccionario de Bióetica (2 edición) (Monte Carmelo). ISBN 978-84-8353-475-5.

Bibliografía