Paternidad responsable

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La paternidad responsable es un concepto moderno que está relacionado en un primer momento con la propuesta del control de población y posteriormente con las posibilidades reales de sacar adelante un número determinado de hijos.

Acercamiento histórico[editar | editar código]

Robert Thomas Malthus publica en 1798 el Ensayo sobre el principio de población[1]. En este escrito, Malthus advierte acerca de lo que a su juicio podía suponer el ritmo de población en la Inglaterra del siglo XVIII. Según él, la población crecía exponencialmente mientras que los alimentos lo hacían aritméticamente, lo que se conoce como la Ley de Malthus.

Procreación.jpg

Este desequilibrio podía conducir a la humanidad a una catástrofe inminente. De no atender a sus recomendaciones, la dantesca situación pronosticada no tardaría en llegar. En definitiva, el aspecto económico era central a la hora de planificar la futura prole. Planteó al mismo tiempo un retraso a aquellos que quisiesen contrae matrimonio hasta que no tuvieran un desahogo económico y pudieran asegurar el bienestar económico de la futura prole. Sus planteamientos morales y religiosos le urgieron a proponer diversos frenos entre ellos el conocido moral restraint que junto a la tardanza en la edad de contraer matrimonio, suponía una abstención sexual hasta asegurar la holgura económica de la hipotética descendencia.

Los conocidos en la historiografía como neomaltusianos, compartiendo las razones de fondo de Malthus, rechazaron de plano el freno moral (moral restraint) del profesor de Haileybury y socializaron los métodos anticonceptivos. La unión del catastrofismo poblacional, con cierta concepción utilitarista de la vida hizo que se gestara una mentalidad anticonceptiva que prácticamente ha llegado hasta los días actuales y que supone ciertamente un reto ante las sociedades de Occidente. Otros ingredientes se han añadido a la mentalidad anticonceptiva en estos años como el eugenismo.

Permanecen íntegros no la veracidad de los planteamientos de Malthus pero sí las razones de fondo a la limitación de los nacimientos. Algunos planteamientos ciertamente inconsistentes intelectual e históricamente falsos se siguen manteniendo en instancias internacionales lo que hace sospechar si lo que realmente se quiere mantener es un injusto status quo. Así las cosas, la situación real es que en las sociedades occidentales el cambio de mentalidad acontecido en estos últimos decenios es grande.

De considerar la fertilidad procreativa [2]como bendición de Dios que aseguraba las fuerzas físicas en una sociedad predominantemente agrícola, a convertirse en un problema conyugal y social de primera magnitud y, que a modo de ver, es un signo patognomónico de la revolución antropológica acaecida en los últimos decenios en las sociedades occidentales.

Ciertamente es un conjunto de factores los que han cambiado la mentalidad recientemente, entre ellos es descuella el factor económico. Pero no es el único. Las razones últimas no pueden reducirse a la economía siendo ésta importante. Existen otras causas importantes que han propiciado lo que Juan Pablo II ha llamado en Familiaris Consortio 30 la mentalidad anti-vida que hace tener pavor por el hijo. Las parejas que tienen más de un hijo son las que aparecen en el actual contexto como las invitadas a justificar su conducta. De la situación multisecular de la mujer madre, se ha pasado entre otras cosas, ha la idealización, exaltación y liberación de la mujer de la esclavitud de la maternidad, según algunos.

Se podría apuntar a más elementos de este cambio antropológico, como p.ej. la revolución romántica o la revolución sexual. Es obvio que los cambios morales realmente efectuados son frutos de un giro antropológico de profunda magnitud que ha precipitado el más insospechado pesimismo sobre la riqueza y belleza que supone la vida humana.

Análisis del concepto[editar | editar código]

La procreación responsable (PR) se presenta a distintos niveles como una acción singular para la ciencia bioética. Caffara define la PR como aquella acción voluntaria en la que los esposos deciden poner las condiciones necesarias para la concepción de una nueva persona humana, en un contexto en el que prudentemente se presume que la persona del posible concebido será respetado como tal, es decir, donde sus derechos fundamentales sean contemplados[3].

Esta definición acerca al concepto central de la procreación responsable de ahora en adelante PR. Es un concepto positivo. No es negativo ni mucho menos, regresivo. La PR invita a deliberar humanamente, es decir, libre, racional y responsablemente a la hora de poner las condiciones para que una persona venga al mundo. Deliberar y ejecutar para procrear o no procrear es el momento intransferible en la comunidad conyugal. Por lo tanto, en la deliberación como en la ejecución pueden originarse situaciones inadecuadas para la persona.

Cuando una persona se toma una píldora o se pone un DIU o se somete a una operación esterilizadora, ha decidido que la persona es un mal que debe ser evitado aquí y ahora para mí. Esta deliberación se traduce en la elección de un medio que hace realidad esa deliberación. Pero las personas se encuentran que lo originario y primario es ese error en el juicio que transforma un bien en mal. La voluntad quiere evitar ese mal y simplemente elige el modo de evitar ese mal. Por ello, el error central se daría en la consideración de algo bueno en malo. La persona nunca es un mal que debe ser evitado, sino un bien que debe ser procurado.

El mal siempre debe ser evitado. El bien puede ser hecho o prudentemente trasladado o retrasado.- razón última de la continencia periódica-. Estos elementos están presentes en la lógica de la PR que llevan a contemplar la centralidad y singularidad de la persona, tanto del neo-concebido como en la de sus progenitores. Todas las posibles incomprensiones pueden venir desde una reductiva o equivocada concepción tanto de la persona como de su acción. Baste decir ahora que lo propio de la persona es la deliberación y la elección fruto de esa deliberación. Los elementos que acompañan la singularidad de la persona y de su acción, (afectividad, psiquismo, etc) enriquecen la componente central de la acción que consiste en actuar libre y racionalmente. Un elemento a tener en cuenta, y ciertamente no menor, es la condición social y comunitaria de la persona humana. La deliberación procreativa y la subsiguiente ejecución tendrán en cuenta esta dimensión fundamental.

La situación de la familia y la situación demográfica de la sociedad en la que viven los protagonistas deberían tener su lugar a la hora de ejercer la PR. Pero realmente el meollo de la cuestión se centra en que el concepto de PR implica ante todo una concreta modalidad ejecutiva de la misma, bien ejerciendo ese derecho y deber o bien no ejecutándolo. Rápidamente nos damos cuenta que lo anteriormente dicho recibe el implemento de la ejecución. No de cualquier forma se realiza, ejerce y ejecuta la PR. Es más sólo hay un camino adecuado al hombre y a la mujer de ejercer la misma.

Contemplando nuestro tema, la historiografía, a todos los niveles nos posibilita un conocimiento más profundo de la PR. Ciertamente, la PR surge en el contexto de una comprensión adecuada de lo que es el cuerpo, la sexualidad, la familia, el matrimonio, que en definitiva se resumen en que la procreación es la expresión y ejecución más profunda del don total que como expresión del amor surge entre los cónyuges. Y por otro lado, el descubrimiento de la anticoncepción hormonal en los años cincuenta del pasado siglo hace que ésta no modifique para nada la estructura externa del acto sexual conyugal.

La verdadera piedra de toque que hace que la conducta que sostiene la PR sea única, consiste en que una vez tomada la deliberación-decisión de no procrear, siempre hay que ejecutarla de igual forma. Dicho de otra forma, ¿podrían existir diversos modos de ejecutar la PR, p.ej. recurriendo a la anticoncepción?. La respuesta vino definitivamente formulada por la Encíclica Humanae Vitae, donde se apuntaba que la acción anticonceptiva provenga de una decisión éticamente justa o de una decisión éticamente injusta de no procrear es siempre y en toda circunstancia objetivamente desordenada.

Referencias antropológicas[editar | editar código]

Recientemente, la antropología tanto filosófica como teológica ha mostrado con mayor profundidad el carácter de corresponsabilidad que se muestra en la procreación. La pareja es responsable en una decisión singular y en última instancia esa decisión se relaciona con una instancia trascendente. El amor es difusivo por naturaleza. Es la expresión tomista que identifica a la dinámica del amor. Por ello, todo gesto afectivo, tiene en sí esa doble característica: tiende a profundizar en la intimidad y al mismo tiempo trasciende.

La trascendencia está presente en el deseo que va siempre más allá de la finitud del placer momentáneo. Este planteamiento verdaderamente humano es el que hace que los afectos y demás dinamismos físicos humanos no se encierren en la pasión egoísta e individual. Es en esta dimensión de apertura donde aparece la potencial fecundidad en cada gesto amoroso donde la afectividad está presente. Paradigmáticamente esta dimensión de trascendencia y de conocimiento íntimo se puede manifestar en el acto sexual conyugal.

En el mismo momento en que se manifiesta la máxima expresión de intimidad, la máxima unidad psicofísica de los cónyuges, es cuando se manifiesta contemporáneamente la máxima trascendencia, es decir, la posibilidad de que surja una nueva vida. Esto es en el orden de lo creado, único en la especie humana. Estas dos dimensiones ínsitas en el acto conyugal sexual muestran la genialidad humana. El acto sexual conyugal no es susceptible de ser reducido a un mero juego, a una mera aventura, o a una dinámica de violencia, sino que en su misma estructura está destinado a ser vehículo de comunión y origen de la vida. La potencialidad procreativa no se agota en el acto singular de la concepción sino que incluye y se prolonga ya desde ese momento hasta la maduración de la nueva persona humana y de su autonomía indispensable.

Desde un punto de vista teológico, la generación humana viene señalada como pro-creación para subrayar el momento del acto creativo de Dios. En la generación humana está presente Dios, que infunde el espíritu que hace que ese ser generado tenga vida, la vida humana. Por ello, la procreación debe realizarse en relación con el Señor de la vida. En este contexto, la alianza esponsal puede llegar a plenitud. Y ello hace extraer al mismo tiempo, que la persona humana sea siempre y en cualquier circunstancia un bien que debe ser querido y respetado.

En última instancia, la persona es creación del Dios de la vida, no es algo de este mundo, es radicalmente trascendente. Por ello, el Concilio Vaticano II en el número 50 de la Constitución Gaudium et Spes recuerda: “en el papel de transmitir la vida humana y de educarla…, los cónyuges cristianos saben que son cooperadores del amor de Dios Creador y casi sus intérpretes”.

Los hijos se convierten así en concreción del amor conyugal y en obra del amor divino. Ambas partes de la relación constitutiva están injertados en el misterio de la creación y de la redención obradas por Dios en el misterio pascual, que es un misterio de amor, de sufrimiento, de muerte, de resurrección y de vida. Ello hace que, en incontables ocasiones, el servicio a la vida de los cónyuges sea heroico y en no pocas ocasiones traspasado por el misterio del sufrimiento, de la desilusión, del dolor. Allí se manifiesta también la potencia de Dios que convierte el sufrimiento humano en fecundidad trascendente.

Planteamiento de la iglesia católica[editar | editar código]

La reflexión moral acerca de la procreación responsable es relativamente reciente. Lo primero que hay que decir, es que el concepto de procreación responsable no indica limitación y menos aún control de los nacimientos, expresión por cierto, extraña a la revelación cristiana porque entre otras cosas encierra en su formulación el cálculo cuantitativo en algo que por definición no es mera cantidad. El concepto procreación está unido indisociablemente al papel responsable que tienen los esposos de relacionarse juntos y de responder juntos al Señor de la vida.

Pueden responder controlando o pueden responder regulando, es decir, ajustando sus acciones al deseo divino. En ese diálogo con-formativo, conocerán la oportunidad o no de poner las condiciones necesarias y suficientes para que la vida humana surja. Pero la decisión última atañe única y exclusivamente a los esposos “teniendo en cuenta tanto del bien personal como el de los hijos tanto de los nacidos como de aquellos que se prevén que nacerán, valorando las condiciones de vida, tanto en el aspecto material como en el espiritual, y en fin, salvaguardando la escala de valores del bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la Iglesia”. Este juicio, en último término, los esposos deben formularlo ante Dios. GS 50.

Lo que el Magisterio de la Iglesia quiere subrayar es que la procreación debe ser realizada en sintonía con el amor fecundo de Dios “Padre del cual toda paternidad toma nombre en el cielo y en la tierra” (Ef. 3,15). La procreación ha de entenderse como manifestación analógica de la acción infinitamente amorosa y sabia de Dios Padre. Por ello, la procreación responsable según afirma el Magisterio de la Iglesia está llamada a reflejar un amor generoso dentro de una racionalidad prudente típicamente humana.

El acento se debe situar en la generosidad, ya que la procreación tiene como coordenada existencial el amor conyugal y en última instancia debe ser un acto de amor. Amar significa darse. De la mutua donación esponsal surge el adecuado encuentro para que la vida humana sea. Al mismo tiempo, la procreación es responsable cuando evita embarazos que pueden poner en peligro la vida de la madre o del nacimiento de criaturas cuya existencia será previsiblemente vulnerada en sus aspectos más fundamentales.

Este último aspecto conviene definirlo claramente porque puede ser el cajón de sastre al cual recurran los países donde está implantada una mentalidad economicista y antiprocreativa. Va subrayado en esta definición que la dignidad humana en sus derechos fundamentales debe estar asegurada, que no es lo mismo que plantear la vida y su aparición en clave económica, utilitaria y fundamentalmente hedonista.

El problema de los métodos[editar | editar código]

Presupuesta la existencia de motivaciones válidas para una prudente regulación de la natalidad, como afirmaría el Prof. Caffarra, son necesarias razones para no procrear, no para procrear, ya que hay que tener razones para no hacer el bien, no para hacerlo. El bien debe ser hecho, otra cosa distinta es que el bien no pueda ser hecho aquí y ahora por las circunstancias que sean, pero sigue siendo bien. Las circunstancias no modifican el bien por mal. Por ello, en la singular acción procreativa, no solamente hay que querer el bien sino que hay que hacer bien el bien.

En relación a los métodos, para una adecuada y prudente regulación de los nacimientos que supone una comprensión adecuada de la procreación, la precisión definitiva fue manifestada por la HV. Allí se apunta “cualquier acto matrimonial debe permanecer abierto a la transmisión de la vida humana” (nº11); por ello, va rechazada “toda acción que, o en previsión del acto conyugal o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, hacer imposible la procreación”(nº14).

En la HV se contesta igualmente a la presunción de que un acto sexual conyugal hecho voluntariamente infecundo y por ello, intrínsecamente desordenado, pueda ser cohonestado por el conjunto de una vida conyugal fecunda . “La Iglesia, en cambio, no retiene de ningún modo ilícito el uso de los medios terapéuticos verdaderamente necesarios para curar enfermedades del organismo, a pesar de que se siguiese un impedimento, aun previsto, para la procreación, con tal de que ese impedimento no sea, por cualquier motivo, directamente querido” (nº15). El Magisterio de la Iglesia ha reafirmado el contenido de la HV en ulteriores pronunciamientos como en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio.

Estos planteamientos han sido criticados por algunos como moralidad biológica, es decir, como mera normatividad fisiológica. Pero lo que sostiene la postura magisterial está en las antípodas de tal planteamiento biologicista. El confusionismo surge al identificar y reducir lo natural en el hombre a lo físico y biológico. Pero lo natural en el hombre no es solamente los procesos físicos y biológicos, es ante todo, el carácter racional y libre del hombre. Es el proprium de la naturaleza humana. La postura del Magisterio consiste en dejar claro que conocer los procesos biológicos que dan origen a la vida humana ha de conducir a respetarlos, nunca a interferir o destruir su finalidad natural. Porque no se trata de simples leyes biológicas, sino de la sexualidad humana, a la que –por la indisoluble unidad de cuerpo y espíritu en el hombre- le es intrínsecamente inherente el carácter y condición personal. La manipulación presentaría una visión extrinsecista y dualista (que no dual) de la sexualidad, en la que el cuerpo y lo corporal pertenecen al tener y no al ser del hombre.

Aquí reside la diferencia esencial entre la lógica de la anticoncepción y la lógica de la procreación responsable. Juan Pablo II en sus catequesis sobre la teología del cuerpo afirmaba: “la calificación de natural que se atribuye a la regulación moralmente recta de la fertilidad (siguiendo los ritmos naturales cf., HV16), se explica con el hecho de que el relativo modo de comportarse corresponde a la verdad de la persona y, consiguientemente, a su dignidad: una dignidad que por naturaleza afecta al hombre en cuanto ser racional y libre, puede y debe releer con perspicacia el ritmo biológico que pertenece al orden natural. Puede y debe adecuarse a él para ejercer esa procreación responsable que, de acuerdo con el designio del Creador, está inscrita en el orden natural de la fecundidad humana” (5-9-1984). Es decir, en el orden personal, que hace referencia a la persona humana, a la verdad de su ser.

Ser racional y libre, cuerpo y espíritu. Por ello, continúa Juan Pablo II: “el concepto de regulación moralmente recta de la fertilidad no es sino la relectura del lenguaje del cuerpo en la verdad. Los mismos ritmos naturales inmanentes en las funciones generadoras pertenecen a la verdad objetiva del lenguaje que las personas interesadas deberían releer en su contenido objetivo pleno. Hay que tener presente que el cuerpo habla no sólo con toda la expresión externa de la masculinidad y feminidad, sino también con las estructuras internas del organismo y con los dinamismos psicosomáticos. Todo ello debe tener el lugar que le corresponde en el lenguaje con que dialogan los cónyuges en cuanto personas llamadas a la comunión en la unión del cuerpo”.

De tal forma continuaba Juan Pablo II: “ todos los esfuerzos tendentes al conocimiento cada vez más preciso de los ritmos naturales que se manifiestan en relación con la procreación humana, todos los esfuerzos también de los consultorios familiares y, en fin, de los mismos cónyuges interesados, no miran a “biologizar” el lenguaje del cuerpo(a “biologizar la ética” como algunos opinan erróneamente), sino exclusivamente a garantizar la verdad integral a ese lenguaje del cuerpo con el que los cónyuges deben expresarse con madurez frente a las exigencias de la procreación y de la paternidad-maternidad responsable.

Orientaciones pastorales[editar | editar código]

La comprensión teórica y conceptual es fundamental para que se realice la verdad en el amor. Es importante conocer qué es la sexualidad, qué es el lenguaje del cuerpo, qué es la persona humana. La sexualidad no es algo que se “tiene”; el cuerpo no es algo que se posee; se es cuerpo, se es sexuado. Por ello, para valorar adecuadamente el acto conyugal y la sexualidad humana, imprescindibles para una correcta comprensión y ejercicio de la procreación responsable, se debe conocer la totalidad de la complejidad y singularidad de la persona. La sexualidad y su ejercicio no deben ser reducidos a un mero juego erótico o pasional, sino que deben mostrar la capacidad de la donación humana donde los anteriores componentes humanos deben estar presente pero no solitariamente, sino incluidos al servicio de la afectividad oblativa y de la responsabilidad hacia la pareja y su descendencia. De fundamental importancia se presenta entonces la educación sexual que ayude a los jóvenes a reflexionar sobre el significado de la sexualidad, sobre las eventuales consecuencias negativas de las relaciones sexuales no vividas en la entrega afectiva y total, así como en el conocimiento de los procesos fisiológicos acaecidos en el propio cuerpo.

Una adecuada educación, subrayará como solamente en un contexto de amor total donde se ame no por lo que se tenga sino por lo que uno es, se podrá dar el significado pleno del acto conyugal sexual. Por eso la educación sexual debe estar incluida en la preparación al matrimonio y apostar por tal estado como recinto acabado para la entrega interpersonal.

Cuando la limitación de los nacimientos viene presentada como la cara más amable de un permisivismo sexual evitando el peligro de embarazos no deseados se malogra la educación integral y se favorece un ejercicio de la sexualidad egoísta cuando no salvaje, que a la corta y a la larga producen frustraciones emotivas y dolor en la comunión entre las personas. Como en todos los procesos educativos, el papel de los padres es insustituible. Ellos son modelos referenciales para los hijos, de aquí la importancia de sus consejos y de sus mensajes.

Cuando unos padres que tienen responsabilidad educativa, aconsejan a sus hijos la ingesta de anticonceptivos no solamente les someten a riesgos graves para su salud y crecimiento físico, sino que lesionan gravemente la capacidad de crecer en el amor interpersonal.

Por otro lado, dentro de este aspecto educacional, el papel de la continencia periódica debe ser apuntado en un contexto de convivencia conyugal adecuada. Más allá de la problemática moral de los anticonceptivos, nunca faltarán a la pareja situaciones y periodos de forzada continencia.

La continencia debe contemplarse como algo enriquecedor a la pareja donde se aprende la “disciplina” del amor, donde la comunión interpersonal se enriquece al compartir todos los momentos electivos que hacen referencia a la sexualidad. Por ello, en el noviazgo es necesario un previo conocimiento de los valores que se disponen vivir en una hipotética vida conyugal.

Juntamente con lo expuesto, es de señalar las dificultades aplicativas de la verdad en el amor. No se trata de dificultades subjetivas que podrían introducir diferencias irreales y extrañas, sino de auténticas dificultades objetivas. Juan Pablo II reconoce que pueden de hecho existir tales dificultades “dificultades de cualquier género, no sólo individuales sino incluso sociales…,no sólo para la realización concreta, sino para la misma comprensión de los valores presentes en la norma moral” (Familiaris Consortio 33), ya que son acciones en las que están implicadas la voluntad de dos personas (ib34). Para afrontar esta dificultad, el Papa señala la conocida “ley de la gradualidad” esencialmente distinta de la “gradualidad de la ley”.

Porque mientras una, la primera, hace justicia a la condición de igualdad de todos los hombres, la segunda establece diferencias artificiales entre los mismos. Señala el Papa que todos los hombres están llamados a participar plenamente en el diseño divino sobre el matrimonio. De aquí la recomendación del Papa de no falsificar y comprometer la verdad (nº33) y de presentar el Evangelio del amor que se presenta arduo pero encarnable en todos los hombres. El camino del crecimiento es posible sólo cuando se tiene claro a qué meta se quiere llegar y qué medios se está dispuesto a poner.

Por ello, es objeto de la conciencia de los esposos valorar las posibilidades para una mayor coherencia moral y para una mayor generosidad procreativa sin comprometer la armonía conyugal. Debe ir reconocida una jerarquía de valores y de objetivos. En el camino hacia el bien integral deben estar salvaguardada la concordia conyugal, la disponibilidad a los hijos que nazcan, el rechazo absoluto al aborto y asegurar la vida cristiana en la familia.

De importancia señera se presenta también el papel de aquellos facultativos que tienen la responsabilidad de conocer la posibilidad de riesgo que entrañan los componentes hormonales de los anticonceptivos, así como la validez científica y sanitaria de los medios llamados naturales.

Bibliografía[editar | editar código]

  • C. Caffarra, Ética General de la Sexualidad, Barcelona 1996
  • Juan Pablo II, Exhortación Familiaris Consortio, AAS 74 (1982), 81-191
  • Pablo VI, Carta Encíclica Humanae Vital, AAS 60 (1968), 481-503
  • AA:VV.: Humanae Vitae, 20 anni dopo, Milano 1989
  • C. Simón, Estudio Histórico-Crítico del concepto y término de Planificación Familiar, Murcia 2004
  • A, Matteeuws, Union et Procreation. Développments de la doctrine des fins du marriagae, París 1989
  • E. Sgreccia, Il dono della vita, Milano 1987
  • D. Tettamanzi, Il procreare umano, verità e responsabiliotà, Casale Monferrato 1985
  • M Rhonheimer, Ética de la Procreación, Madrid, 2004.

Referencias[editar | editar código]

  1. Malthus, Thomas (1798). An Essay on the Principle of Population.  Esta obra se publica primero anónimamente, y en 1803 aparece ya una segunda dedicación con autor y muy ampliada. La obra en español aparece en 1846 en Madrid
  2. Simón Vázquez, Carlos (Mayo 2012). «Voz: Procreación Responsable». Simón Vázquez, Carlos, ed. Nuevo Diccionario De Bioética (2 edición) (Monte Carmelo). 
  3. Caffarra, Carlo (2006). Ética General de la sexualidad. Ediciones Internacionales Universitarias. p. 67. ISBN 9788484691679.