Vida humana

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¿Qué es la vida?

La vida es a primera vista para cada humano una experiencia espontánea, una experiencia que se da antes de que el hombre pueda decidir o querer o conocer[1]. La vida es dada. La vida es el fenómeno más impresionante que existe en la naturaleza y por ello es el más lleno de misterio de tal forma que se hace difícil apuntar una definición adecuada. El progreso de las ciencias experimentales ha aportado informaciones valiosas acerca de la vida humana, pero no sobre el por qué de ésta. La vida humana no es sólo el fenómeno vida como puede darse en un vegetal o en una bacteria o en un animal u hongo.

¿De qué vida hablamos? ¿Existe una especificidad de la vida humana que la haga distinta de la de los demás seres vivos conocidos hasta la fecha? ¿Existe una especificidad de la vida humana y, si existe, en qué se fundamenta? Colombo propone tener diversas perspectivas:

“los filósofos e investigadores del campo de las ciencias humanas tengan una visión y una comprensión lúcida de los datos biológicos, unidas –cuando lo requiera la naturaleza del argumento en cuestión- a una decidida recepción de las interpretaciones aportadas por las ciencias como resultado de un riguroso método inductivo. La tarea de participar en el proceso de selección de las hipótesis explicativas de los aspectos empíricos de la realidad, desarrollando un papel crítico respecto a la consistencia  y la coherencia interna de tales hipótesis no es ajena a los filósofos.

Los biólogos y los médicos además de observar una escrupulosa lógica científica al interpretar los datos recogidos, estén dispuestos a seguir el proceso del análisis filosófico y de la interferencia de las ciencias humanas para llegar a reconocer el valor de las conclusiones que ha alcanzado el proceso mismo, un valor tanto de orden teórico (ontológico) como de naturaleza práctica (ético)[2]

Comienzo de la vida humana

¿Cuándo comienza a ser una nueva vida humana?

A esta pregunta, la ciencia va a responder sin lugar a dudas hoy, que en el momento de la fecundación. Es una pregunta que sólo puede ser competentemente respondida desde la ciencia biológica y desde ninguna instancia más.

La unión de la célula germinal paterna y materna da lugar al cigoto. El cigoto es un individuo biológico, algo indivisible, algo impartible en sí mismo. Si se parte ciertamente habrá otra realidad pero ya no un individuo. Si nuestras células germinales ante dichas provienen de la especie humana, estamos ante un cigoto humano, ante un individuo humano, ante un ser humano.

El cigoto, según la ciencia biológica significa la estructura inicial de un nuevo individuo: en él se da cita una información biológica (genética) única, irrepetible, holística. En esta concreción biológica se concentran y anticipan las funciones vitales en orden a la construcción de un irrepetible organismo. Es una totalidad corpórea que tiende intrínsecamente a un desarrollo completo. El cigoto tiene ya todo lo esencial para el total desarrollo biológico. No experimentará añadidos necesarios a lo poseído desde el instante de su constitución existencial. El ambiente modificará accidentalmente su biología pero lo dado no es suprimido ni aumentado.

Sólo la muerte pondrá fin a lo que comenzó en la fecundación. Por ello, no es difícil inferir que estamos ante la realidad hombre. Desde la fecundación no existe otra cosa que un hombre.

Como escribe la Dra. López Moratalla :

“durante este proceso de desarrollo embrionario, su dotación genética, su peculiar diseño, se mantiene en cada una de las células. Cada parte de su organismo le pertenece durante toda su vida. La identidad de cada individuo, con todas las características particulares que le hacen ser ese individuo concreto, está expresada de forma precisa en su dotación genética, y permanece y siempre estará presente en todas y cada una de las células. En la dotación genética que herede de sus progenitores están escritos los caracteres que le hacen a ese individuo concreto de la especie Homo sapiens; ahí están sus particularidades ... Pero sobre todo ahí están encerradas las instrucciones precisas y claras para que se construyan los diversos órganos y tejidos... Ahí están las instrucciones para que adquiera, pasado un cierto tiempo, lo que se ha denominado el yo molecular; cada individuo es un ser biológicamente específico singular distinto de los demás, debido en última instancia a la capacidad de reconocer, de hacer frente a agentes invasores y, en ocasiones, destruir aquellos organismos y estructuras que reconoce como extrañas. Más aún, guarda memoria de ello. Y, por último, ahí, en el programa genético, también esta diseñado el límite de la edad, más allá del cual no le corresponde pasar, precisamente por ser un hombre. Este diseño, escrito como mensaje genético de cuatro letras, en los genes y cromosomas de cada individuo, se fija y determina por completo en su concepción: cuando el gameto paterno, espermatozoide, fecunda el óvulo materno y surge el cigoto, embrión de una célula” [3].

La vida humana como proceso contínuo

Tras el abandono del término preembrión, parece que hay un consenso en que la vida es un proceso único, que empieza en la fecundación y no se detiene hasta la muerte.

Son las tres características centrales del desarrollo presentes en la especie humana[4].

En efecto, de los datos actualmente adquiridos se desprende claramente que, a partir del embrión unicelular, y siguiendo una secuencia de cambios –que determinan las líneas celulares y la diferenciación de los tejidos, acompañados y/o seguidos de transformaciones morfogenéticas– se llega a la formación del organismo completo. Se resaltan tres importantes propiedades biológicas que caracterizan este proceso de desarrollo[5]:

  1. Coordinación. En todo el proceso, desde la constitución del cigoto hasta el final, se da una sucesión de actividades moleculares y celulares dirigidas por la información contenida en el genoma y controladas por las señales producidas por la múltiple e incesante interacción, a cada nivel, dentro del mismo embrión, y entre éste y su ambiente. Precisamente esta dirección y control son los responsables de la producción, coordinada rigurosamente, de miles de genes estructurales, lo cual implica y confiere una compacta unidad al organismo que se desarrolla en el espacio y en el tiempo[6].
  2. Continuidad. El “nuevo ciclo vital” que inicia con la fertilización prosigue sin solución de continuidad, si se cumplen les condiciones requeridas. Cada uno de los acontecimientos –por ejemplo: la multiplicación celular, la determinación celular, la diferenciación de los tejidos y la formación de los órganos– aparecen lógicamente en pasos sucesivos. Pero el proceso en sí que forma el organismo es continuo. Se trata siempre de un mismo individuo, que va adquiriendo su forma definitiva.Si en algún momento este proceso se interrumpiese, se produciría la “muerte” del individuo[7].
  3. Gradualidad. Algo necesario al proceso de formación de un organismo pluricelular es que éste adquiera su configuración definitiva pasando de formas más simples a formas cada vez más complejas. Esta ley de la gradualidad implica que, durante todo el proceso, desde el estadio unicelular en adelante, el embrión conserva su propia identidad e individualidad[8].

El examen científico de estos datos conduce a una idéntica conclusión: que, en el momento de la fusión de los gametos una “nueva célula humana”, dotada de una nueva estructura informativa empieza a actuar como una unidad individual que tiende a la completa expresión de su dotación genética, comportándose como una totalidad en constante y autónoma organización hasta la constitución de un organismo humano completo.

Esta “nueva célula humana'' es, por tanto, un “nuevo individuo humano”, que empieza “su propio ciclo vital” y que, cumplidas todas las condiciones internas y externas suficientes y necesarias, se desarrolla gradualmente, actualizando sus inmensas potencialidades según una ley ontogenética y un plan unificador intrínsecos.

La primera proposición que proporciona la reflexión racional es que el embrión humano no es una pura potencialidad, sino una sustancia viva e individualizada.

Ciertamente, como todas las sustancias vivas, el embrión humano es un ser cuyo principio de desarrollo y de cambio reside en el interior de la misma sustancia. Precisamente el desarrollo del embrión viene determinado por el propio principio interno, y no por el de un ser externo, como por ejemplo el de la madre.Se demuestra entonces como equívoca y engañosa la afirmación según la cual el embrión sería un hombre en potencia: el embrión es en potencia un niño, un adulto, un anciano, pero no es un individuo humano en potencia: lo es ya en acto.

El óvulo, como el espermatozoide, son “en potencia” un individuo humano, y sólo si no se unen entre sí, el óvulo sigue siendo óvulo y el espermatozoide sigue siendo espermatozoide. Sin embargo, el cigoto es ya un individuo humano en acto, y desarrolla su propio programa interno, que, en cuanto tal, es ya completo, suficiente, individualizado y capaz de actualizarse a sí mismo, siempre y cuando se den las condiciones necesarias para el desarrollo.

Por tanto, antes de la fecundación, el espermatozoide y el óvulo poseen una mera posibilidad de constituirse en un sistema y en una entidad unificada. El cigoto, sin embargo, es un individuo dotado de vida propia, con la propia identidad que le confiere la posesión de un único principio sustancial unificador.

Es obvio que, para su desarrollo físico y cultural, el embrión necesita el ambiente externo, físico y cultural. Pero tales estímulos ambientales los asimila según su propia ley de desarrollo, exactamente igual a como lo hace el niño o el adulto. El salto cualitativo, esencial, se produce cuando dos sustancias, entre las que existe una mera relación externa (los gametos), pasan a formar una única sustancia (el cigoto). Este salto se da en la fecundación: ni antes ni después. Solamente en el mismo instante de la hombre.

La “unidad” sustancial del cigoto revela una “continuidad” sustancial con su desarrollo, precisamente porque el principio del crecimiento y del cambio es inherente a la misma sustancia. No puede hablarse, por tanto, de existencias diversas y sucesivas de un mismo embrión vivo, y así lo confirman plenamente los datos embriológicos. El mismo sujeto, al desarrollarse, conserva en cada fase sucesiva una unidad ontológica con la fase precedente, sin solución de continuidad.

Siguiendo la lógica racional, de esta verdad se debe concluir que hay una unidad ontológica en todo el proceso de desarrollo de una individualidad única que, una vez nacida, es reconocida por todos como poseedora de la cualidad y dignidad de persona humana.

La unidad que existe a lo largo de todo el desarrollo del individuo humano, desde la fecundación hasta la muerte, no es simplemente una continuidad biológica, sino que se trata de la unidad de todo el ser, corpóreo y espiritual, aunque la formación y la maduración del individuo se realicen progresivamente tanto en el plano somático como en el espiritual. El inicio de esta maduración, y de la relación entre corporeidad y espiritualidad de un sujeto único, no puede distinguirse del que señala el comienzo de una vida biológicamente individualizada[9].

La vida humana es personal

El término persona es un concepto filosófico, y en segundo término jurídico.

La literatura biológica ha mostrado ya, con suficiente autoridad, que la vida humana comienza con la fecundación del ovocito, que evoluciona hasta el recién nacido en un proceso de perfecta unidad vital, continuo y sin interrupciones, haciendo impensable la idea de un salto evolutivo que suponga el inicio de una realidad genómica distinta a la anterior[10].

Cuando se afirma que el embrión humano, aunque pueda tener el «potencial» de convertirse en persona todavía no lo es, se está dando da por bueno un presupuesto filosófico. Lo que se plantea precisamente es el carácter personal desde que se es embrión humano. La importancia de esta cuestión estriba en que es fundamento del trato ético que se le deberá reconocer.

Sustancialmente hay dos planteamientos:

Se empieza a ser persona humana en algún momento del desarrollo humano

Los partidarios del funcionalismo distinguen entre seres humanos y personas. Fundamentan esta distinción en alguna función que se desempeñe, por eso suelen llamarse funcionalistas. Hacen depender el comienzo de la vida personal de alguna condición específica del desarrollo de la vida humana.

John Harris (1945 -)

Defiende que el término “persona” es usado para designar a un particular tipo de individuo identificado por sus capacidades o potencialidades más que por su pertenencia a una especie determinada”.

Llegará a ser una persona actual, cuando llega a ser capaz de valorar su propia existencia. Y si, eventualmente, pierde permanentemente esta capacidad, habrá cesado de ser persona. Está mal matar a una persona que quiere vivir, porque se le priva de algo que valora; viceversa, es bueno aplicar la eutanasia voluntaria a una persona que no quiere vivir. No se puede hacer daño de esta misma forma a las no-personas o personas potenciales, porque non son privadas de algo que ellas puedan valorar. Estaría mal hacerles sufrir gratuitamente, pero no matarlos “sin dolor”[11].

Hugo T. Engelhardt (1941-2018)

Para él la realidad de la persona está determinada por la autoconciencia del individuo; y también él atribuye la importancia de la autoconciencia a una posibilidad ulterior debida a ella. En este caso, lo verdaderamente decisivo es la capacidad de hacer juicios de reprobación o de elogio, es decir, de valorar moralmente los comportamientos propios y de los demás, y de ese modo formar parte de lo que él llama “la comunidad moral”, que es, precisamente, la comunidad de las personas.

Lo que caracteriza a las personas es su capacidad de ser autoconscientes, racionales e interesadas por el mérito de reprobación y elogio. La posibilidad de tales entidades funda la posibilidad de la comunidad moral. Eso permite reflexionar sobre la corrección o equivocación de las acciones y sobre el mérito o demérito de quien actúa.

Por otra parte, no todos los seres humanos son persona. No todos los seres humanos son autoconscientes, racionales y capaces de concebir la posibilidad de reprobar y alabar. Los fetos, los infantes, los retrasados mentales graves y quienes están en coma sin esperanza constituyen ejemplos de no-personas humanas. Tales entidades son miembros de la especie humana. No tienen status, en sí y por sí, en la comunidad moral. No son capaces de reprobar o alabar ni de merecer reprobación o elogio. No son participantes primarios de la empresa moral. Sólo las personas tienen este status[12],

Peter Singer (1947 -)

Define a la persona como un ser consciente de sí mismo que se reconoce en el tiempo. Por eso mientras la pertenencia a la especie humana no es relevante, sí que lo es la condición de persona [13].

Los fetos no son personas, según este planteamiento. Por eso el tema del aborto habrá que plantearlo en el cálculo utilitario que sopese las preferencias de una madre contra las preferencias del feto o embrión y no en el nivel de la consideración del ser personal. En su visión, una preferencia es cualquier cosa que se busca obtener o evitar; toda forma de beneficio o daño causado a un ser corresponde directamente con la satisfacción o frustración de una o más de sus preferencias. Dado que la capacidad de experimentar sensaciones de sufrimiento o satisfacción es un prerrequisito para tener cualquier preferencia, y el feto, al menos hasta alrededor de las 18 semanas es incapaz de sufrir o sentir satisfacción alguna, no es posible para tal feto el tener preferencia alguna. En un cálculo utilitario, no hay nada que sopesar contra las preferencias de la madre para tener un aborto, por tanto el aborto es moralmente permisible.

Los recién nacidos carecen de las características esenciales para ser considerados personas: "la racionalidad, la autonomía y la conciencia de sí mismo" y, por tanto, "matar a un bebé recién nacido no es equivalente a matar a una persona, es decir, un ser que quiere seguir viviendo" [13].

Norbert Hoerster (1937 -)

Ha fijado como inicio de la vida personal los cuatro meses posteriores al nacimiento[14].

Sin embargo, no ha justificado por qué son cuatro meses y no cualquier otro límite temporal. Tan sólo ha sugerido que las razones por las que generalmente se establece la fecha del nacimiento para el reconocimiento de los derechos civiles, son de carácter práctico: por un lado, la necesidad de proteger a los prematuros que nacieron antes de mostrar los primeros indicios de vida «personal»; por otra, la menor disposición de los agentes morales a procurar la instrumentalización del ya nacido que la del embrión o el feto[15]

Desde la concepción se es persona humana

La «persona» no es un inventario de cualidades, sino un modo de existir, la específica realización individual del ser humano[16]; no sería «algo» que puede ser entendido como la consecuencia casual de uno o de la totalidad de sus predicados, entre los que se encuentra la conciencia, sino «alguien» en quien dichos predicados se realizarán en un momento dado. Porque la substancia no es el conjunto de sus accidentes, sino lo que da el ser a los accidentes. De ahí que, como subrayan los autores del estudio citado de Linacre, «Un ser humano no se convierte en una persona en una etapa particular de desarrollo después de la fertilización», sino que la persona es «inherente al ser humano en todas las etapas de su desarrollo» (ver AQUÍ).

La luz acerca de lo que es la vida humana sólo puede venir de la consideración acerca de la verdad de la persona humana. Se trata de partir de un dato real y fundamental: la relación existente entre vida humana y persona emergente en la experiencia común y universal. La vida humana se presenta como una realidad no definida plenamente en si misma, sino como esencialmente relativa a la persona. La vida humana no existe en sí y por sí, es una realidad que es propia de la persona; no existe en abstracto, siempre y sólo en concreto, es decir, como realidad poseída y vivida por la persona.

La vida humana es pues el sujeto que vive. Decir vida humana es siempre un sujeto viviente. Un sujeto que tiene dentro de sí el principio vital: un ser subsistente que se auto posee y se autodetermina.

El postulado evolucionista de la ciencia moderna implica una continuidad entre el mundo de los animales y el de los hombres. No habría según ellos diferencias entre la vida animal y la vida humana. Sin embargo, la experiencia ética advierte espontáneamente una originalidad de las exigencias de respeto debido a la vida humana en relación con la vida de los animales. ¿Cómo explicar esta diversidad? ¿Qué significa vida personal? El hombre no es un mero ejemplar de la especie a la que pertenece. Tampoco es definible el ser persona con las características comunes a la especie: quiénes somos no es exactamente igual a cómo somos. Las personas no son algo son alguien.

La vida humana a la luz de la ética

La ética ofrece una luz potente sobre la vida humana, no sólo a nivel normativo como veremos a continuación sino también en el momento originario, ya que en la experiencia interpersonal es donde genéticamente surge el momento ético con sus correspondientes determinaciones práxicas. Una epistemología realista y una antropología adecuada, muestran y demuestran como no es posible separar vida humana de vida personal.

La vida humana no es concepto teórico, ni un hallazgo de laboratorio. En el fondo no existe la vida humana, lo que vemos, tocamos, son personas vivas. La vida humana no es sólo materia orgánica, no es sólo coordinación enzimática, o no es sólo organización tisular. El sintagma vida humana está unido a la persona. La biología, la antropología y la filosofía nos ofrecen bellos hallazgos que provocan en el hombre estupor y contento.

Porque nos encontramos ante algo novedoso, distinto, singular, es decir único y, por tanto, irrepetible. Y si es irrepetible, quiere decir que no se puede sustituir. La vida humana, es irrepetible, insustituible, única, y por tanto incomunicable según la definición de persona acuñada por R. de San Víctor. Estos datos apuntados cuasi en lenguaje morse, nos dicen que la persona frente a la singularidad percibida frente a la vida humana reacciona, es decir, su libertad es interpelada absolutamente. No se encuentra el hombre de igual forma ante un teorema matemático o ante una oxidación bacteriana que ante la vida humana. El conocimiento en este último caso tiene un indudable valor ético, es decir, mueve a la razón práctica, -es decir la razón en cuanto guía cognoscitivamente las acciones intencionales del hombre-.

Por ello, la afirmación del ser personal es al mismo tiempo afirmación de una dignidad singular a reconocer y de exigencias éticas precisas a realizar. Sólo en la relación con la libertad de otras personas es dónde se establece el carácter personal del ser humano. La densidad ética de la relación interpersonal es el contexto en el cual se da o no el reconocimiento de la dignidad de la persona. Reconocer a las personas como tales es la primera obligación y el fundamento primero de cualquier deber ulterior.

El reconocimiento de la persona en su dignidad de fin y nunca como medio, de sujeto y no de cosa, de alguien a quien respetar y no de algo a usar, aparece como un acto debido, como una respuesta de la libertad adecuada a la realidad del otro y de la relación. Se presenta de forma absoluta y se impone a la conciencia de modo incondicionado.

A esto se opondría cierta concepción bioética que postula que no hay diferencias entre la vida humana y la vida animal como por ejemplo el sociobiologismo: lo que sería relevante desde un punto de vista ético sería no la pertenencia a una especie determinada sino la presencia de capacidades que cualifican a un ser de autónomo. Sólo los adultos tendrían el estatuto moral de personas y no siempre, como se está viendo en todo el debate sobre la eutanasia.

Enseñanza católica sobre la vida humana

Acción de Dios en el comienzo de cada vida humana

La razón última por la que la vida de todo hombre es vida de una persona y tiene un valor único que exige respeto absoluto e incondicionado es que, desde el mismo comienzo de su existencia, cada ser humano tiene una relación personal e inmediata con las Personas divinas, no una relación genérica como las otras criaturas.

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 2258: “La vida humana es sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo a su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente”.

Todo hombre tiene una relación singular de origen con Dios por el hecho de haber sido creado personalmente por Él.

En la Sagrada Escritura, Dios es la fuente de la vida para todas las criaturas, pero al hombre se la ha dado de un modo único. Sólo el hombre –varón y mujer– y ninguna otra criatura ha sido creado a imagen de Dios (Gen 1,27). Es más, cada uno de todos los hombres ha sido creado como lo fue el primero por una obra personal y libre de Dios creador realizada por amor al hombre, es decir, buscando sólo el bien mismo del hombre y no alguna utilidad para Dios.

El hombre es la única criatura en la tierra que Dios ha “querido por sí misma” (Gaudium et spes 24) y el alma espiritual de cada hombre es “inmediatamente creada por Dios”( Humani generis AAS 42 (1950) 575; Pablo VI, Profesión del Credo, AAS 60 (1968) 436). Por eso, la generación de cada vida humana es un misterio que sólo en Dios, su creador, encuentra respuesta adecuada. Esta verdad revelada es central en el momento ético.

Por tanto, el propósito de la decisión creadora de Dios sobre el hombre es siempre la vida de una persona, nunca la vida meramente biológica. En la biología de la generación humana está inscrita la genealogía de la persona.

Juan Pablo II en la encíclica sobre la vida humana: “Cuando de la unión conyugal de los dos nace un nuevo hombre, éste trae consigo al mundo una particular imagen y semejanza de Dios mismo: en la biología de la generación está inscrita la genealogía de la persona” Evangelium Vitae 43.

La generación y el nacimiento de una persona no es fruto de una fecundidad abstracta, sino siempre de una acción personal inmediata de Dios que hace a los esposos –a un tiempo– colaboradores responsables de su amor creador. Una acción singular en el orden de lo creado como ha quedado señalado en otra parte de esta obra. Singularidad porque Dios comparte el poder creacional con unas criaturas. Esta participación del hombre, tener parte en algo, es más que lo indica con el término pro-creación.

Realmente el hombre y la mujer está llamada a participar del acto creativo de Dios que a través del proceso biológico por ella iniciado se da algo nuevo. Por otra parte, la biología de la reproducción suscita el acto creativo divino. Esto significa que ni natural ni técnicamente puede existir un individuo sólo biológicamente humano: si existe un individuo corporalmente humano, su principio vital es el alma que Dios ha creado inmediatamente para él y, por tanto, es un ser humano personal.

Protección de la vida humana

Desde la conciencia del valor y dignidad absoluta de toda vida humana, surge el momento ético, brota la responsabilidad de protegerla y defenderla, y el precepto “no matarás” (Ex 20,13; Dt 5,17). “El don se hace mandamiento, y el mandamiento mismo es un donEvangelium Vitae 52.

La prohibición de matar es un mandato absoluto, para proteger la vida inocente. Dios, pedirá al hombre cuentas de la vida de sus semejantes (Gen 9,5). Todo atentado contra la vida humana es un atentado no sólo contra Dios sino también contra la sociedad. Quien arrebata la vida a alguien, le quita todo lo que tiene y todo lo que podría llegar a tener; y arrebata a los demás los bienes que a través de esa persona concreta e insustituible Dios les quería dar. Y ello, de manera irreversible.

Sólo bajo la luz de estas enseñanzas se nos descubre plenamente qué es el hombre y quién es persona, y las consecuencias morales debidas a su valor y dignidad únicos. Como se ve, no es posible defender plenamente la dignidad de toda persona humana, su valor y dignidad únicos, sin afirmar su realidad sobrenatural tal y como enseña la revelación cristiana y se muestra plenamente en Jesús. Siendo esencial para concebir el sentido de la vida del hombre su referencia a Dios, se entiende que “perdiendo el sentido de Dios, se tiende a perder también el sentido del hombre, de su dignidad y de su vidaEvangelium Vitae 21.

Criterios morales en torno a la vida humana

¿Cuáles son los criterios morales para juzgar el recto ejercicio del hombre sobre la vida humana? Ya hemos apuntado como el señorío del hombre debe ajustarse a la ministerialidad. Tales criterios han de extraerse de una atenta consideración del fenómeno mismo de la intervención captada juntamente en su globalidad.

Clásicamente se ha apuntado como finalidades perseguidas, medios usados y consecuencias previstas. Son criterios generales que son los que se pueden ofrecer aquí y ahora pero no genéricos porque ofrecen luz para una serie de aplicaciones más o menos inmediatas sobre problemas concretos de cuestiones candentes de la bioética actual.

 Finalidades perseguidas

La finalidad primera es la defensa y promoción de la vida humana. Emerge del significado mismo de la vida humana confiada por Dios al hombre. En esta línea se ha movido siempre la ciencia médica y sus aplicaciones. Por tanto, no sólo la finalidad terapéutica, sino también en el sentido de mejoramiento de las condiciones de vida humana.

Ambas deben considerarse no sólo desde el punto de vista individual sino también social. Por otra parte, la finalidad de defensa y promoción de la vida humana puede de hecho, correr el riesgo de ser interpretada y consecuentemente realizada en términos unilaterales o incluso alternativos.

La vida humana es entendida en términos unilaterales cuando se protegen y desarrollan determinadas “cualidades” o bien cuando sólo se preocupa de la vida y salud de algunas personas solamente, llegando así a una forma de verdadera discriminación social. Por otro lado, la vida humana es entendida en términos alternativos cuando el hombre se propone alterar la misma estructura biofísica humana, hasta la tentativa a través de la ingeniería genética de construir un nuevo tipo de hombre.

La investigación ciertamente es participación también de esa responsabilidad ministerial que el hombre ha contraído con Dios. Es más puede expresar de forma eminente este aspecto.

Medios usados

A la pregunta de por qué el hombre interviene y debe intervenir en el ámbito de la vida humana, se añade el cómo interviene. Cómo el hombre se acerca a ese misterio puesto en sus manos. Y aquí entramos críticamente en el momento ético fuertemente contestado hoy en día. Por un lado el hombre tecnológico y secularizado, creyéndose la medida absoluta de sus elecciones, no reconoce en las modalidades operativas, es decir en los medios usados, una significación moral.

Esto es muy importante. Una significación moral en cuanto ésta es absorbida y resuelta en la intencionalidad subjetiva. Al mismo tiempo, el homo faber tiene el riesgo de ser presa de la propia ley del eficientismo, según la cual sólo cuentan los resultados que se quieren y pueden obtener técnicamente, vengan alcanzados como sea. A ello se suma que las intervenciones sobre la vida humana muchas veces permanecen ocultas a la opinión pública al ser materias especializadas y tratadas por un reducido número de personas. Pero en la misma ley científica, sólo el respeto a los medios moralmente legítimos utilizar, lejos de suponer un freno a las investigaciones, parecen señalar una condición indispensable para que el progreso científico-técnico pueda calificarse de humano.

El problema de los medios moralmente adecuados aparece junto con el tema de la experimentación. Ésta es completamente necesaria e insustituible porque sólo así el hombre conoce la realidad infrahumana y humana y puede ponerla en servicio de un auténtico progreso humano.

Pero precisamente por esto, la experimentación no puede prescindir de criterios morales que se resuelven, una vez más, en la defensa y promoción de la persona humana a todos sus niveles.

Apuntamos sintéticamente dos criterios éticos fundamentales:

  1. La experimentación debe ser respetuosa del sujeto humano sobre el que se interviene
  2. La experimentación debe desarrollarse en la línea de la estructura constitutiva, de los significados intrínsecos de la vida humana como tal, en particular en la línea de aquella estructura y aquellos dinamismos inherentes que están implicados en el surgir y en el desarrollo mismo de la vida humana.

En cuanto al primer criterio es de importancia extrema en la experimentación genética. El ser humano es tal ya desde la concepción, desde el inicio de su vida: la dignidad personal está constituida no según fases cronológicas, sino según su valor ontológico, o sea partir del hecho de que nos encontramos frente a una vida humana, a un ser humano aunque todavía no-nacido es ya.

En cuanto al segundo criterio, la experimentación hace relación a la artificialidad. El artificium (la técnica) es el instrumento que hace posible la obra de arte del hombre artista que interviene sobre la vida humana. Debe ser eso una obra de arte en el sentido noble del término. Es lo que ocurre cuando la intervención del hombre se encauza en el curso de la naturaleza humana sea para corregirla en situaciones defectuosas o patológicas. Es pues siempre y sólo en referencia al hombre, a sus valores y exigencias como es moralmente juzgada la intervención artificial.

Las consecuencias previstas

Por último, en la consideración moral, el hombre debe estar atento a las consecuencias que sus elecciones y sus acciones puedan tener, más allá del momento inmediato y de la misma vida individual, en el tiempo sucesivo y sobre las personas. Es este en concreto el problema del riesgo que está implicado en cada manipulación y, en particular en la manipulación de la vida humana. Si el riesgo es inevitable, la moral exige que sea contenido dentro de unos límites razonables. Y estos serán tanto más elevados cuanto más el sujeto humano sea sometido a experimentación en los albores de su vida y, por lo tanto, con consecuencias para el resto de su vida, corre el peligro próximo de morir o bien de ser suprimido; ser expuesto a amplias e imprevisibles consecuencias. La posibilidad de riesgos y consecuencias negativas exige que la intervención del hombre sobre el don de la vida respete algunas condiciones de partida y de continuación, como:

  1. La más seria y rigurosa preparación científico-técnica de cuantos realizan la experimentación.
  2. La obligación profesional grave de conocer la persona sometida a la intervención; la naturaleza, objetivo y riesgos a los que va a someterse, y de obtener de la misma un consentimiento que resulte concreto y realmente libre.
  3. La posibilidad de suspender la intervención si se atisban consecuencias negativas inaceptables.

Frente al caso específico, junto a estas premisas generales, la intervención del hombre deberá inspirarse juntamente en la ciencia y en la conciencia, deberá fijarse en los principios y en las normas y al mismo tiempo aprender la sabiduría y amor por la vida. En definitiva, todas las intervenciones dignas de tal nombre deben de fundarse en el respeto absoluto, con lo que esto significa al tratarse de la vida humana.

Conclusión

Todo converge en un punto y es reconocer que cada vez que aparece la vida humana estamos ante un novum, que la vida humana es una singularidad única en la creación. Lo infieren todas las ramas del saber que honestamente buscan científicamente conocer la realidad. Y la unanimidad de las distintas parcelas del saber es más que notaria. Confluyen en señalar que no puede darse en la actual realidad, una vida humana sin existir una persona humana.

En nuestro actual contexto vital, tan influido por el mundo mediático, las ideas pueden ser aparentemente distintas y confusas por un tiempo. No por mucho repetir de forma distinta una falsedad, ésta se convierte en verdad. El dato, la objetividad es dada. El hombre la recibe, ciertamente la interpreta, pero la recibe, no la crea. En el particular, lo más grande que existe no es dado y por ello, como escribía Juan Pablo II, la única actitud digna y justa de tal nombre es la retiene que la vida humana es un don que debe ser amado, un bien que debe ser servido, un derecho que debe ser tutelado y una gracia que debe ser acogida y promocionada. En abordarla así nos va mucho; nos va el futuro de nosotros y de nuestros hijos.

Bibliografía

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Notas

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  5. Carrasco De Paula, Ignacio; Leone, Salvino; Palazzani, Laura (2000). Identidad y estatuto del embrión humano. Eiunsa. ISBN 9788484690023. 
  6. Cf. J. VAN BLERKOM. «Extragenomic regulation and autonomous expression of a developmental program in fue early mammalian embryo», Annals ofthe New York Academy of Sciences. 442 (1985).61
  7. Cf. D.G. MyLES, P. PRIMAKOFF, «Why did the sperm cross the cumulus? To get to the oocyte. Functions pf the sperm surface protein PH-20 and fertlin in arriving at, and fusing wifu, fue egg», Biology of Reproduction, 56 (1997),320-327
  8. Cf. W.J. GEHRING, «Homeo-boxes in the studuy of development», Science, 236 (1987), 1.245-1.251, p. 1.245.
  9. Santiago, Manuel de (20-05-2004). «Estatuto Biológico, Antropológico y Ético del Embrión Humano». Consultado el 20-04-2020. 
  10. Aznar, Justo (2014). «Estatuto biológico del embrión humano.». Bellver, Vicente, ed. Bioética y cuidados de enfermería (Valencia: Consejo de Enfermería de la Comunidad Valenciana): 47-64. 
  11. Harris, J., Euthanasia and the value of life, en J. Keown, Euthanasia Examined, Ethical, clinical and legal perspectives, Cambridge University Press, New York 1995 , 9
  12. Engelhardt, Hugo T., Manuale di bioetica. Nuova edizione, Il Saggiatore, Milano 1999 (Orig.: The Foundations of Bioethics, Oxford University Press, Oxford 1996, 2 ed. ), pp 126-127
  13. 13,0 13,1 Taking Life: Humans (en inglés) 1993
  14. Hoerster, N. Neugeborene und das Recht auf Leben. Frankfurt: Suhrkamp; 1995: 23-24.
  15. Hoerster, N. Abtreibung im säkularen Staat. Argumente gege den § 218. Frankfurt: Suhrkamp; 1991: 132, 134, 137-138
  16. Spaemann, Robert (2000). Personas. Acerca de la distinción entre "algo" y "alguien". Eunsa. p. 54. ISBN 9788431317096.